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Análisis: Drôle de guerre, pacto de corrupción, CUP y Puigdemont

Redacción




Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. /Foto: elperiodico.com.

Enrique de Diego.

Cuando la sociedad española se encamina a un punto de no retorno, cuando los sediciosos están a punto de pasar el Rubicón -hoy inician la campaña por el sí del conflicto en un mitin conjunto Junts pel Sí y CUP- soseguemos por un momento el ánimo, antes de que las emociones levanten pasiones cegadoras, y seamos racionales.

La transición parte del pacto de la corrupción que todos llaman consenso, por el que todos cedieron en sus principios republicanos a cambio de una piñata, de una auténtico regalo de Reyes, por el que se generó un botín electoral ilimitado (todavía Alfonso Guerra se lamentaba en 1982 de necesitar 30.000 más para tanto cargo).

En España la política es un gran y un buen negocio. Mucha gente vive de la política y vive muy bien. Buenos sueldos, buena comida, dietas, viajes gratis, y amplia capacidad para colocar a familiares y amigos y amantes, de uno y otro sexo. A nadie se le deja tirado, siempre hay donde colocar a los que no han resultado electos. Hay puestos de asesores, jefes de protocolo, de prensa. Multitud de organismos autónomos. Se reparten subvenciones a una ficción de sociedad civil, a grandes medios, medianos e incluso a hojas volanderas. El botín electoral se amplía de continuo. Y quien resulta ya inservible, bien puede encontrar acomodo en Europa, en el Parlamento europeo o en la Comisión. Los partidos se financian de los Presupuestos y también irregularmente. No han negocio que no pase por las manos de los políticos y nada se hace sin su aprobación. Hay mucho margen para los maletines.

¿A quién le interesa resquebrajar un sistema tan perfecto y tan rentable? En el pacto de la corrupción -desde muy pronto se empezó a decir que cierta dosis de corrupción lubricaba el sistema, así como que la democracia era cara- entraron los nacionalistas catalanes, que entonces eran burgueses. Sólo se quedaron fuera los vascos, que esperaban mejorar posiciones con el perverso esquema de los árboles y las nueces. Ahora los del PNV aprueban los Presupuestos de Rajoy y a cambio obtienen más inversiones y negocian el traspaso de la competencia de las cárceles. Están en el pacto de la corrupción sacando el mejor provecho. Juan José Ibarretxe, que quiso pasar a la historia yendo a la independencia, ha desaparecido del mapa y está calvo y envejecido. Nadie se acuerda de él ni de su plan.

España no roba. Roban los políticos de todos los partidos a los españoles

¿Por qué quieren los separatistas catalanes romper ese pacto de la corrupción en el que tan brillantemente se han movido hasta ahora y con tanto provecho, como se puede ver en la familia Pujol o en el abogado de Cristina de Borbón, Miguel Roca i Junyet? ¿Han perdido el control de Cataluña el puñado de familias, veinte a lo sumo, que la han dominado hasta ahora? Porque no nos engañemos, España no roba; roban los políticos, de todos los partidos, a los españoles. Una primera razón es que aquellos nacionalistas burgueses han sido pillados en falta y precisan una amnistía, aunque no pueden negar que se les está tratando con toda deferencia, con el matrimonio Pujol en la calle, vendiendo la milonga de la herencia. La segunda razón es que el nacionalismo ha generado a su izquierda la CUP, un grupo marxistoide y jacobino, amalgama de egresados de las inservibles facultades de ciencias sociales y de okupas, pijos desclasados que se han creído los principios y se han salido de ese pacto de la corrupción, en el que toda amenaza era el preludio de una negociación competencial y económica, a la postre. Y la tercera es que por una concatenación de hechos fue puesto en la presidencia de la Generalitat un hombre de paja, con una trayectoria mediocre, sin familia política, sin una base social, que, como muchas veces sucede con los hombres de paja, empezó a volar por libre, ha sublimado su mediocridad con una pulsión heroica y quiere pasar a la Historia, con mayúsculas. Ese es el miserable Carles Puigdemont.

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El sistema, la casta -a la que ya pertenece Podemos, sumido en una empanada mental- siempre ha solventado los atolladeros reforzando el pacto de la corrupción: más dinero en circulación e incremento del botín electoral. Aunque se está agotando el tiempo, y el Rubicón -un pequeño río fácilmente vadeable- está a punto de ser cruzado, ese pacto de la corrupción aún tiene recorrido y está siendo ofrecido según numerosos síntomas y señales:

1.- El más notorio, la cena en casa de Jaume Roures, con Oriol Junqueras y Pablo Iglesias de comensales, junto a otros comparsas, que a la secretaria general de PDcat le sonó a tripartito. Porque la única salida posible para el pacto de la corrupción es un acuerdo entre Esquerra Republicana, Podemos y PSC, que deje fuera del juego, cada vez más peligroso, a los alucinados y violentos idealistas de la CUP y al miserable Carles Puigdemont. Frenada la carrera hacia el conflicto, ese esquema podría ser trasladado al ámbito nacional con una moción de censura que desalojara a Rajoy. Esa pieza de caza mayor difuminaría el bochorno de Podemos por entrar en el pacto de la corrupción, ya de una manera clara y no vergonzante.

2.- Pedro Sánchez está poniendo una vela al Gobierno de Rajoy y otro a la plurinacionalidad, mostrando su disposición a llamar nación a Cataluña como mera disquisición semántica. Eso daría una carta a Esquerra para justificar su traición a Carles Puigdemont, que sería el chivo expiatorio de todo el enjuague. Se lo tendría merecido. Además, Pedro Sánchez habla de «modernizar» el Estado autonómico, que eso significa siempre más dinero y más puestos políticos. El sistema aún puede llegar hasta el concierto.

3.- Mariano Rajoy ha intentado por activa y por pasiva fortalecer el pacto de la corrupción sosteniendo a la Generalitat mediante remesas del Fondo de Liquidez autonómico, ofreciendo la chequera para inversiones generosas y ahora ha hablado de una reforma de la Constitución y de su disposición también a «modernizar» el Estado autonómico. ¿Qué queréis que os modernicemos o cuánto consideráis que cuesta modernizaros?

El pacto por la corrupción aún es posible y lo será hasta es el 2 de octubre y hasta el minuto antes de que el temerario Carles Puigdemont declare la independencia desde el balcón del Palau de Sant Jordi. Al fin y al cabo, no se ha producido nada irreversible, en forma de violencia y de muerte. Los mossos, por ahora, no han dicho que no vayan a colaborar como Policía Judicial y Josep Lluís Trapero parece haber salido de la primera línea de los focos y de fuego. Aún se espera que los poderes fácticos económicos echen cuentas y se muevan para volver a cordura, antes de que la juerga sea demasiado cara.

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Y, sin embargo, hay otra dinámica posible en el desencadenarse de los acontecimientos. ¿Y si estuviéramos ante esa frívola exaltación de la juventud sureña en Los Doce Robles que tan bien refleja «Lo que el viento se llevó«? Desde la invasión por Hitler de Polonia hasta la invasión de Francia por Las Ardenas con los tanques de Guderian los franceses vivieron una ficción que llamaron la drôle de guerre, la broma de guerra o la guerra divertida, en la que no pasaba nada, los cafés estaban llenos, se estrenaban obras de teatro y París seguía siendo una fiesta.

La drôle de guerre catalana y la dinámica acción-reacción de la insurrección

No pasa nada hasta que pasa. Porque se va extendiendo un clima de desobediencia civil e insurrección, en el que se cierra por orden judicial la web oficial del referéndum y se abre de inmediato desde la misma presidencia de la Generalitat que lidera la intentona. Los alcaldes dicen que no acudirán si se les cita. Y bien pudiera ser que los mossos se dividieran o se inhibieran. De su actitud, como en todo golpe, va a depender todo, porque si los mossos obedecen la sedición se agostará, pero si no obedecen…El Gobierno está desarmado sobre el terreno. Ha habido cuarenta años de desarme.

Es decir, que podemos encontrarnos en una drôle de guerre en la que por dinámicas de acción-reacción se desate el conflicto. La debilidad siempre produce efectos más demoledores que la fortaleza y la debilidad es clamorosa en el gabinete Rajoy, temeroso de dar un paso en falso. Es decir, puede ocurrir que la CUP lidere el proceso y lo radicalice, llevando del ronzal a Esquerra y al PDcat y que Carles Puigdemont, el hombre de paja, se crea, hasta el final, cada vez más su propio personaje. Ha dado pasos manifiestos de preparación del conflicto: despidió a los que consideró tibios o poco fieles, para rodearse de los comprometidos y dispuestos a pasar con él a la Historia.

Las jornadas del Parlament han sido de ambientación revolucionaria, como cuando se arrancaron a cantar Els segadors, como si de verdad fueran segadores dispuestos a dar un cop de falç. Las revoluciones las hacen los sans coulottes hambrientos, no los que veranean en Cadaqués o en Sitges, pero las ficciones crean a veces realidades descoyuntadas. En la Cataluña de hoy no hay ni segadores ni sans coulottes, pero todos parecen creer que se han reencarnado.

Drôle de guerre, guerra de broma o guerra divertida. Si la insurrección se extiende, el Gobierno de España no tiene medios de atajarla en un tiempo prudencial, sin que se dé una situación de hechos consumados.

Tanta frivolidad como se ha exhibido, tanta inconsistencia, tanta debilidad, puede llevar al caos y la anarquía. Pero aún queda margen para que el pacto de la corrupción haga un último intento para preservar este gran y buen negocio que es la política en España.

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