¿Han notado que los mapas del tiempo en la tele y en internet cada vez parecen más una paleta de pintor psicodélico? ¡Todo rojo, naranja chillón y colores que gritan «¡peligro, el fin del mundo está aquí!»? No es casualidad, no. Esto es parte de una estrategia para infundir miedo, especialmente a los que se tragan cualquier cuento sin pestañear. Y luego, claro, te cuelan el timo climático con la factura a tu nombre.
Antaño, los mapas del tiempo eran una herramienta útil: te decían si ibas a necesitar paraguas o si podías sacar las chanclas. Los meteorólogos parecen haber descubierto el botón de «pánico» en sus programas de diseño. Todo es rojo sangre, naranja o, en el mejor de los casos, un amarillo que parece gritar «¡corre, que viene el apocalipsis!». ¿Y por qué? Porque el miedo vende, y el miedo climático vende aún más. Si te tienen temblando con un mapa que parece el infierno de Dante, ya estás listo para creerte cualquier cosa.
Aquí entra el gran negocio del cambio climático, ese mantra del globalismo que repiten hasta la saciedad los medios, los políticos y los «expertos» de turno. Te dicen que el planeta se calienta porque usas tu coche, comes carne o enciendes la luz. ¿Solución? ¡Impuestos, más impuestos y, si me apuras, un par de impuestos más! Todo para «salvar el planeta», claro. Pero, curiosamente, esos impuestos nunca tocan a las grandes corporaciones que contaminan de verdad, ni a los jets privados de los que predican desde sus mansiones. No, el dinero sale de tu bolsillo, de mi bolsillo, del de los curritos que no tenemos yate en Mónaco.
El sistema cuenta con que una buena parte de la población trague el anzuelo sin hacerse preguntas. Les meten el miedo en el cuerpo con mapas del tiempo apocalípticos, titulares de «ola de calor mortal» en pleno verano (como si en agosto no hubiera hecho calor toda la vida) y documentales lacrimógenos sobre osos polares. Y luego, zas, te cuelan la narrativa: «Paga más impuestos, renuncia a tu libertad, come grillos y vive en una caja de zapatos, que así salvaremos la Tierra». Y muchos, con la lagrimita en el ojo, asienten y sacan la cartera.
No negamos que el clima cambia, porque siempre lo ha hecho. Hace siglos, los vikingos cultivaban en Groenlandia, y en la Edad Media había períodos más cálidos que ahora. Pero claro, eso no lo cuentan en los telediarios, porque no da miedo ni recauda impuestos. Lo que sí da rédito es pintarte un futuro distópico donde todo es culpa tuya, ciudadano de a pie, mientras los que mandan siguen volando en sus aviones privados y organizando cumbres climáticas en resorts de lujo.
La próxima vez que veas un mapa del tiempo que parece sacado de una película de catástrofes, hazte unas preguntas: ¿es realmente tan grave? ¿Por qué siempre el rojo? ¿Quién sale ganando con este miedo? Y, sobre todo, ¿por qué la solución siempre pasa por vaciar mi cuenta corriente? El timo climático es un negocio redondo para los de arriba, pero los que pagamos la fiesta somos nosotros. No te dejes pintar de rojo el cerebro.