Enrique de Diego.
Los buenos libros, los magníficos retratos psicológicos, y Agatha Ruiz de la Prada, mi historia, lo es, un pleno éxito de Imelda Navajo y un buen trabajo del periodista Pedro Narváez, amanuense que sabe desaparecer y reflejar a Agatha en toda su crudeza y su exuberante sinceridad, destacan por todo lo que dicen, como por lo que callan. La gran ausente de estas memorias descarnadas es Cruz Sánchez de Lara. Podría esperarse algún navajazo cabritero, algún epitero malsonante, pero Agatha es muy señora para abajarse al lodazal, al fin y al cabo, no hay mayor desprecio, que no hacer aprecio.
Este Pedro J cenital, caído estrepitosamente del pedestal, es un hombre sumiso al que Agatha, respetuosa de la libertad, no podía servir, no inmiscuyémdose en su trabajo, siendo el glamour, pero sin entrometerse, respetando el ámbito de autonomía de dos personas adultas, cuando Pedro J es un hombre inseguro, que habiendo sido director de periódico, ha echado en falta alguien que le llevara de la manita. ¡Oh! que podre imagen, un tapiz deshilachado.
Porque del vídeo del porno casero con Exuperancia Rapú, una pobre víctima de los «vicíos» de un depravado, que nunca debuó salir a la luz, se extrae una conclusión fulminante y tajante: ese extraño personaje que se traviste con corpiño, al que meten el alto tacón en el ojete y que se relame de placer recibiendo la deposición líquida como «lluvia de oro», para el que, Rafael Vera, pedía ayuda profesional urgente, es un hombre sumiso, que encuentra un placer patológico en la sumisión más servil y abyecta.
Kennet Peacok Tynan, el prodctor de Oh! Calcuta, decía que «mi lema es: en el ocaso, solo un tanga» y a su segunda esposa le reconoció que sus extrañas sesiones con prostitutas, vestido de mujer procaz, «aunque el sentido común, la razón, la bondad e icluso lacanaredería recomienden lo contario…Es mi elección, mi vida y mi deseo…Es bastante cómico y ligeramente asqueroso. Pero me recorre el cuerpo como una infección y n puedo hacer otra cosa que sacudirme hasta que cesa el ataque«. Como a Tynan, el vídeo nos dibuja a un hombre acomplejado en la posición de sumiso.
En ese sentido, Cruz Sánchez de Lara, como metáfora, como hipérbole, es la sustitución de la malograda Exuperancia Rapú. Cruz, que no tenía un duro cuando conocíó a su churri Pedro J, en muy mala situación en lo profesional, hasta tener que abandonar la abogacía, donde era un desastre, a tenor de los testigos, supo ver ese punto flaco de Pedro J, de un hombre inseguro, hasta convertirlo en un guiñapo; no es, ciertamente, Pigmalión, sino una devoradora y una suplantadora: Pedro J vive para su Cruz, que es la que manda en todo, en El Español, la que va de escritora, la que pone las casas a su nombre y todo el patrimonio, la vicepresidenta del Consejo de Administración, la que ha impuesto su línea en la ideología de género y en el globalismo, para el que los dos, Pedro J y Cruz, son inservibles, porque el globalismo tiene muchos serviles que le escriban.
Al final, el mito imposible de la eterna juventud, Pedro J es un niño que necesita que le fustigen y le manden, le lleven de la manta y del ronzal, hasta encenagarse en el patetismo más sórdido, como en la fiesta hembrista de las 100 mujeres, para el lucimiento personal de Cruz, un afán de protagonismo desmedido y siempre insatisfecho. Dos horteras de pueblo inclusivos que aún no se han podido sacudir el pelo de la dehesa.
Agatha Ruiz de la Prada, mi historia, La Esfera de los libros, 323 páginas.