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Pashminagate (4): Hipocresía irrestricta, mentira absoluta

Redacción




Enrique de Diego.

Lo que más enerva en el pashminagate es la mentira absoluta en que se mueve todo y es propagado por las furcias mediáticas de los medios de prostitución. Ese silencio atronador que establece la confirmación de todo, porque el que calla otorga.

¿Cuántas veces no habremos leído que la familia real es ejemplar? ¿Cuántas veces se nos han presentado fotos protocolarias, más falsas que un Judas de plástico, poses vacías, de sus miembros, para que el vulgo trague? Nada ahí de ejemplar en una familia carcomida de escándalos, sin fidelidad, con adulterios.

Lo que enerva en el pashminagate es la doble vida, la falsedad de todo, el daño hecho a terceras personas mediante el ejercicio irrestricto de la hipocresía, porque bien se podía haber vendido a Letizia como una mujer liberada, y a su matrimonio como abierto a otras relaciones, eso hubiera tenido una lógica perversa, pero lógica al fin y al cabo, respuesta a la realidad.

En vez de eso se ha vendido, se ha mentido, una familia tradicional, con Letizia, en el papel de amante esposa y madre entregada, sin mostrar la terrible trastienda que se escondía tras un matrimonio roto, con relaciones, aparentemente, consentidas.

Hay una anécdota que cuenta David Rocasolano en «Adiós, Princesa», un comentario de Letizia, de la Letizia satánica, que me ha helado el alma y me ha producido náuseas y vómitos irrefrenables. Están en una reunión en Zarzuela -la nueva Babilonia, donde todo vicio tiene su asiento- y Letizia comenta:

—Yo creo que un ser, cualquier ser que te mande Dios, debe ser respetado. Si a mí mañana me hacen una amniocentesis, y descubren que mi niño está mal, es que Dios quiere que ese niño venga así al mundo. Yo no lo dudaría. Lo tendría.

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Reflexión hecha, de la que es testigo David Rocasolano, a quien Letizia mandó a hacer desaparecer todo rastro de un aborto en la mal llamada Clínica Dator. Suprema hipocresía.