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La Guerra de las Comunidades, primera revolución democrática y decisiva asignatura pendiente

Redacción




Enrique de Diego.

El ejército comunero estaba constituido por un conjunto de milicias locales yuxtapuestas, llenas de entusiasmo pero carentes de la imprescindible disciplina para enfrentarse a las aguerridas y profesionales huestes de los nobles realistas. La situación la resumió el almirante de Castilla: «en este reino, ubo dos partes; la una fue de comunidad; la otra de Grandes y caballeros». Ese entusiasmo, que llevó a los comuneros a sufragar impuestos nuevos para sostener el esfuerzo bélico, cuando su levantamiento era la negativa a un impuesto, corrió paralelo a la falta de un ejército profesional. El ejército no se constituyó en poder fáctico dominante o, al menos, autónomo sino que estuvo supeditado a unos procuradores, entre los que fueron crecientes las deserciones y las deslealtades, el pactismo con los imperiales y la moderación traidora.

Oliver Cromwell, retrato de Robert Walker.

Casi un siglo después, la revuelta inglesa del Parlamento con Oliver Cromwell (1599-1618) se encontró con la misma disyuntiva. Al principio Cromwell comandaba un regimiento de caballería bajo las órdenes del conde de Manchester, pero en 1645 el dirigente puritano decide retirarse para formar un ejército disciplinado y profesional: los ironside, hombres de hierro. Con anterioridad había contestado al conde de Manchester a la acusación de buscar capitanes y soldados entre la gente humilde: «Si se elige a hombres honestos y temerosos de Dios para ser capitanes, los hombres honestos los seguirán… Prefiero un capitán vestido de forma humilde que sepa por lo que lucha y ame aquello que sabe, antes que uno de los que usted llama gentilhombres y que no es nada más que eso». Dotado de un entusiasmo providencialista –«no trataré de establecer aquello que la Providencia ha destruido y arrojado al polvo, y no construiré Jericó de nuevo»- añadida a una férrea disciplina y a una conveniente preparación militar formó el Nuevo Ejército Modelo que, ya con Oliver Cromwell de comandante en jefe, ganó decisivamente la batalla de Preston. El controvertido líder inglés, asumiendo poderes dictatoriales, después de rechazar la Corona que le ofreció el Parlamento y de haber decapitado al rey, fue nombrado Lord Protector.

Estatua de la reina Juana en Tordesillas.

Otro elemento clave fue la actitud de la reina, más preocupada por sus hijos y, como madre, por su hijo Carlos, dejó sin discurso viable a los Comuneros. Contemplemos uno de los momentos álgidos y de deslumbrante triunfo comunero como fue la toma de Tordesillas y la consiguiente reunión liberadora de la reina Juana. Las milicias de Toledo, Madrid y Segovia se encontraban en las cercanías de Martín Muñoz de las Posadas en el momento en el que los imperiales han llevado a cabo su desastrosa operación contra Medina del Campo. El 23 de agosto del Año de la Encarnación de Nuestro Señor de 1520, obedeciendo órdenes de la Junta, se dirigieron hacia el Norte; al día siguiente entraban en Medina del Campo tomando posesión, en medio del entusiasmo general, que nunca faltó a la causa comunera, de los cañones que algunos días antes habían sido negados al ejército real. Al mismo tiempo, la población de Tordesillas se sublevó forzando las puertas del Palacio donde estaba estaba recluida la reina. Los comuneros de Tordesillas llamaron urgentemente a Padilla para que acudiera a liberar a la reina de los «tiranos». El miércoles 29 de agosto llegaron a Tordesillas los jefes militares de la Junta. Como reseña Jospeh Pérez. en su libro «La guerra de las Comunidades de Castilla (1520.1521). Siglo Veintiuno de España Editores, «introducidos junto a la reina, le relataron de nuevo las tribulaciones que un gobierno detestable había provocado en el reino y le expusieron los fines de la Junta de Ávila : poner fin a los abusos, devolver a la reina sus prerrogativas y protegerla contra los ‘tiranos’. Juana se conmovió profundamente ante su declaración. Padilla desearía que la reina le diera una respuesta precisa:

Será bien declararnos su voluntad y lo que más sea su servicio que se haga y sy manda vuestro alteza que estemos aquí en su servicio. A lo qual su magestad respondió: sy, sy, estad aquí en mi servicio y avisáme de todo y castigad los malos, que en verdad yo os tengo mucha obligación.

Palabras que inmediatamente tomó Padilla al pie de la letra:

Ansí se hará como vuestra majestad lo manda.

Los comuneros no cabían en sí de júbilo. Desde hacia siete años, la reina nunca había departido durante tanto rato con ningún visitante. Ahora podrían comenzar a pensar con serenidad en la reorganización del reino».

Dos notaros daban fe de las declaraciones de la reina. La Junta se había llegado a convertir en el único poder de hecho existente en Castilla. Sólo ella disponía de un ejército; el apoyo de la reina, pese a las reservas que pudiera inspirar. le concedía una autoridad y un prestigio considerables.

Los comuneros trataron bien a Juana, frente al mal trato a la que le sometía el marqués de Denia, y ésta rápidamente mejoró. Juana se lamentaba de su suerte. Nunca había visto en torno a ella más que enemigos que le mentían, que se mofaban de ella, en tanto que su deseo hubiera sido hacerse cargo de los asuntos públicos dentro de sus posibilidades: «Maravillome mucho de vosotros no haber tomado venganza de los que habían hecho mal pues quinquiera lo pudiera».  La Junta de Ávila sugirió que la reina concediera una audiencia cada semana a los procuradores , ella dijo que los recibiría cuantas veces fuera necesario, incluso cada día si era preciso.

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Los primeros decretos de la Junta estaban redactados en nombre de la reina y de las Comunidades, sin mención alguna a Carlos. Esta decisión provocó un gran debate. Toledo, Madrid y Segovia se mostraran favorables a la reina pidiendo que las actas oficiales continuaran redactándose de esta manera, mientras los procuradores de Valladolid, Burgos, Soria y Toro se negaban a admitir la tesis según la cual Carlos V era un usurpador.

Carlos I de España.

La reina recibía numerosas visitas: quienes esperaban encontrarse frente a una demente se sentían decepcionados. Juana se demoraba con los visitantes, parecía interesarse por cuanto se decía, cuidaba de su higiene, se lavaba y vestía correctamente. En resumen, estaba prácticamente desconocida. Es bien cierto que a veces recaía en su estado de melancolía y volvía entonces a su costumbre anterior de abandono. La Junta encargó incluso a una comisión especial que se preocupara por la mejoría de la reina. Por desgracia, el tratamiento no dio los resultados esperados. Los comuneros más convencidos tuvieron que rendirse muy pronto a la evidencia: la reina no volvería recobrar su salud mental. El cardenal Adriano de Utrecht escribía, con todo, a Carlos: «Ya dizen que la reyna no puede hazer menor que vuestra alteza pues que Vuestra Majestad todo lo que ha hecho y haze es por mano de otros, consintiendo y firmando solamente lo que ellos han acordado y que asimismo lo podrá hazer la reina».

Juana no era una bandera sólida que enarbolar. Nunca firmó un documento. Nunca se enfrentó abiertamente a su hijo. Según Joseph Pérez, y estoy plenamente de acuerdo con él, «en vano se insistió ante ella, sirviéndose de promesas, amenazas. Todo fue inútil. Juana se negaba a firmar. Fue su obstinación la que salvó a Carlos V. De haber firmado su madre, Carlos hubiera perdido el reino». Una línea muy minoritaria optó por predicar las virtudes de la república al modo de las ciudades-estado italianas.

Revuelta antiseñorial

Hemos contado ya la toma de Chinchón, que con todo entusiasmo fue la primera empresa que emprendieron los segovianos, y la demolición del símbolo de la opresión señorial: el castillo. También tomaron Ciempozuelos. Un cronista nos ha dejado el relato de los sucesos. El campesino más rico del lugar, hombre de probada prudencia («nunca le vieron hazer ni dezir ningún desconcierto») se pudo al frente de los rebeldes y arengó de esta forma a sus compañeros: «Ea, hombres, todos procuremos por la libertad y viba el rey e la reyna e muramos todos contra Fernandillo, diciéndole por el conde de Chinchón, su señor, y veamos qué nos hará». El conde atacó la aldea. recuperó su feudo y castigó severamente a los culpables. El rico campesino que se había constituido en líder de la sublevación. Traigo a colación la toma de las poblaciones del Sexmo de Casarrubios por los segovianos para indicar que la impronta contra el régimen señorial fue de primerísima hora. Lo intensificó el obispo belicoso de Zamora, Antonio de Acuña en sus cabalgadas por Tierra de Campos y prendió allí con fervor la causa comunera. Fueron muchos del común -pelaires, tundidores, barberos…- que asumieron liderazgos, en una causa que siempre fue popular.

La Inquisición

Otra cuestión es la Inquisición y si el movimiento comunero estaba en contra. El 7 de enero de 1521 escribía en estos términos al emperador: «La verdad es que todo el mal ha venido de conversos». El 25 de febrero de 1521, el obispo de Burgos, la única ciudad traidora, se mostraba convencido de que los conversos formaban el núcleo de los revolucionarios irreductibles: «Todos los pueblos, digo la parte de los officiales y cristianos viejos y labradores, ya conosçen el engaño y maldad en que los an puesto, que los conversos, como de casta dura de çeruiz, tan duros están como el primer día sy ossasen, y destos los más declarados en cada lugar son los tornadizos». El 26 de abril de 1521, los inquisidores de Sevilla expresaban la misma opinión: «Tiene por cierto que los que principalmente han sido cabsa de las alteraciones de Castilla han sido los conversos y personas a quien toca el oficio de la Ynquisición». Resultan muy interesantes estas palabras del condestable pronunciadas el 24 de mayo de 1521: «La raíz de la revuelta destos reynos an causado conversos». Finalmente, en 1547, el cardenal Silíceo para demostrar la necesidad de promulgar estatuto de pureza de sangre en su catedral, recuerda el precedente de las Comunidades: «Todo el mundo sabe en España que la revuelta de las Comunidades fue provocada por instigación de judeo-cristianos».

Jospeh Pérez  considera que «es evidente que muchos conversos fueron comuneros. Lo que en realidad nos interesa es determinar hasta qué punto influyó su origen a la hora de aceptar el compromiso político. ¿Se hicieron comuneros porque eran conversos?». Considera el hispanista francés que el debate seguirá abierto y nunca será concluyente, Muchos conversos lucharon contra la Comunidad, como en el caso de Segovia los Vozmediano. Pero la carga de la prueba cae del lado de los conversos. En Segovia, ya hemos visto el protagonismo de los Coronel, también está Diego de Peralta, regidor. Disentimos de Joseph Pérez, y nos referimos al caso de Segovia, donde el compromiso con la Comunidad en posiciones de liderazgo de los conversos fue abrumador.

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Divergencias en la interpretación

Vamos a entrar ahora en la interpretación general de la revolución comunera. La guerra de las comunidades durante más de doscientos años pareció haber sido olvidada, y pareció tener éxito la dura represión. «Pero en el siglo XVIII se inicia la crítica a los Habsburgos y el liberalismo militante del siglo XIX redescubre a los comuneros, convierte en mártires a sus jefes y enarbola la bandera de su nombre para luchar contra el absolutismo. Villalar se convierte, así, en un dato histórico de importancia nacional y Padilla, Bravo y Maldonado son promovidos al papel de grandes hombres y de precursores. Su derrota señala el comienzo, el fin de la libertad y de la independencia nacionales; un soberano extranjero utiliza para su provecho personan los recursos de una España sometida. Le consigue un imperio pero también la ruina».

Y sigue señalando Joseph Pérez: «tal es la imagen que aporta la tradición liberal y que se impuso durante más de una centuria hasta que una serie de ensayistas, primero, y de historiadores, después, la ponen en cuestión. Ganivet sugirió, en 1898, la tesis que más tarde desarrollaría el doctor Marañón. Según ella, no eran los progresistas los comuneros, como se había pensado antes, sino Carlos V, preocupado por conseguir la apertura de España a las nuevas corrientes del mundo moderno, a los valores europeos y que se vio obligado, por tanto, a romper la resistencia de los campeones del pasado y de las viejas costumbres». En defensa de esta tesis, se yerguen las figuras de Andrés Laguna y los erasmistas españoles, con Juan Luis Vives y Luis y Antonio Coronel. «Después de Villalar comienza la era gloriosa de España , su preponderancia en Europa y el brillo del sueño de oro». José María Pemán, en Historia de España contada con sencillez, habla de los sueños imperiales frente al aldeanismo comunero. Manuel Azaña volvió a la interpretación liberal. Posteriormente, «la autoridad del doctor Gregorio Marañón puso fin a la discusión para el gran público culto y para los medios universitarios. Siguiendo sus teorías, y sin pestañear ante el anacronismo, situaron a los comuneros a la derecha y a Carlos V a la izquierda». Joseph Pérez, en su magnífica monografía, siguiendo a Juan Antonio Maravall, sitúa a la revuelta comunera como la primera revolución liberal.

La primera Constitución democrática

Dando un paso más allá, el profesor Ramón Peralta recupera «La Ley Perpetua de la Junta de Ávila (1520)» como la primera Constitución del mundo, con novedades aún no alcanzadas en nuestras democracias, como la separación de poderes y la revocación de los diputados, lo que hizo que fuera citada en los debates por los llamados Padres Fundadores como precedente de la Constitución norteamericana. «La Ley Perpetua de 1520 -dice Peralta- expresa los elementos propios de la Constitución Política castellana formalizados ahora en un texto aprobado por los representantes de las principales ciudades de la Castilla nuclear».

Catedral de Ávila,, lugar donde se reunieron las Cortes.

En unas Cortes no convocadas por el rey, que reúnen las características de unas Cortes Constituyentes, en las que es claro, por tanto, que la soberanía reside en el pueblo. Reunidas en la Catedral de Ávila, «se establece la total independencia de las Cortes como asamblea representativa de estamentos y ciudades respecto del rey que aparece como el Protector ejecutivo del reino; se fijan las funciones y modos de elección de los diputados como portavoces de los Concejos; se declara la independencia y profesionalidad de los jueces; se reestructura la administración estableciéndose criterios de selección y controles efectivos; se establecen específicas garantías judiciales en favor de la libertad y derechos de los ciudadanos y se reordenan los derechos de nacionalidad; se establece una Hacienda Pública y con orden económico en beneficio del desarrollo material del reino, de su producción y comercio; se prohíbe la injerencia de los extranjeros, excluyéndose a estos del ejercicio de cualquier cargo público; se garantiza, en fin, una amplia autonomía local-territorial a favor de Concejos y Comunidades cuyas autoridades eligen los vecinos, excluyéndose toda injerencia regia».

Es, por tanto, mucho más que la primera revolución liberal, es la primera revuelta que elabora como objetivo holístico la plasmación de la primera Constitución democrática -el demos ocupando la escena, con los derechos naturales de la persona- que aún no se ha podido llevar a cabo y que constituye un objetivo del inmediato futuro.