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Ágatha Ruiz de la Prada pone en su sitio a la Cruz del innombrable

Redacción




Luis Bru.

Si hay alguien que ocupa un lugar desmerecido, o merecido, según se mire, es la Cruz del innombrable. Sólo ocupa media página en su libro «Agatha Ruiz de la Prada, mi historia». Y uno piensa que es suficiente, incluso que es excesivamente generosa. Desde luego, en la comparación no hay color. Antes de entrar en materia, recordemos las frases lapidarias que retratan al innombrable: «tiene setenta años muy mal llevados y nunca ha estado bien» y «si mi último proyecto es una mierda, mi vida habrá sido un fracaso». En este ambiente cenital, camino ya del sepulcro, aparece en escena María de la Cruz Sánchez 0 Cruz Sánchez de Lara como se rebautizó en el Registro Civil.

He aquí las pocas líneas que le dedica Agatha: «Cuando me enteré de quién era la otra, Cruz Sánchez de Lara, estaba en casa de una amiga en Bogotá. Era el día que ganó Trump. Me tomé un Orfidal y a dormir. Mi amiga estuvo toda la noche viendo vídeos de ella, escrutando al personaje. Yo no los he mirado nunca. Al ver la foto me di cuenta de que éramos totalmente diferentes.

«El final fue muy cutre. Después, ella quiso ser yo o yo vi en mi puesto a otra persona. Pero no soy lo que soy por estar con él. Vengo de otro mundo que ha conformado mi cabeza. Soy lo que leído, lo que me ha dado el arte, lo que me han divertido mis ideas y mi trabajo. Por la calle se nos acercaban señora de sesenta años con chicas de veinticinco. Y las chicas se volvían locas: ‘¡Ágatha!’. Y es que me conoce la gente más joven que ha crecido vestida con mi ropa y a él, la gente mayor. También sentí mi renacimiento en Latinoamérica. Yo iba para arriba y él para abajo.

«No sé lo que le pasó, la verdad, si se dio un golpe en la cabeza, aún no lo entiendo. Supongo que se siente más cómodo con una mujer de una clase social más parecida a la suya. Porque, en el fondo, al final, pase lo que pase, la diferencia social es total y absoluta».

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Lo cierto y verdad es que aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Y aunque María de la Cruz Sánchez se travista al nobiliario de pega Cruz Sánchez de Lara el pelo de Villanueva la Serena siempre queda. Lo cierto y verdad es que durante un tiempo el innombrable y su Cruz a cuestas intentaron medrar y hacerse un hueco de relumbrón en el papel cuché pero fue una etapa patética y en vano. Quedaron calcinados por los focos, hundidos por la notoriedad, incluso una fiesta, como la boda que nunca tuvieron, durante la etapa de la plandemia, resultó un bochornoso escándalo de casta parasitaria. En esta guerra, el innombrable y su Cruz han desaparecido y Ágatha, la triunfadora, puede escribir que «la subida de popularidad después del divorcio fue algo inesperado, no lo busqué».

Pero me atrevo a decir que la sombra de Cruz se cuela en otras páginas como cuando dice Agatha que nunca se metía en cómo hacía el periódico ni que mantenía una opinión editorial y que su feminismo no es impostado. Este innombrable chocheando ha demostrado ser un perfecto calzonazos. Cruz se mete de hoz y coz en el periodicucho, ha abandonado la abogacía o la abogacía le ha abandonado a ella, y ha terminado cobrando un sueldo aumentando los costes de El Español. Es una mujer, que al decir de Javier Gómez de Liaño, se levanta pensando en a quien lleva a los tribunales. Y, en ese sentido, ha vivido obsesionada con Enrique de Diego y Rambla Libre, bien que por vía interpuesta. Pero eso es otra historia.

Pero el matrimonio no le ha salido bien, redondo, vamos, pero tampoco le ha salido mal, a costa del calzonazos del innombrable, que está transfiriendo su fortuna a su actual esposa que ha pasado de la nada a ser propietaria de dos viviendas en Madrid y a poder disponer de un capital de 6.497.180 euros. Hasta su matrimonio con el riojano, la polémica ex abogada feminista no tenía propiedades. Era socia fundadora de Ex Aequo SL, pero su sede en la calle Velázquez, 124, era propiedad de Luis Alberto Closas Martínez, con el que la innombrable fue amante después de la ruptura de su primer matrimonio. En poco tiempo ha pasado a ser propietaria, desde el 27 de diciembre de 2018, de una vivienda en la Calle Francisco Silvela, 54 duplicado, esquina con Maldonado, de 144,50 metros cuadrados, con una hipoteca de 515.000 euros.

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Desde el 11 de enero de 2019, la innombrable ha pasado a ser también propietaria de otra vivienda en la Calle Padilla 19, de 301,90 metros cuadrados, con vestíbulo, despacho, hall, sala de estar comedor, cinco dormitorios, vestidor, cocina, lavadero, dos cuartos de baño, dos cuartos de aseo y varios armarios empotrados. La vivienda es una donación de calzonazos y en ella se encuentra el despacho de Sánchez de Lara Abogados.

También el innombrable ha nombrado, el 23 de abril de 2018, apoderada a su actual esposa de la empresa Inversiones Rosebud SL, con un capital social de 6.497.180 euros. El objeto social de la empresa es la enajenación de acciones y otros títulos y valores, así como la adquisición, arrendamiento, tenencia y enajenación de bienes raíces de toda clase. En tanto que apoderada, la innombrable tiene poder y autonomía para disponer de esos bienes.

Pero no han tenido el brillo social que con tanto ahínco buscaron; al contrario, han tenido primero el descrédito y después algo parecido al ostracismo. Dixit el innombrable que «si mi último proyecto es una mierda, mi vida habrá sido un fracaso». Pues sí, es una mierda pinchada en un palo y encima, por si fuera poco, las memorias de Ágatha son sencillamente demoledoras, paletadas de concreto de las que ya no levantará cabeza.

Ágatha Ruiz de la Prada, mi historia, La Esfera de los Libros, Madrid, 2021, 323 páginas.