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Agatha Ruiz de la Prada disecciona el cadáver del innombrable

Redacción




Luis Bru.

Cuarta relectura del libro de memorias «Agatha Ruiz de la Prada, mi historia», en capítulos de la parte final, seleccionados. He de reconocer que me divierte en sumo grado, y me relaja en estos tiempos convulsos y apocalípticos, esta literatura fresca y esta disección como una buena médica forense del cadáver frío del innombrable.

Como parábola de la vida tiene lecciones bíblicas, vanidad de vanidades y todo vanidad; y clásicas, sic transit gloria mundi. Y una más banal: Agatha es mucho Agatha y la pretensión de, junto con tu Cruz te lo comas, ocultarla le ha salido al innombrable fatal. El divorcio le ha dado una popularidad inesperada y, en cierta medida, sorprendente.

Agatha maneja el bisturí con maestría, como una daga florentina o una navaja cabritera de Albacete. Recordemos la máxima puesta en boca del innombrable: «Si mi último proyecto es una mierda, mi vida habrá sido un fracaso». Pues bien su último proyecto jamás debió ser emprendido.

Pero primero, su decadencia y salida de El Mundo, de la que debió extraer lecciones y no engañarse presentándose por enésima vez como un mártir de la libertad de expresión. «Él organizaba un evento y venía incluso el rey. Hasta el día que convocó un acto, en el propio edificio de El Mundo, y empezaron a declinar la invitación. Vinieron tres gatos y medio. Fue un duro golpe. Llevaba a rajatabla que le rindieran pleitesía. Pero aquella tarde no consiguió que viniera nadie relevante. Fue en 2012 o 2013. Ya estaba de capa caída». Y «él notó una gran pérdida de poder e influencia».

Entonces es «cuando El Mundo ya ve que no vende, que no hay publicidad, empieza a desesperarse. Más aún al descubrir que no tiene poder, que llama y no acude casi nadie, o mandan a un segundo o a un tercero. Él pedía una cifra a un gran anunciante, pero sólo conseguía la cuarta parte».

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Ahora tiene una «empresita» que se va «comiendo su patrimonio», para alimentar el ego devorador de su Cruz, por lo que el resumen no puede ser más patético: «el innombrable tiene setenta años muy mal llevados y nunca ha estado bien» y «ahora se le ha acabado la influencia que ejercía».

El éxito rotundo de las memorias de Agatha se debe a su sinceridad, a su personalidad arrolladora y, probablemente, a que las compran los innumerables enemigos del innombrable para divertirse y pasárselo en grande con sus desventuras, que son muchas e hilarantes.

Quizás la más gloriosa, y absurda, es su enamoramiento de Albert Rivera, error en el que también cayó la patética Ana Patricia Botín, señal de que no es muy lista, la pobre. «Cuando nota que le odia el PSOE, porque ha librado una guerra durante años, y le odia la derecha, descubre al hombrecillo de Ciudadanos, Albert Rivera, y le empieza a llamar. Albert, cuyo mayor mérito era haberse hecho una foto en pelotas. El innombrable quiso influir. ‘Hay que votar a Ciudadanos’, decía sin parar». Albert e Ignacio PaniAguado fueron los errores groseros y cenitales del innombrable.

Me queda una quinta lectura dedicada a una persona que casi no figura, Cruz Sánchez, pero que, entre líneas, he creído descubrir su figura estrambótica.

Ágatha Ruiz de la Prada, mi historia, La Esfera de los libros, 4ª Edición, Madrid, 2021, 323 páginas.