Virginia Montes.
Donald Trump se cruzó en los planes de los globalistas cuando ganó a Hillary Clinton. Fue más que una derrota. un auténtico descalabro. Fue necesario un descomunal fraude electoral con el voto por correo y las máquinas bolivarianas de Dominion para aupar a la Casa Blanca a un demente, corrupto y sobón como Joe Biden, el perfecto pelele en manos de la agenda 2030 y el complejo militar industrial, que echaba una guerra y se encontró con Ucrania.
El balance del mandato de Trump es magnífico en política exterior, sin una sola guerra, un tiempo de paz, asegurando las relaciones sino cordiales si pacíficas con el Estado ermitaño de Corea del Norte.
Pero, a medida que pasa el tiempo, el balance es desolador. Donald Trump identificó el «Estado profundo», una estructura que gobierna Estados Unidos al servicio del globalismo, independientemente de la voluntad popular y de quien sea el presidente elegido, pero no hizo nada por cambiar el status quo, y así nos encontramos que mantuvo a Anthony Fauci y dependiendo de él, a los CDC y la FDA, a todo el alto militar de Pentágono y a la escoria en que ha devenido el FBI, cuyo director fue nombrado por Donald Trump.
Lo peor de su mandato fue la sumisión a los globalistas cuando pusieron en marcha la plandemia cuando permitió el enmascaramiento forzoso de los niños y que el sector privado ordenara vacunas experimentales a su fuerza laboral y le dio a los EE. UU.
Su presidencia fue un completo fracaso. Él mismo se ha timo vacunado tres veces y ha hecho promoción de la tim vacuna, como en el mitin de Alabama, donde fue abrumadoramente abucheado por su base social. Donald Trump es un fantoche.