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Demente Biden se hunde en las encuestas y arrastra al partido demócrata

Redacción




Virginia Montes.

Demente Joe Biden no se aguanta. O como titula el globalista Abc: «el presidente cae a los peores índices en popularidad en medio siglo a estas alturas de una presidencia». Y añade que ya ha caído más bajo que Jimmy Carter: «Joe Biden se ha desplomado esta semana pasada al punto más bajo de popularidad en su presidencia. Nunca, desde Jimmy Carter, se ha enfrentado un presidente de Estados Unidos a una opinión pública tan adversa a estas alturas de su mandato. En su partido han tomado nota, y ya se oyen en Washington voces demócratas que piden un cambio».

Los demócratas están alarmados porque arrastra al partido en su hundimiento, pero la cuestión es si demente Biden es algo distinto del partido demócrata, si es un buen o mal demócrata, y la conclusión es que es un perfecto demócrata, con toda la retahíla de políticas satánicas. Es, por de pronto, un hombre del aparato que ha vivido toda la vida de la vida pública. El vicepresidente con Obama ha llevado al extremo las políticas inmigratorias abriendo de para en para las fronteras, de forma que su política es calificada de «payasada» en Arizona y otros estados fronterizos, ha elevado la transformación en trans de toda la juventud norteamericana rompiendo los lazos con el orden natural, ha recibido como un duro golpe la sentencia de la Corte Suprema sobre el aborto devolviendo a los Estados la capacidad de legislar, enfrentándose a la Corte Suprema y a los estados, ha practicado el genocidio de las timo vacunas a través de los mandatos provocando una gran mortandad entre los adultos y, más lacerante, entre niños estadounidenses; la mortandad entre miembros de las Fuerzas Armadas se ha disparado un 4.413% y corren peligro de ser expulsados del servicio 120.000 efectivos de las Fuerzas Armadas y 60.000 de la Guardia Naiconal, lo cual mermara su operatividad de forma grave.

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Pero todas estas no son políticas de demente Biden sin cien por cien del partido demócrata en su deriva satánica de las últimas décadas, como lo son las políticas del timo climático al servicio de Al Gore y de Bill Gates. Añádanse ciertos grados de ridículo en política exterior, desde la retirada desmadrada de Afganistán hasta la pavorosa excentricidad de su papel en la guerra entre Rusia y Crimea, siempre al servicio del complejo militar industrial, tratando de convertir en un «paria» a Vladimir Putin cuando va camino de sumir a Alemania en un otoño sumamente frío y al mundo en los horrores y maldiciones de un proceso inflacionario de elevadas dimensiones.

Añádase al brebaje altas dosis de escándalos personales desde su irreprimible tendencia a manosear a niños y niñas en actos oficiales, en el mismo despacho oval, que habla de una más que posible pederastia; el diario de su hija en el que dice que se metía en la ducha con ella, «inapropiado»; y el ordenador de su hijo Hunter, toda una cámara de los horrores de pornografía y adicción al sexo compartido con «papá», al tiempo que es un corrupto a gran escala en la pocilga ucraniana a la sombra de Joe Biden, del que lo mínimo es preguntarse cómo un hombre tan degenerado e incapaz ha podido llegar a la Casa Blanca, sino a es a través de un fraude electoral.

Muy probablemente es lo que se buscaba: un pelele en manos de los satánicos globalistas, pero se les ha ido de las manos y ahora su partido tiembla por las elecciones de medio término que tienen lugar en noviembre y que pueden ser un cataclismo para los demócratas, con un presidente al que tratar como un demente con notas irrisorias sobre dónde debe sentarse y qué decir, las cosas más nimias, que confunde los países o saluda a asistentes imaginarios, que está pidiendo a gritos un impeachment por demente hasta el ridículo.

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