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El pelele y payaso de Joe Biden marca el punto más bajo de la historia de Estados Unidos

Redacción




Virginia Montes.

La huida de Afganistán, con la desbandada final y el desastre del aeropuerto de Kabul, la total falta de liderazgo de Joe Biden marca el punto más bajo de la historia de Estados Unidos. Más bajo no se puede caer. Biden ha culpado al ejército regular afgano y, con él, al pueblo afgano, dependientes de la cobertura aérea norteamericana, porque no tenían porqué luchar, pero lo que no ha entendido ese payaso y pelele es que el Ejército norteamericano tampoco tenía porqué luchar, ni tan siquiera por sus muertos en tierra afgana en veinte años de guerra dilapidados en siete días de guerra relámpago talibán.

El baboso Joe Biden, en acción.

Nadie está dispuesto a dar su vida por Black Lives Matter, ni por los Antifas, ni por el colectivo gay, ni por los trans, ni tan siquiera por el feminismo, el gran derrotado en Afganistan, en donde las mujeres han caído en el enjambre de burkas talibán y ya ni pueden soñar en tener una vida digna de ser vivida. Ni tan siquiera eso ha sido capaz de defender un personajillo senil y sobón, que no sabe ni dónde está, que tropieza varias veces al subir al Air Force One y que tiene continuos lapsus de memoria. Un ser insignificante, revestido de los vicios más abyectos y asquerosos, encumbrado por la escoria de los medios de comunicación y por las universidades elitistas de Estados Unidos que marchan sin rumbo hacia la autodestrucción de la nación.

Con los Estados Unidos, un mal aliado, alguien que no es de fiar, que te deja en la estacada, fracasa la OTAN políticamente correcta, inquieta por la mentira del calentamiento global, la UE sin sustancia, islamizada en muchas de sus naciones; fracasa Occidente, esa idea democrática del hombre libre que un día se atrevió a propugnar valores universales y que hoy tiene la peor clase política, la más corrupta, enfangada en el relativismo.

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Todavía en Francia hay un general Bertrand de la Chesnais que defiende el honor francés y los 89 soldados franceses muertos en combate en tierras afganas: «¡No, no moriste por nada! ¡Moriste sobre todo por Francia! Y éste está infinitamente en deuda contigo, no solo por tu sacrificio por la patria, sino especialmente por la esperanza que le diste a los afganos que te acogieron y por la causa a la que sirves». En España, ni eso. Han hablado las viudas de los policías acribillados a balazos en Kabul, un sacrificio que «no ha servido para nada».

El pelele Joe Biden, puesto para ganar fraudulentamente, representa la demolición de los Estados Unidos de América y la misma idea de Occidente, habitualmente odiada por los dirigentes occidentales. Entraña la desaparición del Partido Demócrata, trufado de satanismo. Con una segunda, Kamala Harrís, que rinde homenaje al feminismo en su vestido, pero qué no sabe ni quién es. La presidencia norteamericana está vaciada de contenido, está putrefacta, hiede; después de su discurso de circunstancias. Joe Biden ha regresado a Camp David. En vez del águila, el emblema de los Estados Unidos de Norteamérica debe ser, en propiedad, el grajo.

Lejos quedan los versos de Longfellow: «¡Despliega las velas, oh Unión, fuerte y grande!/La humanidad, con todos sus temores,/con todas las esperanzas de los años futuros,/¡contiene la respiración, pendiente de tu destino!». Y aún más lejos, el extraordinario ensayo, en 1836, «La gran nación de los tiempos venideros», publicado en la Democratic Review, considerado el texto justificativo del «destino manifiesto»: «Su suelo será un hemisferio, su techo el firmamento de los cielos tachonados de estrellas, y su congregación la Unión de muchas Repúblicas formadas por cientos de millones de seres felices, que no deberán obediencia a ningún amo porque serán gobernados por la ley natural y moral de Dios: la ley de la igualdad, de la fraternidad, de la ‘paz y la buena voluntad entre los hombres'».

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Los Estados Unidos de América han sido derrotados sin presentar batalla, el comandante en jefe es un payaso, cuyo servicio de inteligencia ha sido incapaz de prever el estrepitoso fracaso, porque representa una coalición de intereses bastardos de todo lo destructivo de la sociedad occidental.