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El nimbo y la pluma: una revolución espiritual contra el Nuevo Orden Mundial

Redacción




La publicación es una amena iniciación a los tesoros literarios de la tradición católica, a través de la presentación de hasta catorce de sus más prominentes héroes iluminados por el halo de la cristiandad. Así lo especifica el rótulo de la portada: Grandes custodios de la doctrina católica.

Escrito por José Antonio Bielsa, autor de numerosos bestsellers y con una formación cuasi erudita, El nimbo y la pluma ha sido redactado por un historiador, filósofo, docente, crítico cinematográfico y experto en el término Nuevo Orden Mundial (NOM). Escribe regularmente artículos y ensayos en revistas, prensa y diarios digitales sobre temas variados, para toda clase de público. Sólo con saber esto, se nos augura un libro prometedor.

De hecho, los nombres aquí citados pertenecen a autores muy conocidos entre teólogos e historiadores eclesiásticos del día. Silenciados por el NOM, el autor recalca que, en su publicación, «son todos los que están mas no están todos los que son» (pp. 13-14) debido a las exigencias de síntesis del formato. Pese a eso, don José Antonio menciona a otros «campeones de la Ley de Cristo»: San Hilario de Poitiers, San Efrén de Siria, San Cirilo de Jerusalén, San Cirilo de Alejandría, San Beda el Venerable, San Juan Damasceno, San Pedro Damián, San Bernardo de Claraval, San Antonio de Padua o San Alberto Magno entre otros (página 14).

El nimbo y la pluma¸ compuesto por una introducción, dos bloques (Edad Antigua y Edad Media) y una ficha final de los santos seleccionados (a partir de la página 101), enumera cuidadosamente por su fecha de nacimiento un listado de 9 y 5 sujetos respectivamente: San Atanasio de Alejandría, San Gregorio Nacianceno, San Basilio Magno, San Ambrosio de Milán, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo de Estridón, San Agustín de Hipona, San Pedro Crisólogo, San León Magno -primera parte- y San Gregorio Magno, San Isidoro de Sevilla, San Anselmo de Canterbury, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino como cierre de la publicación.

Volviendo a que Bielsa se caracteriza por ofrecer publicaciones no sujetas a un nivel de conocimiento concreto, este libro tampoco apela a un público docto: «Con franqueza, no pretendemos dirigirnos a un auditorio de teólogos profesionales, sino al hombre y la mujer de la calle, sin tiempo ni vigor suficiente como para acometer largas y prolijas lecturas de las fuentes originales (amén de prolongadas reflexiones)» (pág. 15).

Resultaría poco agradecido enumerarlos uno a uno previa síntesis de la biografía que el autor ya ha expuesto en precisos párrafos. De hecho, tras una investigación concienzuda, José Antonio Bielsa Arbiol mantiene una pulcra organización a la hora de exponer el carácter personal y literario de cada uno de los promotores más reconocidos de dicha doctrina católica. La representación (verbal) de la lucha entre el Bien y el Mal rezuma en cada pliegue de la obra; si ya el título es desafiante («nimbo») más revolucionario resulta una oda a la cultura, por partida doble rescatando la «pluma» de las Humanidades. El término Nuevo Orden Mundial late desde la primera página de la introducción, encargado de silenciar el tratamiento y estudio respetuoso de Cristo, así como la defensa de una práctica católica a disposición de los corazones que persigan la sencillez.

Ejemplo de la práctica del desprendimiento de la arrogancia es San Pedro Crisólogo, considerado un gran célebre de los oradores con el título de doctor de la Iglesia, y de los más asequibles y elocuentes expositores de la doctrina cristiana. Pese a que la controversia sobre su persona está más que servida debido a las sombras persistentes de la leyenda propiamente dicha, es innegable que el propósito central de sus escritos fue «la recta guía del rebaño» (pág. 53).

Sutilmente no sólo nos acercamos a Cristo y a la visibilización de las obras de sus mayores fieles, sino a una serie de valores -difíciles de encontrar hoy en día- que eclipsa contra ciertos aspectos vigentes que han hecho de nuestra Sociedad un flujo de falsos mesías.

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Como buen historiador, José Antonio Bielsa Arbiol narra también la situación sociopolítica a la que tuvieron que hacer frente estos siervos de Dios: desde la Edad Antigua (bloque menos extenso que el segundo) numerosos santos tuvieron que hacer frente a una crisis de fe de enorme magnitud. Vemos así que San Ambrosio de Milán convivió «con la herejía del arrianismo destacándose sobre todas las demás» (pág. 31). Las dificultades comenzaron cuando se estableció en Milán y, entre otras cosas, luchó por negarse a dar tierras cristianas a los herejes. Junto con San Agustín y San Jerónimo, no sólo se convirtió en uno de los tres grandes exponentes de la patrística occidental, sino que fue un importante promotor en Occidente de las fuentes de la teología oriental. Por su parte -y sin desmerecer al resto de citados-, San Juan Crisóstomo también difundió con alevosía y rectitud la doctrina católica. Incluso Bielsa forja una acertada comparativa con la situación espiritual en la que nos encontramos hoy en día, haciendo así indirectamente otro guiño al Nuevo Orden Mundial.

Ampliando más con San Jerónimo de Estridón, José Antonio lo define como otro de los doctos más polémicos de este listado, como el más certero puente entre el antiguo mundo clásico pagano y el mundo nuevo cristiano. Combatiente de todo tipo de peligrosas herejías (igual que San León Magno), le debemos la traducción latina de la Sagrada Escritura (La Vulgata) y más Escritos Polémicos mencionados como tal y que presentan de las más variadas controversias religiosas de su época (pág. 45).

Las personas tratadas en esta publicación no se limitan a gozar de la gracia de Dios anterior a una elección arbitraria, sino que son sabios ilustrados en diversas materias. Así, Agustín de Hipona (un gigante de la filosofía occidental) es comparado con Platón, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Ahondando en que cristianizaría el pensamiento de Platón, se asumiría el tratamiento de la realidad del dominio sensible como parte del mundo de las opiniones caracterizado por la caducidad.  Jerónimo de Estridón también fue influenciado por Gregorio Nacianceno, Gregorio Niceno y Apolinar, ensanchando su horizonte espiritual a causa de las discrepancias compartidas con ellos.

Rescatando «la pluma», las Humanidades, podemos mencionar sin ningún pudor a San Atanasio de Alejandría (considerado el Doctor de la Trinidad), por haber sido un vigoroso exponente del género de la Historia. A San Gregorio Nacianceno (defensor de la fe Trinitaria y famoso por sus epístolas), el más reconocido -literariamente hablando- de los escritores de su tiempo, la cima de la lírica española (e incluso comparado con San Juan de la Cruz) con una obra poética de más de 16 mil versos, siendo uno de los mayores monumentos líricos del primer milenio cristiano -y muy valorado por la crítica-. O a San Basilio Magno, «el más romano de los doctores griegos» (pág. 25) cuya biografía se parte en dos pilares complementarios entre sí: como «hombre de acción» y «religioso intelectual» (pág. 26). Destacan sus más de 300 epístolas para valorar su posición dogmática, aunque realizó otros escritos. A su vez, San Juan Crisóstomo o San Jerónimo de Estridón también son ensalzados literariamente por sus epístolas. Paralelamente a la descripción y desarrollo de estos santos y sus obras, encontramos fragmentos de los escritos que han acuñado de su puño y letra; un suplemento muy generoso por parte del autor para aportar dinamismo al libro y poder acercarnos a la obra original del citado en cuestión.

Algunos de los escasos doctores de la Iglesia no sólo han conseguido que sus obras literarias sean fervientemente reconocidas entonces y ahora (los 96 sermones recopilados de San León Magno fueron capitales para la historia de la Iglesia) sino que mantuvieron un contacto tan cercano como personal con ciertos papas -San Atanasio de Alejandría fue defendido por San Julio y San Liberio-, y han sido líderes natos como San León Magno del cual -todo sea dicho-, destaca su sobrenombre Magno ya que «contados son los pontífices conocidos en la historia con tal apelativo» (pp. 57 y 58) y cómo su autoridad se consolidó hasta el punto de convertirse en asesor de graves cuestiones y controvertidos debates.

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El bloque que comprende la Edad Media vuelve a enfatizar a sus protagonistas como guerreros de la palabra de Dios en un apogeo de turbulencias debido a las invasiones bárbaras, pertenecientes a un siglo (VI) asolado por los saqueos, epidemias y carestías. José Antonio Bielsa Arbiol aún indaga más en el contexto histórico, y menciona la expansión de la Lombarda, la peste bubónica o los pleitos con Bizancio como referencias. El primer custodio de la doctrina católica mencionado es San Gregorio Magno, promotor de heroicas acciones (pág. 65) y una obra literaria convertida en documentos excepcionales de la Iglesia y ordenados por él mismo (pág. 66).

San Anselmo de Canterbury guardó un devenir mediatizado por los hechos de tres importantes hombres políticos, reyes de Inglaterra en tiempos convulsos (Guillermo de Normandía, el Conquistador; Guillermo II, el Rojo y Enrique I). Envueltos por una crisis espiritual tras un período de disipación y caída, se consideró el verdadero padre de la escolástica, abordando posteriormente el estudio de la Trinidad. Sin transigir a las pretensiones de sus poderosos enemigos, jamás se rindió en su defensa hacia la Palabra Sagrada.

Ocurre algo similar con su predecesor, San Isidoro de Sevilla o «el doctor Hispaniae», inserto en lo más alto de la cumbre del «Genio de España» (pág. 68). De prodigiosa memoria, puede decirse que es un excepcional testigo de la Historia, pues presenció un buen número de acontecimientos extraordinarios antes, durante y después de la conversión en masa de los visigodos, salvados para la cruz en una época de espesas divergencias. Merecen una especial atención sus obras literarias históricas, pues como autor de éstas destaca Etimologías u Orígenes de las cosas.

En penúltimo lugar el autor nos deleita con el «doctor seraphicus» o San Buenaventura -es posible que aquel sobrenombre se lo diese el mismísimo San Francisco, quien cuando Giovanni era un niño, realizó un milagro a su favor, nos explica (pág. 84)-, «el más luminoso y granado de la cristiandad». Acusa una clara dirección aristotélica en su hilemorfismo en cuanto funda la distinción entre Dios y las Cosas; luminosa es, también, su Teoría del Amor. Sin duda, una clara conexión entre sabios, como se exponía con Agustín de Hipona y Platón.

Finalmente, cerramos esta reseña con el último paso marcado por José Antonio: hablando de Santo Tomás de Aquino, el «más eximio de los doctores de la Iglesia» y quien supone la culminación y apoteosis de la filosofía católica. También había un vínculo indudablemente estrecho entre su mente y la de Aristóteles. Movido por la demostración de la existencia de Dios, consiguió señalarlo sobresalientemente junto con la interpretación racional de los dogmas o el aislamiento de su núcleo misterioso supranacional por medio de las «Cinco Vías». Dejó, además de todo esto, un legado como autor de los dos mayores monumentos literarios de toda la Edad Media, siendo además el ilustre creador y responsable de Sumas.

Sin duda, poco podemos añadir a la conclusión de esta reseña, salvo que El nimbo y la pluma es altamente recomendable para aquellos que desean reforzar o redescubrir una relación sincera con Dios, analizando con reflexiones filosóficas en qué punto se encuentra la sociedad hoy en día. En definitiva, un libro que funcionaría como desencadenante para una revolución espiritual anti Nuevo Orden Mundial y que deja al lector con ganas de continuar averiguando más sobre otros custodios de la doctrina católica desde la «pluma» de José Antonio Bielsa.

Alba Lobera es periodista y directora del canal de YouTube Mundo Viperino

José Antonio Bielsa Arbiol: El nimbo y la pluma: Grandes custodios de la fe católica: de San Atanasio al Aquinate. Letras Inquietas (Abril de 2020)

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