Editorial.
Ese pin que luce en su solapa Felipe de Borbón es toda una declaración de intenciones y de falta de convicciones: es el emblema de la agenda 2030 de la ONU.
Un mundo sin fronteras, global, y un único gobierno mundial, la sombría y nefasta utopía de las élites y de las instituciones supranacionales; un mundo en el que la raza blanca sería exterminada. A eso es a lo que se pliega este hombre sin carácter, que mendiga mantener sus privilegios onerosos, de quien no ha dado en su vida un palo al agua.
La monarquía nos ha llevado hasta aquí, con su maldito Estado de Partidos, al separatismo rampante con el que el Gobierno de España, social comunista, negocia los Presupuestos y el mismo mantenimiento en el poder.
España necesita la República Constitucional como el comer, para sobrevivir. Sólo hay una forma de ser patriota: querer ser miembro de una comunidad política que elija al jefe del Estado-jefe de Gobierno en circunscripción nacional, con separación de poderes y diputados de distrito; ser repúblico.