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Una tiranía cada vez más irritante: La estupidez mediática al servicio de la «inteligencia media»

Redacción




Enrique de Diego.

Cuando a principios de los años 90 del siglo XX, la izquierda paró el pánico que le había entrado con su crisis y llegó a la conclusión de que la supervivencia de su modus vivendi dependía de que la «inteligencia media» se instalara en el Presupuesto, con criterios como todo el dinero dedicado a la cultura es poco, una falacia, la excepción cultural en el cine contra el «colonialismo americano», otra.

La izquierda dominaba la educación, la enseñanzas medias y la Universidad, y tenía infiltrados los medios de comunicación, amén de los sindicatos, los artistas, luego vendrían las ONG y el feminismo. El marxismo será sustituido por la estupidez, como bien vio André Glucksmann. Puesto que no había ciencia, pues el marxismo lo había pretendido, y había fracasado, es que la verdad no existía y todo era relativo. Luego comenzó la transvaloración, y la mentira se trocó en verdad y la verdad se hizo hiriente, por el simple esquema de proscribirla o de asfixiarla, de modo que saliendo por canales marginales adoptara la  forma de la disidencia, de lo excéntrico. Para eso, la «inteligencia media» tenía un buen arsenal de anatemas: retrógrado, reaccionario, y el más recurrente, facha.

Aparecieron nuevos pecados con los que demoler al enemigo; pecados delicuescentes, magmáticos, cambiantes, como la homofobia, la islamofobia, el machismo, la xenofobia o el racismo del Black lives matter, un movimiento en sí racista. Luego los delitos de odio, concepto vago y antijurídico, con los que se criminaliza a quien osa oponerse. Porque el esquema de la «inteligencia media» primero tiene para sus adversarios la conjura de silencio, el ostracismo; luego, la ridiculización; más tarde la criminalización y, en último término, la eliminación física, que pocas veces ha sido necesaria.

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Los medios de comunicación son la vanguardia del combate de la «inteligencia media» y los celosos guardianes del modelo mediante los anatemas. Se inventaron la publicidad llamada institucional, mera propaganda de los mensajes de la «inteligencia media» y forma de regar económicamente a los medios adictos, que poco a poco, fueron casi todos. Luego las licencias administrativas, por el que reciben como regalo la capacidad de emitir. El esquema admite una gran hipocresía. Por ejemplo, Silvio Berlusconi, que en Italia es de derechas, en España recibió de la Internacional Socialista Tele 5, que dota de entretenimiento basura a las personas de mediana edad y al público de gusto más cutre, pero demoliendo los principios morales de la civilización.

No se puede sobrevivir, no se triunfa más que aceptando los esquemas de la «inteligencia media», por muy absurdos que sean; se tiene acceso al dinero si se milita en la estupidez. La «pareja» Antonio García Ferreras y Ana Pastor ejemplifican bien el modelo. Él es el pope máximo con su estilo hortera de comentarista de boxeo y su capacidad para mentir y manipular. Ana Pastor es el Ministerio de la verdad, dedicada a la administración de la nueva ortodoxia y a la penalización del pensamiento disidente. Luego están gran cantidad de imitadores como Mamen Mendizábal, que tienen buen cuidado de no decir nada, o Cristina Pardo, otra representante de la nulidad al servicio de los postulados de la «inteligencia media».

Lo que es Antonio García Ferreras en el campo de la información, o mejor de la desinformación, lo representa en el terreno del entretenimiento Justo Javier Vázquez. Todos ellos mantienen idénticos postulados, siguen las mismas consignas, utilizan los mismos anatemas en defensa de su casta. Luego están los bufones. El humor es unidireccional, se trata de ridiculizar al adversario y a las ideas del sentido común. Esa tarea les corresponde a El Gran Woyming y a Risto Mejide; humor que no tiene gracia. grueso, con risas impostadas y forzadas.

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Susanna Griso es la vestal del modelo, la insulsa sonrisa del esquema, con el exquisito cuidado de las formas, lleno de prohibiciones, como decir la nacionalidad de los delincuentes. Ana Rosa Quintana es la musa de los antifas. A veces parece no estar a gusto con su papel, pero tiene buen cuidado de no cruzar ninguna línea roja, como su discípulo Joaquín Prat. Luego están en Informativos bustos parlantes como Ana Blanco, Matías Prats o Pedro Piqueras. Luego, en la radio, clones como Francino o Julia Otero.

Constituyen una tiranía del pensamiento, de la estupidez, cada vez más irritante e inútil,