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Lo que callé de José María Ruiz-Mateos (II). Los herederos en vida del Grupo Nueva Rumasa

Redacción




Ignacio Fernández Candela.. Escritor.

Al principio de mi actividad con el empresario como su portavoz -pidiéndome, después de que nos presentara su hija Begoña,  que batallara a su lado para averiguar lo sucedido que él desconocía verdaderamente sobre la quiebra del Grupo y reivindicar justicia ante la sociedad española por el expolio de 1983-,  en una ocasión en que ocupaba uno de los despachos de entrada al garaje de Alondra  y me hallaba ordenando documentaciones para investigar lo sucedido con Nueva Rumasa, como así me lo rogó él, encontré tres folios escritos con letra grande que parecían haber sido dictados para después pasarlos a ordenador, tal cual se solía proceder.

Leyendo aquellos folios comprendí que D. José María cumplía su papel de padre más allá de la trascendencia u obligación moral que podía ejercer ante sus hijos, asumiendo las culpas y la responsabilidad de un desastre que él no provocó pues ya había dejado en el 2004 la dirección de las empresas a los vástagos mediante un acuerdo familiar ratificado por todos y cada uno de sus miembros.
Subí a verle a su despacho donde permanecía dieciocho horas diarias, con el intervalo de una siesta de media hora para reponer sus fuerzas y el tiempo de ejercicio con el fin de disciplinar su cuerpo y su mente, y le mostré aquella comunicación dirigida a José María, Zoilo, Alfonso, Pablo, Javier y Álvaro. Aquellas dolidas y amorosas letras, aquel mensaje transmitido a seres de su misma sangre, no eran para sentir mucho orgullo de estirpe.
Le pregunté a José María si estaba dispuesto a semejante sacrificio, con lo que ya había cargado como cruz durante treinta años de injusticias y escarnio público injustificado, dando ahora la cara por sus hijos si eran ellos los responsables del desaguisado acaecido en Nueva Rumasa.
Él me respondió literalmente: “Soy padre, Nacho, no puedo hacer nada por mí si ellos no lo hacen por mí”. Con respuesta tan escueta intenté imaginar el insondable amor que junto al honor y a la dignidad aquel hombre profesaba, aún sintiéndose traicionado en lo más profundo de su alma como luchador íntegro entregado a su familia y no pocos miles de prójimos a los que quiso brindar trabajo y bienestar con su descomunal y LEGALMENTE establecida obra empresarial y financiera.
Uno de los motivos de enfado entre amigos que tuvimos él y yo durante años, fue por la dificultad que entrañaba defenderle pública y privadamente sin poder contar las verdades que se ocultaban. Por ello titulé a su único blog oficial “La verdad oculta de Nueva Rumasa“; título como referencia a lo que se desconocía públicamente,  siendo veraz precisamente aquello que callaba el empresario dando la cara por una familia que le abandonó a su suerte. Aquella verdad oculta hizo muy difícil mi labor por dar a conocer al sacrificado hombre que cargó la cruz de la indignidad inmerecida responsabilizándose de lo que no era culpable.
Teresa Rivero, con quien tuve sonoras broncas por su incapacidad de mostrar humanidad con los damnificados, era el martirio diario que tuvo que soportar D. José María quien resignadamente justificaba las permanentes actitudes displicentes, siempre crueles por el desequilibrio emocional que había provocado en ella tantos problemas. Sin embargo, más allá de las circunstancias, comprobé en esta familia durante años que la indiferencia ante el sufrimiento, la insensibilidad tratando con los afectados de los pagarés, rozaba invariablemente la sociopatía.
 José María Ruiz-Mateos tenía tragaderas de héroe;  permanecía mayestático como un general al frente de una tropa derrotada pero llevando sobre sí la carga de la batalla diaria con un ejército desertor que lo había traicionado. En él existía una lucha callada que reflejaba sufrimiento absoluto en su limpia mirada. A veces, cuando yo llegaba a Alondra y le veía sentado en el despacho con un rictus de indignación incontenida, levantaba la voz y me decía:
“No van a ser Yvancos ni los jueces quienes metan en la cárcel a mis hijos, sino yo, Nacho”.
 Una vez se desahogaba pasaba página al enfado y volvía a serenarse en la apariencia para dejar que el torbellino, el ardor del padecimiento, le siguiera consumiendo inexorablemente. Decía de ellos que eran señoritos sin mérito y que se habían ganado el don sin saber lo que era el respeto por sí mismos y por los demás.
Un año después de su marcha no voy a callar más y me pronunciaré en aras de la verdad y en defensa de un héroe vilipendiado por sus enemigos y los ignorantes que saben lo que les conviene omitiendo razones de peso que nunca han considerado. Hipócritas e ignaros.
Ahora que el hombre ha desaparecido materialmente perviviendo su memoria -amigo al que fui leal cuando casi todo el mundo le abandonó a su áspera suerte, maldita por ser provocada por los ajenos y apuntalada en los últimos años de su vida por cuantos vivieron cómodamente de sus sacrificios-, y no tengo otra obligación de silenciado compromiso, atacado desde todos los flancos por el privilegio que fue su confianza, empezaré a descubrir esas verdades ocultas, soportadas por él con Honor dando como padre la vida entera hasta expirar agotado de luchar y pensar.
 Próximamente comunicaré las palabras que D. José María transmitió a cada uno de sus hijos, hallando en esos folios que encontré en mi despacho la prueba de que él fue inocente y jamás se habría prestado a realizar una emisión de pagarés tan nefasta de haber sabido a ciencia cierta cuál era la verdadera situación de las empresas que él legó. Siempre me dijo, reiteradamente, como si con ello aliviara el peso de su equivocación, que su mayor error fue no haber trasladado las responsabilidades a sus directivos de confianza en vez de a los varones de la familia. Pecó de orgullo de padre queriendo ver en sus hijos el reflejo de responsabilidad que jamás poseyeron. Lo lamentó amaneciendo en una pesadilla diaria de la que fui testigo brindando la amistad en la trinchera.
El autor con Ruiz Mateos, en una reunión. /Foto: archivo personal del autor.El autor con Ruiz Mateos y García Trevijano en una reunión. /Foto: archivo personal del autor.
El día a día durante años a su lado fue trabajo sin descanso, domingos y fiestas de guardar incluidos, citándonos con la flor y nata de la banca que antes le arrebató sus veintitres entidades financieras gracias al infecto golpe impune del felipismo que a tantos enriqueció comprado el silencio; buscando alternativas, negociando respuestas, iniciando y continuando Proyectos, manteniéndose con firmeza hasta que la muerte le arrebató su empeño. No para los amigos que permanecen defendiendo su buen nombre a sabiendas de que ello pasa por pagar a los Inversores que él no estafó jamás. Así lo corroboran las investigaciones de la UDEF.
 José María Ruiz-Mateos murió torturado moralmente, derrumbado ante el desenlace que vislumbraba, indignado pero en Paz sabiendo que lo había dado todo como gran batallador, recto y limpio de conciencia, abandonado y consumido. Lloró las lágrimas ácidas de un héroe y gran padre tan incomprendido por las alimañas que le sometieron a lenta muerte sin piedad.

http://laverdadocultadenuevarumasa.blogspot.com.es/2015/12/informacion-proyecto-de -pago-inversores.html

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Los amigos no dejaremos que los responsables de tanta tragedia dejen de asumir el compromiso de un excelso padre que dio todo por sus hijos. Se sigue trabajando-según los socios del trabajo realizado- la siembra de un proyecto de pago donde él dejó sus firmas . Si esta llegase, sería el legado de Honor magnificado para un muy injustamente tratado y desconocido José María Ruiz-Mateos al que la ignorancia, la trampa constante contra su persona por parte de poderosos hijos de mala madre y malnacidos que van de honorables por la vida y la intención destructiva de la envidia convirtieron su vida de noble y honrado, sí, honrado batallador, en un infierno que primeramente le procuraron sus enemigos y las codicias de cientos de parásitos que se beneficiaron de la expropiación de Rumasa y después la sangre de su sangre: los hijos en los que quiso creer y que tan salvajemente le decepcionaron-incluida Begoña Ruiz-Mateos junto a su marido, Antonio Biondini, por sus tejemanejes para intentar deshabilitarle y litigar por 250 millones de euros sin pagar a los Inversores; de estos mucho que hay que decir incluido lo que es vender el honor de un padre por dinero-, hasta ser consciente del último suspiro. En esta historia de los últimos años del empresario solo hay villanos con apariencia sacrosanta y otros que ni disimularon las inicuas intenciones.
Seguro que descansó muy en Paz conociendo extensa y dolorosamente lo que se dejó familiarmente-cuan numerosa extirpe le sacó los ojos del alma después de criarla-sobre esta ingrata Tierra.

Próximamente: El legado moral de Ruiz-Mateos a sus rebeldes varones.