Sergio Fernández Riquelme se ha consagrado como uno de los mayores expertos españoles sobre los movimientos nacionalistas, populistas e identitarios. Recientemente, ha publicado con la editorial Letras Inquietas su nuevo libro El renacer de Rusia, en el que analiza el fin de la URSS, la fallida transición a la democracia dirigida por Boris Yeltsin y la nueva Rusia de Vladímir Putin.
Para sus seguidores (una amplia mayoría de rusos), Putin es poco menos que el salvador de Rusia, el líder fuerte que ha recuperado su grandeza. Por el contrario, para sus detractores (unos pocos, tal y como demuestran las urnas insistentemente), Putin es un dictador. ¿Quién es realmente Vladímir Putin?
Es ambas cosas. Y no tan paradójicamente, porque la realidad política nos enseña como, más allá de la propaganda liberal-progresista, las dimensiones señaladas por Weber (lo carismático, lo racional y lo tradicional) pueden ir (o van) de la mano. A mi juicio, Putin es tanto un líder muy popular que valora y cuida el amplio apoyo ciudadano con el que cuenta, como un líder soberano que sitúa a la autoridad como un valioso factor de control, unidad y progreso. Para unos será un salvador y para otros un dictador, pero en todo caso es el presidente que dirige con relativo éxito y con mano firme, para sus apoyos y partidarios, el país más grande de la tierra.
A lo largo de tu libro El renacer de Rusia, defines el sistema político diseñado por Vladímir Putin como una «democracia soberana». ¿Cuáles son las principales características del mismo?
Es un modelo jurídico-político anclado, para sus defensores, en la tradición nacional rusa, y que pretende demostrar que, guste o no, hay otras formas de gestión política e incluso de organización democrática en la historia. En cada país existe, siempre, una elite política (más o menos diversa) que domina el sistema y que controla sus medios de participación y representación (desde las finanzas, las instituciones o los medios), abriendo en grado variable los cauces ciudadanos. En el caso ruso, su modelo más controlado y limitado se basa en una serie de sectores y organizaciones “sistémicas”, presenta una estructura estatal más jerárquica, representa una amplia diversidad territorial bajo la estricta unidad nacional, defiende un orden social que combina tradición (con sus valores morales y familiares tradicionales) y modernidad (con prácticas económicas y culturales homologables al resto del mundo desarrollado), y tiene una política exterior multipolar en defensa del “espacio vital” considerado como propio (de influencia o de expansión).
Tras muchos años mirando hacia Washington, un número creciente de países, incluso de la Europa occidental, han vuelto sus ojos hacia Moscú. ¿Qué puede enseñarnos la Rusia de Putin a los europeos?
Que es necesario un mundo multipolar que respete la diversidad de tradiciones políticas, culturales y sociales, buscando puntos de encuentro más que formas de dominación. Rusia se ha convertido, para muchos estadistas y países, en una especie de modelo (real o simbólico) de “poder soberano” capaz de defender sus intereses, un modelo nacional diferenciado o ciertas características propias, ante la que es denunciada como “neocolonización” socio-cultural de las potencias occidentales (de los EE.UU. a la UE) en el mundo global y su pretensión del llamado “Nuevo Orden Mundial” (NOM).
Una de las grandes preguntas es qué pasará el día después que Putin abandone el Kremlin. Las transiciones de poder en Rusia siempre han sido muy traumáticas. ¿Ha definido ya Putin cómo será la Rusia sin Putin?
Las enmiendas de la nueva constitución rusa en 2020, aprobadas por amplia mayoría de la población rusa, pretenden consolidar la visión “soberanista” de la Rusia del futuro, con Putin o sin él. En ellas se contienen las claves de la Federación rusa del presente y el futuro: un país más unido y centralizado (ante su enorme extensión y sus numerosas repúblicas internas), con un modelo político-representativo limitado y controlado a las citas “fuerzas sistémicas” (de los comunistas de Ziugánov a los nacionalistas de Zhirinovski), con el respeto a la gran diversidad étnico-cultural pero bajo la primacía vertebradora del pueblo ruso y su idioma (russky), con una estructura política más organizada y jerarquizada (dependiente del Kremlin), con una protección social más avanzada, con unos valores morales y espirituales tradicionales muy definidos, con una peculiar visión integradora de la historia nacional (una no tan imposible conciliación de lo mejor de la época medieval, de la zarista y de la soviética), y con una clara defensa de su soberanía política y jurídica frente a organizaciones supranacionales globalistas. Estas son las principales “ideas-fuerzas” del putinismo que se han consagrado en la Carta magna, y que supuestamente deben marcar la más que posible reelección de Putin o el camino posterior a sus futuros sucesores.
¿Tiene Putin elegido a su delfín? ¿Existe una terna de posibles sucesores?
Se especuló mucho sobre su sucesión antes de la citada reforma constitucional de 2020, que permite ahora a Putin, si lo desea, presentarse de nuevo para la Presidencia. Y en esos meses dos fueron los nombres que se barajaron como posibles sucesores: Serguéi Shoigú, ministro de defensa y, por así decirlo, el máximo representante del sector militar-patriótico; y Serguei Sobianin, alcalde de Moscú, y de la vertiente más económicamente liberal de la élite política rusa. Mientras, para el futuro más lejano se habla de varios de los nuevos ministros y gobernadores elegidos directamente por Putin en los últimos años, formados totalmente bajo su mandato, y que fueron parte de los servicios de seguridad o de gestión en la presidencia.
¿Cómo será presentado Vladimir Putin por la historiografía de las siguientes generaciones?
Las generaciones posteriores al “putinismo” (como ideología estatal o como periodo temporal) mantendrán su legado, continuarán su línea, o decidirán cambiarlo todo. El destino nunca está escrito; por ello, en los libros posteriores de historia rusa, como siempre dependiendo de la elección nacional futura o de aquello que los rusos hagan mejor o peor que nosotros en estos años, encontraremos lecciones (y escribiremos también desde fuera) sobre si fue ese líder fuerte al que recordar, si fue un periodo histórico con aspectos positivos a mantener, o si por el contrario fue una etapa autoritaria que alejó a Rusia del mundo occidental y que fue excesivamente personalista. Pero en todo caso, y más allá de las filias y fobias que provoca, Putin será recordado como el Presidente que impulsó el “renacer de Rusia” como nación soberana, en sus límites y en sus oportunidades, en la era de la globalización (tras las décadas de derrumbe y ruptura humillante de la pretendida potencia mundial de la URSS, y de “salvaje” transición hacia la democracia liberal-capitalista en manos de los oligarcas de Yeltsin).