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EL CNI montó un chalet para que follara Juan Carlos en Puerta de Hierro y puso a su disposición nueve pisos más

Redacción




Enrique de Diego.

El CNI, antes llamado CESID, puso para uso exclusivo de las folladas del rey un chalet en la urbanización de Puerta de Hierro. También puso a su disposición hasta un total de nueve pisos que eran compartidos con su destino habitual con visitas esporádicas del lascivo monarca, que no dormía con su esposa desde 1975, cuando ésta le pilló in fraganti con Sara Montiel en la finca del Estado de Quintos de Mora.

La ruptura del matrimonio real fue escrupulosamente hurtado a la opinión pública española, en una de las más vergonzosas operaciones de tapadera en la que colaboraron todos los medios de comunicación y los periodistas, que temían perder su trabajo o que simplemente eran lacayos y cortesanos, como todos aquellos adscritos a la información de casa real. Año tras año, se hicieron las consabidas fotos de familia más falsas de un Judas de plástico, mientras la lujuria del Borbón se disparaba y el CNI hacía de mamporrero de sus folladas. Bárbara Rey fue la barragana que más duró, catorce años, y fue objeto de un robo en su casa por los espías españoles buscando material sensible, tras haber chantajeado durante años la vedette al Estado.

El chalet de Puerta de Hierro es de magnífica construcción pero su decoración no había sido renovada, siendo la clásica de los años 70. Está en la zona más exclusiva de la urbanización y propicia a «vigilancias secretas» de las que personas que transitaban. Otras nueve instalaciones fueron puestas al servicio de los imperiosos desfogues del monarca, que ejercía una especie de derecho de pernada sobre Prado del Rey, entre las señoras de virtud frágil que querían ascender en la televisión, colindante con Zarzuela. Con frecuencia el fauno simplemente pedía carne fresca y se le llevaba para añadir otra cabellera a su colección de chulo puta.

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Entre las instalaciones del Estado usadas por el semental Borbón están un chalet en El Viso y dos pisos en el Barrio de Salamanca. Más gravedad entraña el asesinato de la actriz del destape, Sandra Mozawroski, una joven de 18 años, embarazada del monarca, que murió el 14 de septiembre de 1977, en pleno proceso histórico de la transición, y que amenazaba con contar quién era el padre a una revista italiana. Los medios de comunicación, condescendientes y cómplices, dieron la noticia como si se tratara de un suicidio o de un accidente, incluso alguno dio el detalle de que se precipitó al vacío cuando regaba las plantas, aunque éstas jamas existieron y la valla es extraordinariamente alta.

En los ambientes del antiguo CESID siempre se ha considerado un «asesinato de Estado». Las correrías lascivas de Juan Carlos, de las que se ufanaba en su biografía oficial escrita por José Luis Villalonga, cuando utilizaba una moto con casco por medio Madrid, contaban con el discreto malestar del teniente coronel Manglano, director de la «Casa», y tenía divididos a los espías en dos bandos, el de los trepas que consideraban positivo que el CESID tuviera cogido por las pelotas al monarca, y los que se avergonzaban de tal actividad inmoral.

En toda esta historia, quedan fatal los medios de comunicación españoles de todo signo ideológico pues no dieron nada hasta el incidente de Botaswana con Corinna. Ante el descrédito, los medios de izquierdas han elaborado un argumentario según el cual fueron juancarlistas en su juventud y engañados por el monarca, del que nunca supieron sus actividades corruptas. El tono lo ha dado Iñaki Gabilondo, pope de la izquierda mediática, quien ha dicho «Felipe no se merecía esto», como si el hijo no supiera lo que hacía el padre, en cuyo caso debería ser declarado incapaz e inhabilitado para la jefatura del Estado. Antonio Avendaño, de El Plural, es un exponente de la falaz consigna. Tras mostrar su decepción porque «el primer Borbón que nos había salido bueno en tres siglos recupera lo peor de la familia», y de hablar de su «cándida madurez juancarlista», añade que «no te lo perdonaré jamás, Juan Carlos» y considera que «la única salida honrosa es darse muerte por su propia mano». Podían haber leído el muy publicitado libro de Jesús Cacho, «El negocio de la libertad», donde reseña la corrupción sistemática del monarca, constitucionalmente establecido como inviolable, con sus andanzas con Javier de la Rosa o Mario Conde, o el mío «La monarquía inútil».

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