Editorial.
Vamos a pagar todos la broma macabra del feminismo el 8 M. El presidente del Gobierno debió prohibir y no alentar con la presencia de su esposa, Begoña Gómez, que ha dado positivo en coronavirus, y el conjunto de su Gobierno, con dos ministras infectadas, una de ellas la de Igualdad, la peculiar Irene Montero. La celebración de concentraciones multitudinarias debía tener lugar sí o sí. El feminismo ha devenido en la única seña de identidad del socialismo y de la izquierda o de la extrema izquierda. Por eso, las concentraciones tenían que celebrarse a cualquier precio.
Da grima recordar los cánticos de «preferimos morir por el coronavirus que por el heteropatriarcado», que nunca ha existido, que es una ensoñación ideológica, frente a un virus que, el propio presidente del Gobierno ha reconocido, «no entiende de ideologías». El feminismo es la nueva superstición, con su propio lenguaje inclusivo, que se cree capaz de vencer o sortear el coronavirus.
Hay un antes u un después del 8 M en la pandemia. Ese día aumentaron exponencialmente los casos hasta un 50% en Madrid. Políticas sin ninguna base salvo la «visión de género», como Carmen Calvo, asistieron con la emoción de colegialas; Isabel Celáa tenía que cerrar los colegios unos días más tarde; Fernando Grande-Marlaska, perejil de todas las salsas, se hizo presente en carne mortal. El feminismo produce milagros: una cajera de supermercado accede al ministerio de Igualdad, y nos quiere dar lecciones con una ley de libertades sexuales o del «sí es sí», copiada de la sueca, en cuya nación se han disparado las violaciones -hasta ser el segundo país en número de ellas- coincidiendo con la política laxa hacia los emigrantes. Resultado: Irene Montero y la ministra de Política Territorial, Carolina Darías. Y la esposa del presidente, Begoña Gómez.
Pedro Sánchez no ha sabido ni proteger a su esposa, no le concedemos el beneficio de la duda de que esté capacitado para proteger a los españoles del coronavirus. Un gobierno en que el vicepresidente, Pablo Iglesias, con su pareja infectada, se salta la cuarentena es otra broma macabra. Fernando Grande Marlaska, con una conducta tan irresponsable como implica su asistencia a la concentración del 8 M, está inhabilitado para hacer el despliegue y tomar el mando de todas los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Es penoso, es terrible, pero es obvio.
La reacción es desproporcionada. Bastaría prohibir concentraciones multitudinarias como el 8 M, o el acto de Vox en Vista Alegre. Puede dar la impresión de que se trata, tarde, de matar virus a cañonazos. La historia sería de otra forma si borráramos el error, el inmenso error del 8 M, fruto de la superstición feminista, si se hubieran cerrado las fronteras, como pidió Rambla Libre. Las consecuencias económicas de paralizar un país, de parar su economía, van a ser incalculables, letales, y se podía haber evitado. El Gobierno tan supersticiosamente feminista está incapacitado para afrontar esta emergencia sanitaria.