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Lo que no quiere Elisa Beni que se sepa de su oscuro pasado

Redacción




Enrique de Diego.

No salgo de mi asombro ante esta Elisa Beni desorejada y dispuesta siempre a epatar a la burguesa, enseñando muslo y gritando con voz de falsete. ¡Qué tiempos aquellos de la revista Época donde aún se respiraba algo del espíritu fundacional del gran Jaime Campmany, en Maite Alfageme, por ejemplo! Tras contarnos las proezas sexuales, muchas y variadas, de tu primer esposo, caballero legionario -¡bien alto dejó el pabellón de la Legión-, y describirnos la última lencería fina que te habías comprado y que lucirías el fin de semana para solaz disfrute de tu segundo esposo, el magistrado Javier Gómez Bermúdez, de quien he de decir que no contabas proeza alguna, salvo las profesionales, nos tocaba centrarnos en nuestro trabajo y cerrar la revista, porque mira que eres estridente y chillona hasta la histeria.

Trabajar poco, que eres la pelota mayor del reino de Julio Ariza, siempre en su despacho, siempre dorándole la píldora, siempre celosa del que llegara con una exclusiva, siempre dispuesta a intentar boicotear al buen profesional. Siendo tan feminista radical no se te notaba nada. Época no iba de ese palo, ni por asomo. En cuanto eso de la homofobia, entonces no existía tal pecado laico, pero empezaba a verse el peligro de la santa inquisición, y Ariza estaba muy preocupado porque, en el futuro, no se podrían decir las cosas que él decía. Tendría que llegar el inefable Alberto Ruiz Gallardón para introducir en el Código Penal los delitos de odio. La portada de Época prácticamente comparaba a los homosexuales con animales y tú chitón, ahora tan feminista (yo escribí un artículo en Libertad Digital distanciándome de tan delirante tesis), entonces tan silente y acomodaticia.

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Recuerdo tú delirante escena de la defenestración. Ocurrió que hubo cambio de director y nombraron a Rafael Miner -¿qué habrá sido de él?-, un buen profesional, que se vio obligado por Ariza a vender su casa e irse de alquiler a Mirasierra, y de repente tú estallaste en tu ambición insatisfecha, en tu mediocridad hiriente y exultante, a voz en grito. Insostenible mantenerte, al día siguiente aparecista acompañada de Gómez Bermúdez, en actitud intimadatoria, una escena claramente machista esa de llevar a tu maridito, ya tu ex, que parece que has llevado mal tu divorcio. Luego fuiste directora de Comunicación del Tribunal Superior de Justicia de Madrid de donde te echaron por «pérdida de confianza», tras tener la osadía de publicar La soledad del juzgador, un libro corta y pega, con algunas confidencias de alcoba, sin interés alguno, mediocre como tú eres.

Te has reiventado como una feminista radical pero no eres más que una oportunista haciendo el papel que más le conviene.