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Losantos, el último estalinista ‘sentencia’ a Pablo Casado

Redacción




Luis Bru.

Federico Jiménez Losantos ha confesado que en las elecciones generales del 10 N ha votado a Santiago Abascal. En las de abril, dijo que había votado al PP, y adujo que lo había hecho por el programa económico liberal de Daniel Lacalle. Entre abril y noviembre no han pasado suficientes cosas para ese cambio de voto, sobre todo en una persona que va de referencia moral de la derecha, de guía intelectual. Losantos tiene una larga trayectoria de cambios. En varias ocasiones afirmó que había votado a Ciudadanos, y consta que puso a una colaboradora de confianza, Cristina Losada, como candidata a la Xunta de Galicia. Ha dejado su sendero repleto de cadáveres políticos: Angel Acebes, Eduardo Zaplana, y la más notoria, Esperanza Aguirre. Y también podemos apuntarle a Albert Rivera y Juan Carlos Girauta. No es que haya acabado con ellos, pero les ha ayudado a despeñarse.

Es el último estalinista. Francisco Marhuenda le llama cariñosamente «mi bolchevique» y acierta. Toda broma esconde algo de verdad. La persecución a la que fue sometido el equipo de César Vidal, toda persona que había colaborado con César Vidal, fue lo más parecido a una purga soviética. La eliminación de toda referencia histórica a César recuerda la tendencia a reescribir la historia de Stalin. Obviamente, como metáfora o semejanza. Pero es que el mismo ha escrito que las tácticas comunistas, que incluyen el desprestigio del contrario y su deshumanización, son buenas para defender la libertad o el liberalismo. El fin justifica los medios.

César Vidal asevera que en la COPE Federico Jiménez Losantos adquirió un sentido de la omnipotencia y que no supo asimilar la pérdida de poder que significó su salida hacia Es Radio. Omnipotencia jupiterina lanzando rayos sobre los pobres e indefensos humanos. O mejor, omnipotencia estalinista. Se ha creído que podía decretar la muerte civil de quien era objeto de sus diatribas, y dictar quién podía ascender en la estimación de la opinión pública o ser defenestrado. Tiene una personalidad destructiva y paranoico. Rara vez deja de ser constante en sus odios para los que patriomanioliza la idea nacional.

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En su ámbito, es un pequeño César y, como a los locos, lo peligroso no es que se crea Napoleón sino que sean los demás los que se lo crean. Me parece que es el caso o que lo ha sido durante demasiado tiempo.

Ahora la ha cogido con el líder del PP, Pablo Casado. Lo ha tratado como un perro, una mascota, no un rotbailer. Lo ha deshumanizado como se hacía con los disidentes. Le pone deberes imposibles, le reclama obligaciones imposibles de asumir. Dice que no hace nada para formar Gobierno, cuando los datos objetivos le han enviado a la oposición y a una oposición desmerecida. Le presenta como un hombre que tiene miedo, que ha vuelto al PP de Rajoy. Ciertamente, Pablo Casado está terminal. La escena de la tribuna de Génova puede haber sido el canto del cisne, porque Pablo Casado ha hecho lo que no se perdona nunca en política, el ridículo. Situada su expectativa en 100 escaños se ha quedado en 88. Celebrar eso como una victoria es caer en el desproposito y además tener a otro partido soplándole en el cogote con 52 diputados de Vox, con la intención declarada de sustituirle.

Un amigo mío, buen observador de la realidad política, me dice: «Losantos no influye a nadie; es un showman». No estoy de acuerdo. Es un animal acorralado y herido que utiliza tácticas de demolición del contrario. Queda por ver si Pablo Casado aguanta la embestida. Como los viejos tiburones de dentadura mellada ha olfateado la sangre. Por de pronto, ha roto su silencio para decir que con Cataluña, Navarra y la economía no puede avalar a Pedro Sánchez. «Somos la alternativa», ha dicho Pablo Casado. Ahora debe ir a por Federico.