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Pedro, el tedax (y 2)

Redacción




Tedax. /Foto: ABC.es.
Tedax. /Foto: ABC.es.

Enrique de Diego

Pedro, el tedax, no está de acuerdo con que hayan puesto cargas de hiperpotencia a las dos bombas encontradas en las estaciones de Atocha y El Pozo. Va a la Comisaría del Puente de Vallecas con la decisión de desactivar la bomba para conseguir pistas, pues la Policía marcha a ciegas. Y es el operador número uno. Por encima de él no hay nadie, ningún mando policial, ni ningún cargo político.

Esa decisión, que implica jugarse la vida, es la consecuencia de lo que ha visto, de tantos muertos de tantos heridos. Se merecen –considera- que el tedax dé lo mejor de sí mismo, que se la juegue.

Entre las 2,20 y 2,30 se personan en la Comisaria, que ha sido desalojada. Un funcionario de Policía le lleva hacia la dependencia donde está la bolsa. Le pide que cierre la puerta y salga de Comisaría: es el protocolo, la soledad del tedax, si explota, debe ser la única víctima. Procede a inspeccionar la bolsa y confirma de inmediato que se trata de un artefacto explosivo: el teléfono móvil del que parten dos cables de detonador –rabizas- de colores azul y rojo, que se introducen en la bolsa de basura que contiene una masa maleable al tacto, introduciendo el dedo en el interior y comprobando que se trata de una pasta blanquecina que por su textura característica, identifica inmediatamente y sin ningún género de dudas como dinamita.

El teléfono móvil está apagado. Puede habérsele acabado la batería; puede ser una trampa. Pedro comunica a la escala de mando que ha aparecido otra bomba y decide que no es conveniente desalojar los edificios para no provocar el pánico. Se necesitarían muchos efectivos policiales para esa operación. Quiere saber si hay algún descampado cerca. En el 091 no tienen ni idea, así que tiene que salir y preguntar a un funcionario:

  • Sí, relativamente cerca, está el Parque Azorín.

Pedro organiza el dispositivo de traslado con tres vehículos, un coche guía, un radiopatrulla con funcionarios de la Comisaría que conocen el trayecto; luego, él, solo, en otro coche, donde va también la bomba; y en tercer lugar, un furgón Tedax con otros miembros del equipo; cada uno a una distancia de cien metros. Es el peor momento, un punto muerto en el que no puede trabajar sobre la bomba; solo puede pensar, sentir, sufrir, resistir hasta llegar al Parque. Es en este trayecto, cuando el descreído Pedro reza con fervor al ángel de la guarda: maldita la gracia que explotara ahora la bomba; de él no quedaría nada, pero también se perderían las pruebas.

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Se llega sin novedad y Pedro, tras analizar las condiciones del lugar y coloca la bomba lo más alejada posible de los edificios que hay detrás del Parque. A continuación le practica una radiografía, lo que no hizo en Comisaría para evitar el riesgo intrínseco de una explosión provocada al incidir los rayos x sobre los componentes del artefacto; la radiografía no puede abarcar toda la superficie debido a las dimensiones reducidas del portaplacas, lo que limita la radiografía a la parte del teléfono, donde se observa la silueta de un móvil y un amasijo de cables.

Van llegando mandos policiales y se suceden las explicaciones. Pero Pedro es el operador número uno y ya ha decidido jugársela por las víctimas. Sabe que con los medios convencionales de desactivación de que disponen, la experiencia del día anterior y las características de los elementos que componían la bomba, la única forma de desactivarla es a mano, al límite –gestionar situaciones al límite. Sabe que si consigue desactivarla, la información que aporten los elementos de la bomba puede ser vital –en ese momento el desconcierto policial y en los servicios de inteligencia es total- hay que arriesgar.

No se pone el traje de protección especial antiexplosivos. Entorpecería los movimientos –pesa cuarenta kilos- y el casco, de noche, dificultaría por completo la visión ya de por sí escasa. Unos simples guantes de latex en las manos para no eliminar huellas. Primero le puso una potera –un ganchito con una cuerda- para intentar extraer el explosivo, pero estaba perfectamente ajustado en la bolsa. Con paciencia infinita, mientras se juega la vida a cada segundo eterno, desempalma los cables y saca el móvil. Luego extrae el detonar siguiendo el curso de los cables. Nada más verlo puede comprobar que se trata de un detonador antigrisú, de los que se utilizan en las minas de carbón. Con los dedos palpa unos objetos metálicos, que resultaron ser los clavos utilizados como metralla.

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Una vez hecho eso, saca con sumo cuidado la bolsa de basura de plástico, azul clarito, con un nudo amarillo. Le llama la atención que los empalmes no están encintados, no llevan cinta aislante, los cables están pelados, limpios, sin envoltura plástica. Ése fue el error de los terroristas. Por lo demás, es una bomba sencilla en su confección, pero muy ingeniosa y efectiva.

Pedro desmenuza el explosivo, a fin de descartar que haya algún tipo de trampa en la masa explosiva. Intervención concluida, todos los elementos del artefacto se recuperan intactos. Se recogen, se meten en bolsas de muestras y a la Unidad Central.

Se han conseguido pruebas cruciales. La tarjeta, el mismo móvil que tiene un número de serie y conducirá a la tienda de Jamal Zougam, que tiene en su sótano un taller de reparaciones. El detonador que es español, de cobre, de los que se denominan detonadores de seguridad, que se utilizan en minería, para ambientes de grisú o atmósferas inflamables. Se inicia la pista asturiana. La dinamita es nacional, Goma-2 ECO (Ecológica), como saldrán de inmediato en los análisis.

España todavía da héroes como Pedro, el tedax. Nunca ha hecho caso a los dicterios de Pedro J, Losantos y a las elucubraciones de Luis del Pino, porque siempre las ha considerado propias de mentes perturbadas. Y lleva toda la razón.

Y tú, querido lector, ¿en qué manos pondrías tu vida, en las de Pedro, el tedax, o en las de Pedro J, Losantos o el alucinado Del Pino?