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Toda la verdad de la sumisión de Julio Ariza con Mariano Rajoy

Redacción




Enrique de Diego.

El almuerzo tenía lugar en el Restaurante Portonuovo, lugar de los saraos por intercambio de Intereconomía, y asistíamos unos cuarenta profesionales de la casa. El anfitrión era Julio Ariza y el invitado Mariano Rajoy. A cada cual era más pelota, llevándose la palma Antonio Jiménez, ahora haciendo lo propio con Pablo Casado desde Trece. En un momento, Ariza me presentó como el crítico con Rajoy, la excepción que confirma la regla, aunque para entonces ya me iba marginando. Ariza, a los postres, tomó la palabra: le dijo a Mariano Rajoy que le consiguiera licencias de radio y tekevisión, que sólo las queríamos para apoyar. Y Mariano Rajoy, en gallego, dijo que sí, entre nécoras y percebes.

Estaba Rajoy en la oposición pero ya atisbaba el poder. Vinieron las licencias y los créditos blandos de la cajas y la publicidad insticional. Antes de eso, había tenido lugar el tamayazo, en el que tuvo Ariza una posición estelar. Las consecuencias: no se podía hablar del aborto en Madrid como bien pudo colegir el catedrático de Historia Contemporánea, Javier Paredes que perdió su programa las Artes y las Letras. Con prohibición expresa de citar a Alternativa Española, partido identitario y católico, que molestaba a Esperanz a Aguirre.

Para contentar a Mariano Rajoy, Ariza sacó el diario La Gaceta, con la dirección del muy lacayo Carlos Dávila. Fue un fracaso total desde el inicio, con el agravante de la estafa a Alfonso Arteseros, al que no pagó sus programas que se ofrecieron como oferta opcional con el diario.

Cuando le ofrecí las pruebas de la corrupción en Las Bahamas, a través del servicio de auditoría del Banco de Santander, Ariza adujo que las quería para dárselas a Rajoy y que él actuara como quisiera.

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Andando el tiempo, cuando intentaba perpretar una segunda estafa a Alfonso Arteseros, no sé si en serio o siguiendo el teatrillo, Julio Ariza se echó a llorar desconsoladamente por le había abandonado Rajoy. Es decir, que no le había pagado los servicios prestado como él creía que se merecía, que era mucho.

Por eso, cuando veo que Ariza pide dinero para recuperar los principios maltratados por Rajoy m produce un profundo asco. ¿Puede haber gente tan imbécil que pique?