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La tragedia de Hyewon Kim y la Barcelona de Ada Colau

Redacción




Mike Sala.

Sin restar un ápice de gravedad a la tragedia de la surcoreana Hyewon Kim, fallecida recientemente en Barcelona tras sufrir un asalto con robo en el que resultó mortalmente herida, no deja de ser llamativo que ésta, y no otra muerte o agresión en las calles de esa ciudad, haya tenido tanto impacto en los medios de casi toda España, excepto en algunos de Cataluña, más prestos a cobrar la subvención independentista que a informar objetivamente de la realidad.

La tragedia de Hyewon Kim, cuyo desenlace final sucedió en la UCI del Hospital del Mar barcelonés pocas horas después de ingresar, ha sido lo peor que le ha podido pasar a la imagen pública internacional de la Ciudad Condal, ya bastante maltrecha desde que todo un gobierno municipal de perturbados rige los destinos de millones de ciudadanos desde una perspectiva marxistoide con tintes de antisistema que jamás, jamás, ha dado buenos resultados allá donde se ha tratado de implantar.

Para desgracia de Colau, de nuevo alcaldesa y de nuevo no por méritos propios, Hyewon Kim, además de ciudadana de Corea del Sur, un país con alto nivel de vida cuyos habitantes gustan de hacer turismo por Europa y Estados Unidos, era además viceministra del gobierno coreano; lo que le añade más gravedad aún a la situación porque la fallecida no solo era turista, era representante de un gobierno soberano cuyo país mantiene importantes relaciones comerciales con España, y cuyas agencias turísticas promocionaban hasta hace un par de años las visitas y los alojamientos en Barcelona como algunos de los más atractivos de la Europa mediterránea, aunque reconociendo que la calidad general de la ciudad había descendido sustancialmente en cuanto a limpieza y  seguridad.

El hecho de que una turista fallecida trágicamente sea un personaje relevante en su país no deja de ser algo casual. Pero que las condiciones idóneas para el turismo que Barcelona tuvo reconocidas internacionalmente durante muchos años hayan caído paulatinamente hasta niveles de vergüenza no es casualidad en absoluto. No podemos hablar de factores externos en este caso. No podemos culpar a la competencia de otras ciudades europeas. Ni al descrédito interesado de agencias de viajes extranjeras, obedientes a sus gobiernos que, como en el caso de las agencias inglesas durante los años 90, degradaban la imagen de España animando a los tarados jóvenes del área metropolitana londinense a emborracharse y a hacer gamberradas en la costa mediterránea española, donde el alcohol era mucho más barato y las leyes más laxas con los escándalos públicos.

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La desastrosa imagen turística de Barcelona no es casualidad ni resultado de una gestión delirante liderada por unos políticos a los que les llega justo para leer y escribir, siempre y cuando no estén en uno de sus habituales momentos de alucine, pasados de psicotrópicos y arropados con la estelada. Hay ideas políticas a las que no les interesa ni la prosperidad individual ni la colectiva, porque la prosperidad es el mejor soporte para la libertad. Colau y su banda lo saben bien. Dominan la demagogia como nadie y se ven favorecidos por una tendencia de voto independentista que quiere marcas distancias con otros movimientos similares. Y Colau ha tenido la fortuna de obtener los suficientes votos como para postularse como alcaldesa en coalición, sabiendo jugar el papel de mal menor ante cierta opinión pública. Ella seguirá ejerciendo de regidora, y sus políticas de empobrecimiento de sectores vitales para la ciudad seguirán en marcha, con todo éxito para su plan y para desgracia de miles de empresarios y trabajadores, y millones de ciudadanos.

La muerte  de Hyewon Kim es un asunto de importancia nacional para Corea del Sur, y de trascendencia capital para el sector turístico barcelonés. Si ya eran habituales en prensa internacional, catálogos turísticos y comunicados oficiales de consulados y embajadas los avisos y artículos desaconsejando viajar a una ciudad cada año más insegura, las desfavorables recomendaciones contra la capital catalana se han multiplicado exponencialmente. Una empresa turística con sede en Zaragoza que factura el 80% de su negocio en los países más prósperos de Asia proponiendo rutas y estancias por toda España, ha visto caer un 60% sus solicitudes para visitar la ciudad condal, con igual porcentaje de cancelaciones en hoteles y hostales. Prácticamente ese mismo porcentaje ha solicitado destinos a otros lugares como Zaragoza, cuyo creciente turismo cultural y gastronómico se ha incrementado enormemente desde principios de siglo, Huesca, Madrid, Toledo, San Sebastián, Santander, Salamanca o Ávila.

La muerte de Hyewon Kim ha disparado la curiosidad de los coreanos por los índices de seguridad de Barcelona y han descubierto, según los touroperadores que mantienen contacto diario con esta empresa zaragozana, que en España, el tercer país más seguro de Europa, la ciudad más insegura y con mucha diferencia es Barcelona, donde la tasa media de delitos supone el doble de la tasa nacional. El área pública de la web del Ministerio del Interior español, que ha incrementado en estos días sus visitas desde Asia, certifica que tales datos son oficiales y exactos. Seguramente, el dato estadístico más preocupante al respecto es que solo en la capital catalana se registran casi 120 delitos por cada mil habitantes, lo que supone más del doble de casi 46 delitos por cada mil habitantes como media nacional.

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Si a todo lo anterior sumamos las políticas anti-turismo y anti-comercio que Ada Colau ha ejercido desde la alcaldía durante los pasados cuatro años, y todo indica que dichas políticas van a continuar, el binomio formado por un alto índice de delincuencia y un empobrecimiento sucesivo del tejido empresarial turístico de la ciudad seguirá siendo funcionalmente perfecto y efectivamente letal. La delincuencia seguirá espantando al dinero y el desempleo subsiguiente rebajará el consumo interno, afectando a otros sectores. Nada nuevo. Barcelona está en riesgo de entrar en un círculo vicioso del que, una vez instalada la ruina, es muy complicado salir. Y si semejante golpe no fuera suficiente para Cataluña, otra ciudad típicamente turística como es Tarragona ha caído en similares manos políticas a las de Colau y su banda, con la consiguiente preocupación de no pocos de sus empresarios de hostelería que están viendo llegar las nubes de una tormenta que puede llevárselos por delante sin contemplaciones.

La más que preocupante situación del sector turístico y hostelero de Barcelona no es casualidad. Es el resultado de una estrategia cuidadosamente estudiada para convertir a la ciudad en justo lo contrario de lo que fue hasta principios de esta década. Una ciudad que ha dejado de ser un icono de modernidad para convertirse en un territorio donde los okupas, los manteros y los radicales campan a placer porque la Guardia Urbana tiene instrucciones de hacer la vista gorda en demasiadas ocasiones, y donde ahora el nuevo presidente de la Cámara de Comercio es capaz de declarar que si hay más empresas que quieren irse de Cataluña por no apoyar al independentismo, pues mejor que se vayan.

Una legislatura más, Barcelona seguirá luciendo el baldón del creciente descrédito internacional. Sus empresarios del sector turístico soportarán las insufribles condiciones impuestas desde un ayuntamiento de desalmados y perturbados, y muchos ciudadanos verán mermadas sus economías y oportunidades laborales en aras de una política anticapitalista que, invariablemente, siempre  acaba por empobrecer a los mismos, aunque una parte de ellos asume que es el capital quien les empobrece y su única salvación es votar a indeseables como Ada Colau. No son solo los políticos. Los votantes también son culpables. Y no es por casualidad.