AYÚDANOS A COMBATIR LA CENSURA: Clicka aquí para seguirnos en X (antes Twitter)

FIRMA AHORA: El manifiesto contra el genocidio de los niños


Mike Sala: El PSOE y la infamia

Redacción




Mike Sala.

“ETA matará a un socialista de segunda fila. Será su forma de votar a favor del PSOE para apoyar una segunda legislatura del infame Zapatero”.

Esto fue lo que literalmente escribí en un mail a un amigo residente en Miami, Florida, el 4 de marzo de 2008, horas antes de hablar con él por Skype. De hecho, fue lo mismo que le dije a otro amigo en una cafetería de la Plaza de Mozart en Zaragoza, unas horas antes de escribir ese mail y enviarlo a Miami. Era el 4 de marzo de 2008.

Para suponer tal cosa no había que ser ni un genio ni un clarividente. Era mucho más sencillo y práctico que todo eso. Había que atender a ciertos factores que, una vez enlazados, me llevaban a esa conclusión. Los dos amigos a los que comenté mis sospechas estuvieron de acuerdo conmigo. Conociendo un poco la podrida historia de la política española, aquello era perfectamente factible.

Hacía cuatro años que habían sucedido los atentados del 11-M. El choque inmediato que supuso la muerte de 200 personas, más los 2000 heridos y afectados fue horrible. Las inmediatas sospechas del por qué había sucedido la masacre  -sin incidir ahora en su autoría-  se materializaron dos días después. El esperado cambio de gobierno fue un éxito, y España comenzó el descenso acelerado a los infiernos en los que ahora nos encontramos.

Tan solo cuatro años después, a punto de finalizar la primera legislatura del perturbado Zapatero, los pronósticos para renovar una mayoría absoluta no eran ni mucho menos esperanzadores. En Ferraz, a los moral y éticamente tarados colaboradores de ZP, con Rubalcaba y Pepe Blanco a la cabeza, planificadores de estrategias tales como la introducción de la ideología de género, del aumento del clientelismo voraz, del antiamericanismo furibundo y anacrónico, del siembra del ultrafeminismo más rancio, del inicio a la vez que negación sistemática de la crisis en los dos últimos años,  de engrosamiento de la bolsa nacional de desempleo y del control absoluto de no pocos medios de comunicación y de creación de algunos nuevos constituidos ilegalmente para engrosar las hordas izquierdistas mediáticas, les parecía mentira que todo lo anterior no hubiera asegurado definitivamente la cantidad necesaria de voto lanar requerida para una mayoría holgada.

Aún más: algunas de las encuestas no publicadas auguraban una posible caída del voto socialista que, si bien no iría a parar en su totalidad a las filas del inane Rajoy, si podían facilitar con su abstención el que PSOE y PP quedaran prácticamente igualados. De modo que, cuando quien yo conocía entonces en Ferraz me alertó de que en las altas esferas del PSOE habían saltado las alarmas, no solo por la penosa y humillante gestión de un mediocre incapaz desde Moncloa, también porque algunos socialistas temían que a la gente le diera por recordar la perdida prosperidad de la era Aznar, y un número no pequeño de votos olvidase el alarmismo de unos atentados anteriores que dieron el poder a la marca ZP, oportunamente creada no mucho antes de la matanza de Atocha, y mirasen hacia Rajoy con la esperanza de que el fantasma de la crisis fuera nada más que un fantasma, y que la casi finalizada legislatura de Zapatero fuera tan solo un bache del que aún se podía salir desde las urnas.

NO TE LO PIERDAS:   17 estados apoyan la demanda de Texas y delegados demócratas llaman a la violencia contra republicanos

Mi convencimiento respecto a que otro atentado, no necesariamente tan traumático ni espectacular como el de cuatro años antes, acabara con la vida de algún socialista políticamente menor, iba en aumento conforme consultaba los diarios digitales de uno y otro color y leía rápidamente los comentarios de los lectores. Desde El País hasta La Razón, pasando por Libertad Digital y La Vanguardia, muchos mostraban su hartazgo de las políticas de Rodríguez Zapatero, de las estupideces de Pepiño Blanco y de la hipócrita suficiencia de De la Vega. El presidente socialista había quedado como un imbécil demagogo en la última entrevista televisada y el ministro Solves, que parecía vivir en el País de las Maravillas, negaba una y otra vez lo que los ciudadanos veíamos a diario en nuestras vidas: crisis por todas partes. Así que, visto el panorama, y siempre según mi hipótesis, se imponía que los socialistas no perdiesen la Moncloa para que no se interrumpiese el acelerado proceso de demolición social y expolio nacional que ciertas castas habían puesto en marcha años antes. Un “gesto sangriento”, suficientemente mediático y con la víctima propiciatoria bien elegida, volvería a volcar votos de no pocos descontentos otra vez hacia el PSOE y aseguraría el poder socialista el tiempo suficiente para que, además de asegurar el cumplimiento de las anteriores estrategias, se ultimase también el periodo de reconversión de Mariano Rajoy, futuro heredero de Zapatero y, como éste, ya miembro de pleno derecho de la masonería, para transformarlo desde su posición de apocado cantamañanas hacia un papel más contundente de traidor vendido a la agenda globalista.

El 7 de marzo de 2008, a las 13:30 horas el exconcejal socialista Isaías Carrasco era baleado en el interior de su auto, justo a la puerta de su domicilio. Una hora y diez minutos después se certificaba su fallecimiento en el Hospital de Mondragón. ETA había votado así anticipadamente por el PSOE asesinando a uno de sus militantes y exconcejal. El PSOE  -sé que resulta descarnado decir esto-  se encargó de la propaganda de afirmación socialista durante las exequias. Patxi López y otros compañeros de su partido portaron el ataúd por las calles al tiempo que otros socialistas afeaban a miembros del PP el que hubieran asistido al velatorio y al funeral. Porque, por si quedaba alguna duda, había que seguir alimentando el rechazo social contra los populares, aunque para ello hubiera que salpicarles otra vez con la sangre de un asesinado.

NO TE LO PIERDAS:   El Gobierno convierte en un reality show su sumisión a las mafias

Seguramente, a nadie le importa ya ni esto ni tantas otras cosas sucedidas durante los pasados años. Ahora, una versión corregida y mejorada del perturbado Zapatero se sienta en La Moncloa y no le hace ascos a posibles pactos con quienes antes, en aquellos años, al abrigo de otras siglas pero con la misma y sangrienta ideología del odio, se negaron a condenar, desde sus alcaldías y concejalías,  el asesinato del también socialista Isaías Carrasco, a quien su esposa e hijos tuvieron que contemplar baleado, agonizando y tratando de salir del acribillado auto, para fallecer 70 minutos después tras luchar contra dos paros cardíacos provocados por las múltiples heridas.

Ahora, al infame y falsario presidente de gobierno en funciones solo le importa el poder en sí mismo. No es más que un político al uso y lo ha demostrado desde que se postuló como candidato a la presidencia de la nación. Cero en conciencia, suspenso en dignidad, repetidor contumaz del curso de coherencia sin aprobarlo; y sin haber iniciado ni una primera evaluación en decencia, el hoy presidente de España era concejal socialista del ayuntamiento de Madrid cuando Isaías Carrasco moría asesinado por aquellos a los que el PSOE hoy trata de blanquear, y que a su vez eran defendidos por quienes en el presente en un más que posible pacto tácito con Sánchez se abstendrán para facilitarle la presidencia. Es el eterno cambalache. Sangre y olvido por votos y prebendas. Gobierno nacional por la paulatina y encubierta anexión de Navarra por las Vascongadas.

Y llegado a este punto, que no es más que un triste revivir de aquellos años de Zapatero en los que ETA revivió de la mano de Rubalcaba a cambio de lo que cualquier observador imparcial adivinaría, no puedo evitar pensar en qué es lo que dirían las víctimas socialistas que ETA mató, cuyas muertes Herri Batasuna y sus posteriores mutaciones aplauden aún a día de hoy, y de las que el PNV siempre se benefició porque, al fin y al cabo, todo el entramado de terror, extorsión y muerte siempre estuvo protegido bajo sus faldas.