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Pablo Casado, entre el trasero de Esperanza Aguirre y el retorno al marianismo de Feijoo

Redacción




Miguel Sempere.

Pablo Casado está haciendo esfuerzos denodados para sobrevivir a la derrota, en unos términos que cuestionan la supervivencia de su liderazgo y del propio Partido Popular, que puede haber entrado en quiebra técnica por la reducción de ingresos (5,5 millones) de las subvenciones. El todavía líder del PP se ha puesto a hacer movimientos espasmódicos para distanciarse de Vox.

La situación es una guerra civil dentro de la derecha que ha descolocado al PP por la herencia indeseable de Mariano Rajoy, que no se fue a eso vaporoso del centro, sino directamente a la izquierda zapateril, y el acoso en pinza de Ciudadanos –la gran sorpresa electoral- y Vox. Hasta el 26 de mayo, con la cita de locales, autonómicas y europeas, es una guerra de posiciones.

De las primeras cosas que ha hecho Pablo Casado ha sido darle una patada en el trasero a Esperanza Aguirre. Casado ha recordado que Santiago Abascal, con el que no hubo agresividad en la campaña por si podían formar gobierno a la andaluza, vivió de chiringuitos. Esperanza Aguirre ha reaccionado en castizo: “Pablo Casado ha intentado dar una patada a Abascal en mi trasero”. El trasero de Esperanza Aguirre en tales términos metafóricos es equiparable a la Plaza de Toros de las Ventas. Vox es el esperancismo subvencionado, de ahí salen también los apoyos a Abascal como Hermann Terscht, Fernando Sánchez Dragó y Federico Jiménez Losantos, que nadie se cree que haya votado al PP, después de hacerle la campaña a Vox, empezando por Eduardo Inda. Claro que también Pablo Casado fue uno de los niños mimados de Esperanza, que quizás descolgaba el teléfono para favorecer su licenciatura, como también lo fue de Mariano Rajoy. Ahí estriba la insana contradicción del tambaleante liderazgo actual del PP. La renovación es tan superficial que resulta incluso nebulosa. El Partido Popular, con la mochila de la corrupción, carece de energía vital, es un cuerpo herido que recibe dentelladas por el centro y la derecha.

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Hay un inicio de autocrítica y de zarabanda, que tiene a Pablo Casado como destinatario. Desde Castilla y León se han roto las primeras lanzas para sustituir a Pablo Casado por Alberto Núñez-Feijoo, la sombra gallega amenazante. El vicepresidente y portavoz, José Antonio de Santiago Juárez lo ha resumido: “más Feijoo y Herrera y menos de Aznar y FAES”. Hay un leve trasfondo ideológico en el debate en ciernes pero camuflado tras el geométrico y nominalista. Se impone el giro al centro, la suelta completa de amarras con Vox, del que se depende en Andalucía, pero que quizás no puede romper sin caer en el testimonial aislamiento y la coparticipación de los barones –si bien Herrera ha sufrido una derrota abultada- y el barón por excelencia es Feijoo, quien dio la espantada sin motivos claros, y que ha pedido “ensanchar el partido”, que vuelva a ser “punto de encuentro entre muchas sensibilidades”. Esto es vaporoso e inconcreto. Feijoo es el retorno del marianismo, de la tecnocracia descomprometida, de los votos de derechas y las políticas de izquierdas. Feijoo sólo desembarcará en Génova entre aclamaciones, en un clima de unidad plebiscitaria, sin contrincante y sin oposición interna. Pide mucho pero sabe esperar.

Pablo Casado quiere sobrevivir. Aún tiene una posibilidad, una especie de mini segunda vuelta el 26 de mayo. El PP podría conquistar Aragón, Extremadura y Castilla-La Mancha, lo cual no es poco botín, pero puede ser definitivamente superado –sorpasado- por Ciudadanos. Y ese sería su final. El enemigo ahora es Ciudadanos, toda vez que Vox ha sufrido una clara derrota en sus auto exageradas expectativas.