Editorial.
En una situación de emergencia nacional, cuando se cuestiona el consenso básico de la nación preexistente de la que extrae su legitimidad el marco juridico, la Constitución, y no al contrario, en la Plaza de Colón se ha escenificado de nuevo el mito y la falacia de las tres derechas. Sin restar méritos a los partidos convocantes, hubiera sido quizás más adecuada que la convocatoria hubiera partido de movimientos cívicos y hubiera estado más abierta a la izquierda, en la que también hay, aunque pocos, patriotas. Junto a la defensa de esa unidad nacional y en relación directa se reivindicaba la convocatoria inmediata de elecciones, si bien en el caso de Pablo Casado se echaba una mirada más directa y estrecha a las tres convocatorias del 26 de mayo, donde es altamente probable que los socialistas sufran un fuerte varapalo, como proyección de lo sucedido en Andalucía.
En Rambla Libre tenemos muchas prevenciones hacia las tres derechas, surgidas del PP y teorizadas por José María Aznar. Es cierto que Ciudadanos nace de la corrupción ideológica del propio Aznar que entrega Cataluña a los separatistas de Convergencia y que Vox sale de la corrupción ideológica general propiciada por Mariano Rajoy y resucita con la aplicación vergonzante del articulo 155 en Cataluña. Pero eso de las tres derechas nos parece un mito y una falacia, impregnada del degradante mal menor y con numerosas contradicciones internas.
Esa pulsión tiene algunas ventajas tácticas como se ha demostrado en Andalucía donde el extraño pacto de gobierno alcanzado ha tenido la virtud de desalojar al PSOE después de 37 años de disfrute del poder, todo un hito histórico. Pero fuera de la táctica, los interrogantes son de alto calibre. Por de pronto, no es que Albert Rivera simplemente no quiera hacerse la foto con Santiago Abascal, en una línea similar y tan infantil como el perro y el gato, es que las diferencias ideológicas son cada vez más claras e intensas. El 26 de mayo, el cabeza de lista a las elecciones europeas por Ciudadanos será Luis Garicano, elegido en elecciones primarias con una escasa participación, que no ha tenido empacho en mostrarse sumamente elogioso y lacayo hacia George Soros, que es el principal enemigo mundial de las patrias y el financiador del globalismo con la utopía de un gobierno mundial. Vox se encuentra en las antípodas de ese proyecto destructivo, que tanto sufrimiento y distorsión están creando.
No andan muy descaminados los que, sin acento crítico, consideran que la línea de Ciudadanos -con aprobación de la eutanasia, por ejemplo- les está llevando a ocupar el espacio de una izquierda patriótica o los que, con mayor prevención, observan que en el futuro tendería más a pactar con el PSOE, hacia el que, fuera de ese consenso básico de la unidad nacional y frente a la cesión hacia los separatistas, se encuentra más cercano.
En cuanto al Partido Popular, su supuesta renovación entraña graves fallas. Por de pronto, la corrupción ideológica perpetrada por Mariano Rajoy, consistente en pedir el voto de la derecha con ideas de derechas para luego gobernar con la agenda de la izquierda, fue apoyada por Pablo Casado, quien está dando pasos tímidos y que en un terreno clave como el de la inmigración no ha soltado amarras respecto a la indefinición y la complacencia con las políticas laxas. Además, esa renovación es de hecho inexistente en cuanto se baja al terreno de lo concreto. En cada pueblo o ciudad siguen los mismos, con idénticos hábitos adquiridos y con el tufo deslegitimador de la corrupción.
Las tres derechas constituyen una falacia, una mentira con apariencia de verdad, en cuanto la confluencia de las tres derechas a lo que lleva es a una inhabilitación programática que consolide la corrupción ideológica, sobre la coartada de que ninguno de los tres partidos tiene la mayoría absoluta y sobre la excusa de que el desalojo del socialismo es suficiente éxito. Pero desalojar el socialismo para seguir con sus políticas resulta degradante y en estos momentos suicida.
En ese panorama falaz de las tres derechas, Vox puede terminar ocupando la posición de comparsa -es la desmerecida que ha asumido en Andalucía- de forma que sea una reedición de la vieja estrategia de la derecha de cubrir su flanco derecho, engañifa que en su día se hizo con el llamado «sector liberal» del PP y con Esperanza Aguirre, y que, sin poder contener el desfonde y el desencanto, ahora se ha llevado hasta el surgimiento de un partido que recoja a los desencantados del PP y saque a otras personas de la abstención. Si Vox se quedara en eso se convertiría en un fiasco más en un tiempo histórico en el que sus propuestas programáticas, avanzadas por muchos pioneros, son de extrema necesidad. En ese sentido, no es a Ciudadanos a quien perjudica hacerse fotos con Vox sino a la formación de Santiago Abascal.
El programa de Vox sólo puede llevarse a efecto desde la mayoría absoluta y lejos y en contra de la falacia y el mito de las tres derechas. Vox tiene su propio debate interno por cuanto sus expectativas electorales son muy superiores a su menguada estructura interna, que se conforma con una pequeña cúpula muy ahormada por la ingrata travesía del desierto y una anemia completa en la red capilar con coordinadores que, con justicia, exhiben sus trienios. Se trataría de diferenciar entre los patriotas y los arribistas. Una dialéctica peligrosa. Para ello, incluso se ha contratado a una empresa externa, lo cual es una dejación de responsabilidades. Por supuesto, los arribistas, los que buscan un puesto a cualquier precio, no deben tener cabida. Pero en el momento actual, lo que se está produciendo es una escasa capacidad de apertura de los coordinadores respecto a recibir a los que, también con experiencia política, quieren apoyar un proyecto en el que creen. Haberse mantenido en Vox en los tiempos difíciles da un plus de coherencia, pero no asumir los riesgos de la apertura a quienes, compartiendo el programa, quieren apoyar el proyecto, podría llegar a esterilizar a Vox o a hacerle fracasar ulteriormente con personas de escasa capacidad de gestión o que patrimonialicen en exceso el partido. Apostar a ultranza por los camisas viejas de Vox, exigir limpiezas de sangre, es un error.
En términos tácticos, las tres derechas tienen ventajas muy cortoplacistas. En términos estratégicos, podría ser la ocasión perdida para salir del atolladero sistémico político y social.