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El odio a la Cruz

Redacción




Miguel Sempere.

Con 150 metros de altura, 25 de ellos del basamento con las efigies de los 4 evangelistas, esculturas de Juan de Ávalos, y brazos de 24 metros, la Cruz del Valle de los Caídos, es la más grandiosa del mundo; es una visión impresionante en la lejanía, recortándose en la sierra madrileña bajo el cielo velazqueño.

El objetivo último es desacralizar la Basílica y desalojar a la Comunidad Benedictina, de 15 monjes, que mantiene el culto, celebra la Santa Misa, tiene una escolanía, en régimen de internado, una Hospedería y constituye un centro de espiritualidad, con retiros y ejercicios espirituales, donde desde 1.958 se reza por la paz en España.

Es el odio a la Cruz lo que está detrás de la exhumación de los restos de Franco, cuyo enterramiento está bajo el privilegio de los fundadores de un templo, según el Código de Derecho Canónico. La pretensión es convertir el Valle de los Caídos en un memorial, en una especie de centro de recreación, despojándolo de su espiritualidad, y como es habitual en esta España de la corrupción, colocar a unos cuantos amiguetes de Pedro Sánchez o militantes del PSOE.

Se pone, incluso, como ejemplo Auschwitz. Si todas las comparaciones son odiosas, esta es una completa estupidez. El Valle de los Caídos se edificó como un centro de reconciliación y él están enterrados 33.872 combatientes de ambos bandos. Franco, por supuesto, murió en la cama, rodeado del consenso del franquismo sociológico, y tras pasar el poder a su sucesor, Juan Carlos de Borbón.

La propuesta más respetuosa de Ciudadanos de reconducirlo a una especie de Arlington español se mueve en esa misma línea desacralizadora.

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Lo que mueve a la izquierda revanchista es el odio a la Cruz.