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O Mariano Rajoy da paso a Núñez Feijoo o el PP camina hacia el hundimiento

Redacción




Miguel Sempere.

Como sucede en los procesos de demolición de las organizaciones humanas, al Partido Popular todo le sale mal. La Convención de Sevilla puede ser dada por un fiasco monumental. Pensada para relanzar a Rajoy, lo cual ya es todo un síntoma de que se percibe agrietado, la decisión de un oscuro tribunal alemán de poner en libertad a Carles Puigdemont, bajo el único cargo de malversación, y el monumental embrollo del máster de Cristina Cifuentes, en el que no aparece su trabajo de fin de máster, en el que el acta fue improvisada y en el que dos de las tres firmas son falsas han conseguido que la reunión sevillana haya resultado contraproducente, en términos de imagen.

Rajoy no ha sido nunca un activo para el PP, siempre ha sido un político poco valorado y con alto rechazo, que se ha acogido sistemáticamente al principio o chantaje del mal menor o a los riesgos para la estabilidad de los demás. Que estamos ante un cambio de ciclo, ante un proceso de claro hundimiento lo han visto incluso sus más cercanos colaboradores que han aprovechado para resolver su futuro con puestos de relumbrón y altas retribuciones como Luis de Guindos, a la vicepresidencia del Banco Central Europeo, o el exjefe de gabinete, Jorge Moragas a la representación de España ante la ONU. Montar a Rajoy en la cinta para mostrar su buena forma física es una broma insustancial: Rajoy no es, desde luego, un deportista olímpico. Aunque él no estuviera cansado, los españoles están cansados de él.

Cristina Cifuentes era una de los valores en alza dentro del Partido Popular. Lo fue cuando consiguió más votos que Esperanza Aguirre como candidata a la alcaldía y consiguió sostener al PP en la presidencia de la Comunidad de Madrid, con el beneplácito de Ciudadanos, dispuesto a desgastar al máximo a Cristina. Ésta, que ha hecho la carrera de una buena funcionaria del partido desde que entró como becaria en el grupo parlamentario de la Asamblea de Madrid, se había reescrito a sí misma como una jacobina contra la corrupción, como la limpiadora de las zonas más oscuras de un PP podrido con Francisco Granados e Ignacio González pasando por la prisión, y todo se ha esfumado por un enjuague universitario -«un máster de mierda en una Universidad de mierda«, como ha conceptualizado el catedrático Roberto Centeno– que va camino de judicializarse, que muestra los niveles de componenda en los que se mueve el alma mater -algo que ya se percibió con Iñigo Errejón y su beca- y que sitúa al PP de Madrid al arbitrio de Ciudadanos que ahora va a sacar adelante una Comisión de Investigación.

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Cristina Cifuentes ha quedado tan calcinada por este episodio, que no ha hecho más que empezar, que, por supuesto, ha quedado fuera de cualquier opción en un hipotético proceso sucesorio que Rajoy no quiere abrir. Eso es tan notorio que incluso es legítimo pensar que haya habido fuego amigo desde los aledaños de la tortuosa Soraya Saénz de Santamaría, quien se considera la heredera natural de Rajoy y ha trabado su propia red de intereses mediáticos a golpe de talonario, subvenciones y presiones a la banca para refinanciar deudas multimillonarias.

La segunda finalidad de la Convención era fortalecer la unidad del partido. Para eso no hacía falta Convención alguna. El PP goza de una unidad nada envidiable. Es la unidad de los cargos y de la disciplina sin debate. El PP es hoy un partido burocratizado, con encefalograma casi plano -sólo establecen opinión propia Alberto Núñez Feijoo y Juan Vicente Herrera– en el que nadie parece tener ideas. El partido sigue funcionando y organiza convenciones pero es una formación de despachos que se ha ido distanciando de la calle. Nadie, por supuesto, va a levantar la voz. Lo manifiesto es que la anemia está extendida por toda la estructura partidaria, aunque estamos en vísperas de las elecciones municipales, autonómicas y europeas, previstas para mayo de 2.019. Ahí se juega el PP todo su botín electoral, podría ser su quiebra como empresa. Las cuentas de que un descenso podría incluso aumentar su poder con el apoyo de Ciudadanos a día de hoy no salen porque el PP puede encontrarse en la desmerecida posición de tener que apoyar a Ciudadanos, que rentabiliza a su favor el caos catalán y que sólo gobierna, y mal, en Valdemoro, con lo que su desgaste es inexistente.

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Es significativa, en ese sentido, la entrevista publicada por Rambla Libre con Francisco Maestre, referencia del alicantinismo, candidato en su día a la presidencia del PP de Alicante y que ahora se encuentra alejado del partido y que señala que desde el acceso al cargo de Toño Peral no ha habido una sola actividad, ni el más mínimo ligero movimiento. Alicante fue una de las plazas desde la que se articuló el ascenso de Aznar al Gobierno. Aznar es hoy una de las bestias negras -en la Comunidad Valenciana, también Zaplana– del aparato del PP, pero ni tan siquiera esa animadversión aflora. El PP es hoy un partido atenazado, aterrorizado por los casos de corrupción y en estado letárgico.

Alberto Núñez Feijoo -con Cristina Cifuentes fuera de combate- es la única opción para revitalizar al PP y evitar su hundimiento en términos que podrían significar un proceso de extinción, pero Rajoy no da señal ninguna de ser consciente de la realidad, ni de abrir debate sucesorio alguno ni de dar protagonismo al gallego que, en su tierra, también está en un fin de ciclo, necesitado de dar el salto a Madrid, a la arena nacional.

El PP es un partido que parece que funciona, pero sólo lo parece. Y nada hay en el horizonte que le pueda dar aire o sacarle de su marasmo.