Yolanda Cabezuelo Arenas.
Treinta años llevaba Pedro J. Ramírez siendo ejemplo del refrán que asegura que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, como Bill Clinton lo hiciera con Hillary; sólo que Clinton tuvo el buen sentido de conservar a la Gran mujer a su lado, y a la becaria debajo de la mesa.
Cuando una pareja de este corte se rompe, la Gran mujer suele revestirse del brillo que antes prestaba al gran hombre y sumarlo al brillo propio para resplandecer en solitario como ha ocurrido con Ágatha Ruiz de la Prada; pero el hombre, desprovisto de ese apoyo, empequeñece y se vuelve más opaco que un espejo.
Lo malo de los espejos es que no reflejan nada propio; tan sólo lo que se asoma a una superficie de luces prestadas. A Pedro J. Ramírez su divorcio le ha revestido de opacidad, y va camino de pasar de gran hombre a convertirse en un señor como otro cualquiera, de los que ni siquiera inspiran las palabras de un artículo.
La nueva esposa de Pedro J., Cruz Sánchez de Lara, sólo es conocida por serlo; por un escándalo de denuncias falsas aprovechando que la Ley de violencia de género se presta a manipulación, y por haberse quedado con un palmo de narices en su pretensión de ser Decano del Colegio de abogados de Madrid: poca luz para prestar a un consorte en decadencia.
El poder y la influencia de las mujeres sobre los hombres no tiene límites. El hombre reacciona según la mujer que tenga al lado: Pedro J. ha pasado de encarnar el refrán popular a identificarse más con la variación que del mismo hiciera Groucho Marx: «Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Y detrás está su esposa».
Toda la verdad sobre la novia de Pedro J: “Cruz Sánchez de Lara es una destroza familias”