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Gabriel Rufián, un bufón en el Congreso

Redacción




El fantasma de Gabriel Rufián con la impresora a cuestas.

Enrique de Diego.

Gabriel Rufián iba a abandonar el Congreso de los Diputados el 2 de octubre. Se comprometió a ello en una entrevista en Tv3, en la que se definió como «soldado no armado del Gobierno de Cataluña» -una estupidez de las suyas-. Era una buena noticia, magnífica, pues siendo muy bajo el nivel del Congreso de los Diputados, el de Rufián es ínfimo, deleznable; encarna toda la miseria del separatismo actual, su incapacidad para el análisis y su falta de fineza. Estamos a 17 de noviembre, y este pringao lenguaraz, con un afán de protagonismo desbordante, que confunde la sede parlamentaria con el plató de Sálvame, sin tener nivel ni para una televisión local, no ha cumplido su palabra, lo que en una democracia real le inhabilitaría para los restos, pero vivimos en el todo vale y la mediocridad campa por sus respetos.

Rufián accedió a la política, de la que come, a través de una asociación Súmate, de castellanoparlantes a favor de la independencia. Enric Prat de la Riba, que era un separatista serio, lo consideraría una excentricidad y una estupidez. Este hijo y nieto de andaluces, patriotas de izquierdas y de extremaizquierda, es, simplemente, una vergüenza nacional. Sus intervenciones no pasan del nivel de una charleta de patio de colegio, con travesuras de un tipejo sin gracia.

Gabriel Rufián, en una manifestación integrista en Reus.

De él mismo ha dicho que «soy bastante pesado. Repito mucho el mensaje». Lo de pesado es cierto; lo del mensaje, falso. Rufián no tiene mensaje; lo suyo es la provocación zafia y mostrenca; sus discursos atufan, de manera insufrible, a tebeo. No tiene sentido del ridículo y no cae, por ende, en mientes de que lo hace con contumacia y con desparpajo estulto.

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Por el Congreso de los Diputados han pasado Antonio Cánovas del Castillo, Emilio Castelar, José Ortega y Gasset y Gabriel Rufián. Junto con Joan Tardá, conforma una de las parejas más delirantes y estomagantes de la historia parlamentaria española y mundial. Rufián es un bocachanclas sin sustancia, un bufón en el Congreso sin entidad. Es, en muchos de los sentidos, el tonto del Parlamento.