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Juego de castas

Redacción




Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. /Foto: elperiodico.com.

Enrique de Diego.

Todo es una farsa. Un juego de castas. A la casta nacional y a la periférica les ha venido muy bien esta comedia bufa con la que se ocultan los problemas reales, con la que la corrupción, por ejemplo, ha pasado a un octavo plano, con la que pasa como noticia rutinaria que no tenemos fronteras sino un coladero por el que entran cientos y miles de subsaharianos musulmanes, con el que se vuelve a ir a unas elecciones con listas cerradas y bloqueadas y no se discute sobre la ley electoral nefasta que restringe y anula la representatividad del electorado.

El fantasma de Gabriel Rufián con la impresora a cuestas.

Una farsa infame, a ratos hilarante, a ratos indignante, en la que los ciudadanos son llamados a tomar la calle como coros y danzas para defender a sus castas respectivas con sus privilegios. Es una buena noticia que los guardias civiles y los policías nacionales abandonen los ferrys para ser alojados en hoteles. Se les ha mantenido como piojos en costura; en situación peor que si estuvieran presos. La impresora de Gabriel Rufián tuvo sus diez minutos de gloria y ya puede ser vendida de segunda mano.

Mariano Rajoy se ha cansado de decir que se le ha llevado a donde no quería. Es difícil encontrar en la historia un gobernante que haya tomado una medida con más desgana y con mayor despropósito. Todo un proceso de ingeniería social de décadas se resuelve, según Mariano, en un par de meses con unas elecciones precipitadas, mientras la escuela catalana sigue siendo un campo de adoctrinamiento, y TV3, un aparato de propaganda. Xavier García Albiol definió la situación de «golpe de Estado», pero todos los golpistas encuentran acomodo en las listas y acuden a las elecciones del 21 D. Todo por la Patria, no, ¡todo por la pasta!

Carles Puigdemont, en su rueda de prensa en Bruselas.

Al fin y al cabo, la Generalitat no tenía dinero para pagar las nóminas y el bono de la Generalitat vuela más bajo que los grajos cuando el frío pela. Rajoy, el magnánimo, con el dinero de otros, hacen fiesta los devotos, ya destinó 72.000 millones de euros a sostener a una Generalitat quebrada; ahora Montoro se dispone a presentar la mayor subida de impuestos de la Historia. Esto no es la Historia, a la que quería pasar el fugado cagueta de Carles Puigdemont, sino un tebeo con el que, heridos en nuestros más íntimos sentimientos, nos están tomando el pelo. Un juego de castas en la que los ciudadanos asisten como espectadores, con Puigdemont haciendo el lelo en cuatro idiomas por los cafés de Bruselas, mientras la parienta y los niños pasan unas vacaciones con los abuelos en Rumanía.

No se habla de gestión, de fracaso sin paliativos, sino de listas y pactos postelectorales. Miquel Iceta ofrece negociar con los Comunes de Colau y Esquerra si abandonan el separatismo. Los corruptos de Convergencia, los del 3%, ya se han cambiado tanto de nombre para que llegue el hedor al electorado que ahora irán con la candidatura de Junts pel Catalunya, toda vez que no ha fructificado la humorada de la «lista de país«, porque hubiera sido demasiado tedioso negociar los puestos, que es lo que importa. Santi Vila afirma que «Puigdemont vive una situación grotesca«. El personaje es grotesco en sí. Tras su pronunciamiento, desde su exilio dorado, en el que sigue cobrando del contribuyente, declara a Le Soir: «Un autre solution que l’independencia est posible». Manda carallo. Para este viaje, no hacían falta ni alforjas ni burros. Al ínclito Gabriel Rufián le ha salido de la impresora la patochada de que «nuestra lucha es por la restitución del presidente legítimo», afectado de verborragia y diarrea.

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Clara Ponsatí.

Tras toda la zarabanda y los destrozos en la pelea callejera aparente, el portavoz de Esquerra Republicana, Sergi Sabrià dice que «ni Govern ni país estaban listos para desarrollar la república«. Y van seis manifestaciones multitudinarias para llegar a esta autocrítica bochornosa. La exconsellera de Educación, Clara Ponsatí dice que «estábamos poco preparados» y que «a algunos les cogió un poco desprevenidos», y se refiere a ellos, a los del Govern, a los de El segadors. Estos golpistas de opereta no sabían dónde iban y andaban como patos mareados. ¡Ha sido una suerte que les aplicaran el artículo 155, así el contribuyente paga las nóminas y sigue la fiesta con una dosis suficiente de victimismo en el brebaje! Y para eso han salido dos mil empresas de Cataluña, presa del pánico, han cambiado de sede social CaixaBank y Banco de Sabadell, se han suspendido reservas turísticas y los ancianos del Imserso han huido de Cataluña como destino.

Ahora resulta que Carme Forcadell, ni un paso atrás, acepta pulpo como animal de compañía y no se sabe si aceptara ir de cuarta en la lista de Esquerra porque está a lo que le diga su abogado y porque ha corrido más que los italianos en Guadalajara. Vimos a diputados votando en secreto, de manera vergonzante, pero ahora resulta que la Mesa del Parlament hizo constar que la declaración de independencia no tenía efectos jurídicos. Y gentes con la estelada haciendo la pantomima, calle arriba y calle abajo. Barcelona era una fiesta.

Ada Colau, en el papel estrambótico de Marianne guiando al pueblo de Barcelona hacia no se sabe dónde, pero a nada bueno, rompe con el PSC, pero independentistas y PSC gobiernan juntos en la friolera de 60 localidades. Pablo Iglesias no ha explicado qué cosa es esa de la plurinacionalidad, que debe estar en algún temario de la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense, esa que huele a porro y a mugre y evacúa paridas del socialismo del siglo XXI, con Juan Carlos Monedero en B.

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Soraya Saénz de Santamaría. /Foto: elmundo.es.

Todo es una farsa. Sólo se han salido del guión un juez de Instrucción de Barcelona, el titular del número 13, y la jueza de la Audiencia Nacional, Carmen Lamela quien, en su infinita ingenuidad y en su dignidad, se ha creído, sinceramente, que esto, donde no hay división de poderes, es un Estado de Derecho. Al magistrado Llanera del Tribunal Supremo, más consciente, sensato y con los pies en el suelo del Consejo General del Poder Judicial, sólo le ha faltado pagar él las fianzas o cantarle una nana, en su noche heroica, a Carme Forcadell y arroparla para que no se constipara. A Carmen Lamela la quieren quitar de en medio y de ello se ha encargado a Soraya Saénz de Santamaría, la Mata Hari de Rajoy, que tuvo despacho en Barcelona y salía a menudo en el programa Polonia.

Carme Forcadell.

A La Vanguardia, que hacía méritos independentistas para seguir cobrando las cuantiosas subvenciones, a más de 700.000 euros al semestre, le ha entrado miedo escénico y sólo le ha faltado cantar el «¡Que viva España!» de Manolo Escobar, himno nacional B de circunstancias. Pilar Rahola está desaparecida en combate, como Chuck Norris. Los del TOP manta, sin papeles, licencias ni impuestos, han hecho negocio ora con la estelada ora con la rojigualda, dependiendo del guión establecido, como esos espectadores de los programas basura a los que el productor levanta el cartel de que ahora toca aplaudir. ¡Y aplauden! Y ¿para qué? Ha dicho Carme Forcadell, tan bizarra, que la declaración de independencia era «simbólica«, que es lo que le han dicho desde Moncloa a sus abogados que dijera, y que acata la Constitución y el artículo 155 y los Estatutos del PP y está dispuesta a jurar que el PP no tiene caja B y que Luis Bárcenas no llevaba una contabilidad paralela.

Todo una farsa. Todo una vergüenza. Todo un sainete. Un juego de castas en el que, encima, tenemos que estar agradecidos que la comedia no haya terminado en tragedia. Sólo hay que lamentar tres todoterrenos de la Benemérita con los cristales rotos y las ruedas pinchadas.

A la postre, todos siguen cobrando, hasta los presos, a los que Moncloa no sabe cómo soltarlos, e incluso los mossos que hacer, propiamente, no han hecho nada para justificar cobrar a fin de mes, lo que un guardia civil y un policía nacional juntos.