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Podemos puede darse por muerto

Redacción




Pablo Iglesias, en el debate de la moción de censura. /Foto: RTVE.es.

Miguel Sempere.

Podemos es un proyecto finiquitado. Pablo Iglesias ha acabado con él. Podría decirse que él lo creó y se considera legitimado para ponerle fin, aunque de por medio el profesor de la Facultad de Políticas va a terminar como un juguete roto, haciendo uno de los mayores ridículos nacionales que puedan recordarse. La crisis de la formación ya es galopante, con Juan Carlos Monedero pidiendo una vuelta a los orígenes, con Carolina Bescansa -uno de los mayores valores de la formación- sacada manu militari de la Comisión Constitucional por sus llamadas a cordura, con pleno desconcierto en Podemos de Andalucía y con los Círculos desactivados. Iñigo Errejón en twitter.

Podemos tiene con Carolina Bescansa, una de las mejores sociólogas de España. /Foto: YouTube.com.

El gran error histórico de Pablo Iglesias fue no votar a favor de la investidura de Pedro Sánchez lo que hubiera llevado al PP a la oposición sumiéndolo en una crisis sin precedentes. No se entiende tal desvarío ni aún poniendo en la balanza las ansias de Pablo Iglesias de liderar toda la izquierda, ni la tendencia execrable que muestra al culto a la personalidad. Por lo menos, Podemos hubiera servido para algo, fuera de ser una mera oficina de colocación más, de pijos de la izquierda, y hubiera respondido a su legítima paranoia contra Mariano Rajoy y el PP.

Desde ahí, todo ha sido desfonde y desvaríos. El último, convertirse en el compañero de viaje de la corrupta clase política catalana separatista. Pero antes ha habido otros:

1.- Destruir Podemos en Galicia para entregarse a los separatistas de la zona.

2.- Abandonar la transversalidad para ser el nuevo remedo vergonzante del Partido Comunista.

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3.- Presentar una absurda moción de censura para no perder el prime time televisivo.

4.- Gritar esa estupidez de niñato acomplejado de «Visca Catalunya libre y soberana«.

La crisis a la que se ve abocado Podemos, y en la que va a ir profundizando, no es sólo de crisis interna, ante la que Pablo Iglesias está respondiendo de manera sistemática con tics dictatoriales y estalinistas, sino de fondo, de identidad. Nadie entiende lo de la plurinacionalidad, salvo el hispanoargentino Pablo Echenique, que cada vez resulta más estomagante, porque es una contradicción en los términos y nadie puede entender a una izquierda sometida a los dictados del separatismo.

Ni tan siquiera vale, en términos tácticos, la suposición de que la postura de Pablo Iglesias, arrastrado por Ada Colau, puede tener réditos en Cataluña mientras le pasará factura en el resto de España. Tampoco en Cataluña tiene mucho recorrido. La izquierda separatista está ocupada por Esquerra y por la CUP. En las encuestas que van saliendo los Comunes de Ada Colau parecen poco comunes, ni tan siquiera figuran en la intención de voto de manera relevante.

Alberto Garzón. /Foto: unidadpopular.es.

Pablo Iglesias no es consciente, al parecer, de que se ha aliado a un supremacismo que articula su discurso alrededor del desprecio al resto de los españoles y muy especialmente a andaluces y extremeños, ni que ese supremacismo aspira a absorber a Valencia e Islas Baleares; con lo que el cúmulo de agravios que va sumando es completamente suicida. En Madrid, con su discurso va a desaparecer. Alberto Garzón ya se va dando cuenta de que ha cavado su tumba y que Izquierda Unida se va a extinguir.

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El problema de fondo de Podemos y Pablo Iglesias es que carecen de una idea de España, lo cual es muy grave pretendiendo ser un partido nacional y presentándose como candidato a la presidencia del Gobierno. Pablo Iglesias no sólo no cree en España, sino que la odia; la identifica con el franquismo y, en último término, con Mariano Rajoy, con el que siente tiricia a estar cerca en cualquier posición; pero la cuestión nacional es preconstitucional y predemocrática. Hay Constitución y democracia porque hay nación. Cuestiones tan elementales se le escapan a Pablo Iglesias, que ya es pasado.