Luis Bru.
Convertir un programa de debate político en otro de los llamados de interés humano, lindando con los sucesos, con el mismo nombre y el mismo presentador, Antonio Jiménez, es tarea complicada, ardua y, en alguna medida, es una estafa moral al espectador.
El Cascabel carece de ritmo televisivo. Desapareció el viernes y a la vuelta la mayor parte de los tema estaban desfasados. La noticia del concejal del caso Malaya, Carlos Fernández, vieja. La de Fórum y Afinsa, que era del día, sin entrar en profundidad, con obviedades, en cuestión que lleva coleando años. El macrobotellón de Majadahonda también sin capacidad para analizar el fenómeno.
Los contertulios, que son políticos, están fuera de lugar, repitiendo obviedades sin conocimiento suficiente de las materias. Plantear a los espectadores para votar si «¿debe pagar la «no hija» de Dalí la exhumación?» parece cuestión intranscendente.
Fallos en las conexiones; poca inventiva y nula creatividad. Desconocimiento de los géneros periodísticos, sin un buen reportaje elaborado; con mareantes imágenes repetitivas de archivo.
Antonio Jiménez fuera de lugar. Poco incisivo. Interrumpiendo, como siempre. Frivolizando sobre las cuestiones en liza, como calificar de «combativos» a unos jóvenes vándalos borrachos. Con ansiedad, incómodo y fuera de lugar.
El Cascabel era un programa sectario, ahora se ha tornado simplemente aburrido.