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Miguel Blesa, buque insignia de la corrupción del aznarismo

Redacción




Miguel Blesa, el amigo de José María Aznar. /Foto: espiaenelcongreso.com.

Enrique de Diego.

Miguel Blesa era el buque insignia de la corrupción del aznarismo. Miguel Blesa conoció a José María Aznar en las oposiciones a Inspectores de Hacienda. Ahí empezó su gloria y su desgracia. El aznarismo cerró el círculo de la corrupción convirtiéndola en la sangre putrefacta del cuerpo social. Unió a la mordida la hipocresía, pues accedió al poder denunciando la corrupción socialista y prometiendo cosas como la despolitización de las cajas y la Justicia; promesas que guardó bajo siete llaves en cuanto accedió al poder con sus delicias.

La corrupción en España se inició con Juan Carlos de Borbón, al que el mismo día que era entronizado en las Cortes una veintena de patricios monárquicos decidieron que la forma de dotarle de una tranquilizadora fortuna era que cobrara una mordida de cada barril de crudo importado de las petromonarquías wahabistas. Un delito añadido de alta traición. Felipe González, con la depredación de Rumasa, la extendió por su Gobierno e infectó a instituciones como la Dirección de la Guardia Civil. El aznarismo la extendió por todo el partido dañando a todo el cuerpo social convirtiendo la honradez en un suicidio personal. El sistema de sobres lo trajo Aznar, como me han ido confirmando numerosos colaboradores de aquella etapa, de Castilla y León donde lo había experimentado, como la forma de mantener unido al centroderecha, mediante el enriquecimiento personal.

Con el respaldo del PP, pero también de Izquierda Unida y Comisiones Obreras

En ese ambiente oscuro y degenerado, Miguel Blesa brilló como un amo del mundo. Entre 1996 y 2009 fue presidente del Consejo de Administración de Caja Madrid. Su curriculum para acceder a ese puesto, sin ningún conocimiento bancario, básicamente se reduce a un dato: era amigo de José María Aznar. Y accedió a la presidencia con los votos de los consejeros del PP pero también de Izquierda Unida y de Comisiones Obreras. Blesa entendió perfectamente el esquema mental de la subcasta aznarista: todo el mundo tiene un precio y a nadie le amarga una tarjeta black, ni al numerario del Opus Dei, Jesús Pedroche, ni al aficionado a la lencería fina, Juan Iranzo, ni al liberal egipcio, Alberto Recarte, ni al comunista Ramón Espinar Gallego, padre del podemita especulador de vivienda de protección oficial. 

Alberto Recarte. /Foto: elplural.com.

A Blesa le llovieron los honores y los privilegios: consejos de Administración de TeleMadrid, Dragados, Endesa, presidente de la Fundación General de la Universidad Complutense, miembro del Patronato del Museo Thyssen. Aficionado a la caza mayor, se hizo habitual de los safaris, solo abiertos a los amos del mundo.

Derecho de pernada: los mensajes calientes con Olga Cruz

Mientras tanto hundía Caja Madrid, algo casi imposible, con la confianza de cientos de miles de pensionistas y pequeños ahorradores. Sólo con un saqueo inmisericorde pudo conseguir esa dudosa proeza. Blesa se sabía poderoso, influyente y protegido y en su despacho de la Caja se autoconcedió cierto derecho de pernada. Fue denunciado por el esposo de su empleada Olga Cruz, con la que se cruzaba mensajes calientes y explícitos a través del email corporativo en horas de trabajo, en los que él hablaba de la carne que le gustaría comer de su empleada, de lo que haría con ella si la tuviera en el lado derecho de la cama y ella le pedía «déjate mimar» o, entrando en harina, que «los sitios donde me gustaría ir son por este orden: protocolo, comunicación, publicidad, calidad, obra social…»

El marido empezó a enviar correos a los amantes: «descubrí que llevas meses cepillándote a tu presidente. Por cierto, alguien vio una foto tuya con Blesa, es el abuelito, ¿a que sí?».

Se dejara mimar o no por Olga Cruz, Miguel Blesa era un mimado del sistema al que todo le estaba permitido. El marido despechado llevó a Blesa a los tribunales, pero de allí salió cornudo y multado. Se cruzó por medio la jueza María Tardón, más del PP que la gaviota, y puso freno al osado, con 4.440 euros de multa y orden de alejamiento de 6 meses.

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Mientras tanto, Miguel Blesa seguía hundiendo Caja Madrid. Concedía créditos fallidos al Grupo Marsans, por 30 millones de euros, como una especie de donación corrupta, y a constructoras, o compraba en operación ruinosa el City National Bank of Florida. Eran el tipo de operaciones que todos los cargos del PP, y del resto de partidos y sindicatos, estaban haciendo en todas las Cajas de España, dándose un festín de saqueo, con cargos en la presidencia, como en la Caja de Ahorros del Mediterráneo Modesto Crespo que, en sede judicial, ha afirmado que él no tenía ni idea y que se dedicaba a acompañar de compras a las esposas de los consejeros; la figura decimonónica del caballero servant.

El fiscal se negó a bajar a la vistilla

Cuando el juez Elpidio Silva osó llevarle una noche a la cárcel de Soto del Real, con la acusación particular de Manos Limpias, Miguel Bernad, y Ausbanc, Luis Pineda, el sistema vibró de ira incontenible. Federico Jiménez Losantos perdió aún más la cordura con histriónica verborragia. Y, María Tardón por medio, Elpidio Silva perdió la plaza de juez, acusado mendazmente de haberse «extralimitado» y Miguel Bernad y Luis Pineda ingresaron en prisión preventiva, donde éste último lleva más de un año.

Miguel Blesa entró en la cárcel dos veces. La primera sólo estuvo 48 horas. En la segunda, salió, tras quince días, tras pagar una fianza de 2,5 millones de euros, lo que da una ligera idea del capital acumulado. Como la da, de la protección de la casta, que el fiscal, insistentemente llamado por el juez Elpidio Silva, se negara a comparecer en la vistilla y que fuera Manos Limpias quien tuvo que pedir la prisión.

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Fue informado de que la sentencia del Tribunal Supremo iba a ser adversa

El 23 de febrero de 2107, Miguel Blesa fue condenado, por el caso de las tarjetas black, a seis años de prisión. Sus allegados me dicen que estaba esperanzado con la revisión del Tribunal Supremo. Pero lo que terminó por hundirle en la depresión fue recibir información fidedigna de que la condena iba a ser confirmada y que sería antes de Navidad. Blesa, que siempre fue arrogante y prepotente, para el que las dos estancias en la cárcel fueron duras humillaciones, no soportó la perspectiva de pasar de amo del mundo a presidiario. Ya sólo encontraba paz en el campo, pues era frecuente que se le increpara por la calle como «chorizo». Que es lo que era.

A quienes les ha abandonado el poder cuentan que un efecto colateral es que deja de sonar el teléfono. Jaime Mayor Oreja me dijo que parece como si hubieras bajado de estatura. Porque, en sí, protección por medio, exasperante lentitud de la Justicia, Blesa seguía siendo un amo del mundo que no pudo soportar la responsabilidad de sus actos.

Como los toros, buscó para morir las tablas, donde había sido feliz

Decidió suicidarse en el lugar donde había sido feliz, en la finca Puerto del Toro, en Villanueva del Rey, Córdoba: 1621 hectáreas, con vivienda de tres plantas y catorce habitaciones, un Falcon Crest andaluz, con el mejor vino, el mejor whisky y todo lo que un apasionado de la caza mayor puede encontrar en la piel de toro. Como los toros, para morir buscó las tablas, la seguridad de un pasado de vino y rosas.

Miguel Blesa con su segunda esposa, Gema Gámez. /Foto: eleconomista.es.

Blesa dudó en las últimas semanas respecto a su desenlace fatal. Convocó y desconvocó varias veces. Hasta que a 80 kilómetros de la finca llamó anunciando su llegada. Le esperaron Rafael Alcaide, uno de los gestores, y dos guardas. Se acostó, madrugó. Se preocupó de que Rafael Alcaide tuviera el teléfono de su esposa, Gema Gámez. No dejó una carta, como tantos suicidas, porque nada tenía que decir. Se ausentó en el desayuno con la excusa de poner el coche a la sombra. Como Ernst Hemingway, había elegido su rifle favorito, del calibre 270. Se sentó en el coche, apoyó la culata en el suelo y se disparó al tórax. Es más frecuente en estos casos introducir el cañón en la boca o apuntar a la sien, pero eso es elucubración del suicidio perfecto.

Miguel Blesa fue un corrupto y terminó como un cobarde, sin devolver lo que robó. Tendrán que hacerlo sus herederos.

http://ramblalibre.com/2016/07/07/el-dia-d-de-la-corrupcion-a-gran-escala-de-juan-carlos-de-borbon/