Miguel Sempere.
La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena ha quedado atrapada en las contradicciones de su bipolar ideología. Para el ramadán de este año destinó 300.000 euros de todos los madrileños a sufragar asociaciones islámicas; también repartió propaganda a favor de esa festividad religiosa y cedió el espacio público de la Plaza principal de Lavapiés.
Ahora ha dado órdenes de que la Unidad de Gestión de la Diversidad, especializada en los llamados delitos de odio, aumente los esfuerzos por vigilar y proteger las mezquitas. Decisión preventiva tras sucesos ingleses, pero no españoles, donde ha habido algunas esporádicas pintadas, mientras se acaba de intentar quemar la capilla de la Universidad Autónoma de Madrid. En realidad, desde el interior de algunas mezquitas sí se ha extendido y propagado el odio. Varios de los terroristas de la masacre del 11-M salieron de la Mezquita de la M-30, y en 2014 fueron detenidos catorce musulmanes relacionados con esa mezquita, y organizados como Brigada de Al Andalus, dedicados a la captación de futuros yihadistas.
Manuela Carmena tiene una concepción alucinada de la diversidad, pues también se muestra proclive a favorecer al colectivo LGTBI que celebra estos días en Madrid su Worl Pride. También ha destinado efectivos policiales especiales para prevenir la homofobia.
Ambas líneas no constituyen la diversidad, sino una clamorosa bipolaridad. Musulmanes y homosexuales son incompatibles, según las enseñanzas coránicas y la sharia. Sería interesante que, en aras de la diversidad, Manuela Carmena cediera el próximo año la Plaza de Chueca para celebrar allí el ramadán.