Editorial.
La existencia de «comunidades» es impropia y directamente contraria a la sociedad democrática, que se estructura a través de individuos con derechos personales y a través de una sociedad civil de grupos intermedios, pero no de «comunidades cerradas», yuxtapuestas, porque eso conlleva fragmentar la soberanía y establecer zonas liberadas y estados dentro del Estado.
Con supina ignorancia y machacona insistencia, se habla de la «comunidad musulmana«. El Ayuntamiento de Madrid se refiere habitualmente a la comunidad musulmana. Se hace de manera generalizada. Si existe una «comunidad musulmana» es que la democracia ha entrado en contradicción y está siendo destruida.
Los poderes públicos tienden a relacionarse con la «comunidad musulmana«, canalizando a través de ella fondos públicos, eso no hace más que fortalecer las imposiciones de los dirigentes, habitualmente fanatizados. Una comunidad se establece con normas jurídicas propias, confrontada al Estado de Derecho. En Inglaterra se ha permitido, por ejemplo, el funcionamiento de tribunales de la sharia. Es habitual que se hagan sondeos respecto al grado de adhesión a la ley islámica en barrios que funcionan al margen del conjunto del Estado, como si hubiera sido liberados por la «comunidad musulmana«.
Tampoco puede aceptarse la existencia de una comunidad gay, o colectivo LGTBI, que imponga sus normas al conjunto de la sociedad y mediatice al poder político.
Nuestros ignorantes e incompetentes dirigentes están destruyendo la democracia.