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Carta a mis compatriotas: cobayas de un poder oscuro

Redacción




Cobayas. /Foto: mascotafiel.com.
Cobayas. /Foto: mascotafiel.com.

Enrique de Diego

Veo a mis compatriotas por la calle, vacíos y serviles, como ovejas silentes llevadas al matadero. Se les han consentido todas las depravaciones hasta provocar un deterioro patente del material humano. Se agitan con la espontaneidad prescrita. Corean blasfemias de transgresión dictada.

Sobre mis compatriotas han caído todas las plagas en grado terminal: la letal del feminismo, la de la tiranía LGTBI, la del conflictivo multiculturalismo, la autonómica, la del separatismo, la de la justicia injusta al servicio de los privilegiados, la del parlamentarismo histriónico, la de la falta de representatividad, la de la concentración de poderes, la de la corrupción esquilmadora.

Como cobayas de un poder oscuro asisten dóciles al experimento en el que ellos son las víctimas; a su expoliación, a su sustitución y a su exterminio, mientras rumian placeres amargos.

Sin Patria y sin familia, sin lucha, sin resistencia ni dignidad, siguen las destructivas consignas que van fagocitando sus haciendas, absorbiendo sus herencias y corroyendo sus espíritus, a los que renunciaron hace tiempo a cambio de dosis de soma adormilante y de entretenimientos banales. Abdicaron de ser reyes para degradarse a súbditos, en la antesala de ser esclavos desechables, sin rechistar.

Incapaces de ver las consecuencias de sus actos y aún más de las medidas que, en su nombre, se toman contra ellos. Somnolientos y acanallados, sin palabra ni capacidad para el compromiso, adictos al televisor que les manipula; sin ideales ni coraje, de continuo son humillados y callan, educados hacen cola para recoger su cuota de desperdicios. Cuando se reúnen, en manada, y gritan con entusiasmo “¡sí se puede!” reclaman sobredosis de opiáceos estatales y aclaman fervorosos a los profesores que les han inculcado los clichés suicidas.

Abocados al precipicio del vertedero, sin pensiones, entregados sus dineros en ayudas a los foráneos, dejándose adelantar y pisar por los extranjeros, acostumbrados a las mentiras de sus líderes, mis compatriotas bailan –sin sentido ni armonía- al son que les tocan sus amos depredadores.