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Podemos: La purga y la murga

Redacción




Pablo Iglesias e Irene Montero, los nuevos amantes./Foto: lavozdegalicia.es.
Pablo Iglesias e Irene Montero, los nuevos amantes./Foto: lavozdegalicia.es.

Miguel Sempere

Cuando el 11 de febrero, Vista Alegre II rugía acompasada “¡Unidad! ¡Unidad!”, los asistentes pretendían salvaguardar algo de la ficción de que Podemos era algo distinto, donde no tenían cabida ciertas mezquindades de la naturaleza humana y de lo que, rememorando a Ortega, era tildado de vieja política. Porque el espectáculo anterior había sido deplorable y navajero y el debate de muy bajo nivel, tramposo y con argumentos ad hominem.

El espectáculo posterior era previsible: una purga inmisericorde y tardoestalinista perpetrada por la pareja de novios que hoy domina un Podemos donde la naturaleza humana se muestra con el esplendor de la mezquindad y donde la vieja política florece con el furor de las malas hierbas.

Podemos ya tiene una senadora en el grupo mixto, o de no adscritos, Élvira García, una expresidenta del Parlamento balear fulminada, María Consuelo Huertas, y ahora una purga en toda regla, que pasa por una recolocación en los asientos del grupo parlamentario, pero también por una poda de trabajadores tenidos por errejonistas y, por tanto, por traidores, en la sede central aprovechando la reforma laboral de Mariano Rajoy: 23 en total a la calle. Oponerse a Pablo Iglesias es jugarse el puesto de trabajo.

El que se mueve no sale en la foto, decía Alfonso Guerra. El que debate y pierde es fulminado en Podemos. Los gritos de “¡Unidad!” eran falsarios, escondían la sentencia de muerte del gladiador herido. Fue fulminado José Manuel López en Madrid por Ramón Espinar y ahora Teresa Rodríguez en Andalucía hace lo propio con quienes osaron oponérsela en primarias. El Consejo Ciudadanos del 11 de marzo quitará a la opositora Carmen Lizárraga de la presidencia del Grupo o a la también crítica Esperanza Gómez de la Coordinación.

Esto en cuanto a la purga, pero sigue la murga que corre a cargo de la novia, Irene Montero. El feminismo es el último reducto de las estúpidas. “No soy la primera ni, por desgracia, seré la última que reciba ataques y sea cuestionada en su vida privada o sus capacidades”, ha dicho en una entrevista llena de vaselina con Ana Pardo de Vera.

La historia de la secretaria (ahora llamada jefa de gabinete) que se lía con el jefe es más vieja que el tebeo. El curriculum de la psicóloga es de perfil bajo: una activista, que ahora pugna por la “feminización” de Podemos y que utiliza la jerga retorcida de la corrección política, de forma que a dónde quiere ir es a “la deconstrucción de las estructuras de poder patriarcal que muchas veces permanecen ocultas, porque la política sigue siendo un espacio por y para el hombre”. Pero ascendiendo por las camas giratorias, porque es evidente que a Tania Sánchez le ha costado caro cortar con el fauno que usa Podemos como un serrallo.

La crítica no es a Irene Montero por ser mujer, sino a Pablo Iglesias por cacique y por nepote. A Irene Montero, que nunca ha tenido oficio ni beneficio, en su incipiente papel de Evita Iglesias, cabe achacarle su condición de trepa y de política profesional: “la política es una profesión de hombres”, dice a la arrobada Ana Pardo de Vera. No, la política no puede ser una profesión. Eso es la más deleznable, decrépita y vieja política.