Ramiro Grau Morancho. Abogado.
En los últimos tiempos estoy recibiendo bastante correspondencia urgente, unas veces como cartas urgentes, y otras certificadas y urgentes.
En el caso de certificados urgentes, los precios son realmente muy elevados, por no decir abusivos. Ahora mismo tengo encima de la mesa un sobre normalizado, que contenía un solo folio, y cuyo expedidor pagó a Correos la friolera de 6,23 euros, según consta en el franqueo.
Esa misma carta, enviada como un certificado normal y corriente, no hubiera llegado ni a tres euros, creo recordar que dos con setenta y tantos céntimos, es decir que la urgencia duplica la cuantía a pagar.
El transporte siempre se ha efectuado al igual que el correo ordinario, es decir no hay envíos aparte del correo urgente, pero si hay (o, mejor dicho, había) un reparto especial.
Cuando las cartas llegaban a término un grupo de carteros, destinados a la unidad o servicio de urgencias, o algún empleado, en localidades pequeñas, se dedicaba a repartir ipso facto el correo urgente…, que para algo cuesta más del doble su envío, en el caso de cartas certificadas.
Pues bien, desde hace varios meses vengo observando que las cartas teóricamente urgentes las trae el cartero que atiende normalmente mi domicilio, lo que me extraña mucho, pues supone, además, que en vez de tardar un día o dos en llegar, a veces se demoran tres ó cuatro días, por exceso de trabajo, o por las razones que fueren.
Tras preguntar a varios carteros, amigos y conocidos, me indican que como Correos anda mal de dinero (se supone), pues en vez de contratar personal para hacer el reparto de las urgencias, las derivan a los carteros normales y corrientes, de forma que si una carta urgente a su nombre llega a Zaragoza hoy por la mañana, por ejemplo, en vez de repartirla a lo largo de la mañana, o incluso a primera hora de la tarde, se deja para que la reparta el cartero al día siguiente, y sino al otro, que prisa no hay. Total, ya han cobrado por el certificado, por la urgencia, por el sobre no normalizado, por el peso, y por la madre que nos parió a todos… Y aquí paz, y después gloria.
¿Cómo se llama esta forma de actuar en el lenguaje ordinario…? Pues un fraude, un engaño, o, si me apuran un poco, una auténtica estafa, acudiendo incluso a la definición de la estafa que da el Código Penal, y en la que es un elemento básico el engaño.
Correos tiene todo el derecho del mundo a no prestar el servicio de correo urgente, faltaría más, si considera que es deficitario, no quiere contratar más personal, o por las razones que fueren, pero lo que no puede –y sobre todo, no debe hacer- una empresa que se supone es seria y profesional, es engañar a sus usuarios. Así de claro.