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Patriotismo económico (1): Nacionalidad y soberanía

Redacción




Bandera de España. /Foto: banderas-mundo.es.
Bandera de España. /Foto: banderas-mundo.es.

Enrique de Diego

El socialismo está en crisis en todo el mundo, incluso en su versión más benigna de la socialdemocracia. Ha sido la ideología más experimentada, en más naciones, sobre más gente, durante más tiempo y siempre ha sido un fracaso. Parte siempre de una concepción negativa tanto de la propiedad privada como de la capacidad de iniciativa de la persona y de una adoración del Estado, que identifica con una democracia expansiva. Salvo en algunas naciones, como Corea del Norte, Cuba, Venezuela, ha perdido buena parte de su virulencia.

Hoy es más peligroso el liberalismo, que está en la base del intento globalista de destruir las patrias, y las sociedades subyacentes, para generar un gobierno mundial sobre un mercado mundial, con una masa de esclavos tutelada por una élite gobernante en un nuevo orden mundial. A este proyecto, quizás el proceso de ingeniería social más ambicioso y peligroso del devenir humano y el que más riesgos contiene para la supervivencia de la especie, se están dedicando ingentes cantidades de dinero, y en él no sólo están implicadas las mayores fortunas del Planeta, sino también los entramados de instituciones internacionales –mediante su propia utilidad marginal de supranacionalidad- y el conjunto de los medios de comunicación –también la mayoría de los digitales- en una auténtica dictadura mediática.

El problema de base para que el liberalismo se haya convertido en una amenaza ubicua para la humanidad es que carece de antropología, incluyendo la negación de Dios, considerando a los hombres como individuos, sin referencias, simples consumidores, y situando, por tanto, los territorios reconocibles de las naciones, donde, en sociedades homogéneas, es posible la siempre difícil convivencia, como el objetivo a batir, eliminando las fronteras. Bajo la capa de una conflictiva propuesta multiculturalista, a lo que conduce es a la extinción de la civilización y a la sustitución de la población blanca europea y americana, a la que, por un lado, se somete a un proceso destructivo de su demografía (liberación corruptora de la mujer, feminismo agresivo, criminalización de la maternidad, fomento de la homosexualidad, cultura de la muerte: aborto, eutanasia), y, por otro, se promociona su invasión por grupos, étnica, cultural y religiosamente, extraños, a los que la élite considera más dóciles para sus designios de gobierno mundial.

El liberalismo que, con frecuencia aparece en la praxis como una patente de corso para parasitar del Presupuesto, ha difundido como opción de futuro un cosmopolitismo apátrida, disolvente de las naciones, hacia una utopía mundialista disgregadora de las referencias, para obtener gentes indefensas y maleables, y, en último término, exterminables (puesto que están dañando al Planeta con el calentamiento global) y promotora de migraciones invasivas, para generar un maremágnum en conflicto.

Los ciudadanos desarmados, traicionados por sus élites, se enfrentan a concentraciones de riqueza en muy pocas manos que les concede la capacidad de imponer sus criterios destructivos no sólo a la mayoría, sino a todo el Planeta. Lo que está provocando, como efecto buscado, es una crisis planetaria que pasa por la destrucción de la familia –núcleo fundamental de resistencia frente al totalitarismo-, la depauperización de las clases medias, el deterioro del poder adquisitivo de los salarios y la extensión de la pobreza. ¡Un mercado global de pobres dominados por una pequeña élite despiadada que, al tiempo, se presenta como humanitaria! ¡La tiranía de la revista Forbes!

Ante este grave peligro, superior a todos los afrontados hasta ahora por la humanidad, la dialéctica socialismo-liberalismo está desfasada, al margen de que ambos se han instalado y participan del consenso suicida de la corrección política.

Es precisa, con imperiosa urgencia, una nueva fuerza vital superadora, una nueva doctrina de combate, el patriotismo económico, que desarrollaré en sucesivas entregas, basado en dos fundamentos: la nacionalidad y la soberanía.