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No hay bloqueo, hay quiebra del sistema

Redacción




Mariano Rajoy con Pedro Sánchez. /Foto: madridiario.es.
Mariano Rajoy con Pedro Sánchez. /Foto: madridiario.es.

Enrique de Diego

Quienes consideramos –cada vez más- que la transición fue un desastre nacional, que puso en marcha fuerzas disgregadoras, que configuró una casta privilegiada expansiva y depredadora, hemos de percibir la realidad de que no estamos ante un bloqueo –coyuntural- sino ante la quiebra del sistema.

En el más entusiasta de los escenarios del sistema la abstención socialista no permitiría la gobernabilidad, ni tan siquiera la aprobación de los Presupuestos. Ni tan siquiera el acuerdo entre PP y Ciudadanos es sólido. Rajoy no ha dejado de ningunear, hasta la humillación, a su aliado, y Ciudadanos no se ha recatado en mostrar su desprecio hacia un partido no creíble y esencialmente corrupto. Un imposible Gobierno PP, PSOE y Ciudadanos, en un bloque constitucionalista contra el reto separatista, no duraría dos semanas.

Todo ha devenido en una farsa. Nos dicen que no hay Gobierno y que para que el PSOE sea oposición primero tendría que haber Gobierno, pero en esta comedia bufa a la que llevamos asistiendo ocho meses, resulta que tanto el Gobierno –ya una autocracia que no responde ni es controlado por el legislativo- como la oposición cobran a fin de mes como si lo fueran. Así que han llegado a la perfecta utopía de la casta en la que todos siguen depredando al contribuyente, viviendo de la mamandurria sin pegar un palo al agua, salvo ir de plató en plató, de rueda de prensa en rueda de prensa y de debate ficticio en debate ficticio.

España ha llegado a la ingobernabilidad. Es ingobernable, mientras el separatismo catalán avanza financiado por el Gobierno del PP, que sostiene a golpe de talonario del Fondo de Liquidez Autonómica a la Generalitat, sólo combatido por espasmos jurídicos de un Tribunal Constitucional desprestigiado a fuer de dependiente y politizado.

Ni en las terceras, ni en las cuartas, ni en las quintas…elecciones va a ser gobernable. Ciertamente, la Ley D´Hondt que propende al bipartidismo, lentamente, que castiga en el reparto del tercer partido para abajo, irá favoreciendo al PP y al PSOE, en detrimento de Ciudadanos y Podemos (lo de Unidos se ha diluido bastante), pero sin capacidad en mucho tiempo de alcanzar la mayoría absoluta que dé acceso a la gobernanza rompiendo la confrontación izquierda-derecha.

La recuperación económica es la gran ficción del momento. Se ha hecho un ajuste en las empresas mediante la reducción de salarios. Y lo que se está haciendo es mantener el espejismo a corto plazo a fuerza de déficit y deuda, gastando el dinero de los que ni tan siquiera han nacido. Así cualquiera gestiona. No hay dinero ni para las pensiones y estamos acogiendo refugiados y todavía Albert Rivera pide más.

Y porque la recuperación es una ficción, porque el sistema, por ejemplo, ha proletarizado a tres millones de personas de la clase media que tanto costó configurar, porque ha dejado sin presente y sin futuro a los jóvenes, ha surgido Podemos, que no es sólo un producto mediático, que también, sino que tiene su base un humus social degradado de familias con todos sus miembros en paro, de desahuciados por cajas saqueadas y bancos financiados con dinero del contribuyente. Podemos es un error, un inmenso despiste social, porque acierta en el diagnóstico, que algunos hicimos mucho antes de que se enteraran unos cuantos profesores de la inútil Facultad de Políticas, pero no acierta en ni una de las soluciones, porque siempre propugna dosis mayores del mal.

El sistema no aguanta tres años, ni económica ni políticamente. Si la sociedad española tuviera resortes morales no aguantaría ni tres meses. Pero no es el caso, que la Liga y los derbys desfogan mucho a un pueblo que se tornado lanar y pastueño y que cada tarde corre hacia no se sabe dónde.

Una muestra menor de este estado terminal ha sido el bajo tono formal del debate de investidura, con una retórica parlamentaria oscilante entre el patio de colegio y la asamblea universitaria, con un Rajoy que ya se ha creído su personaje de gallego chistoso y socarrón, que es incapaz de elevarse al nivel de los principios y las ideas fuerza, y se pierde en chistes fáciles de buenos y malos y de tíos estupendos. Pedro Sánchez, demasiado tenso y envarado; Albert Rivera desde luego no es Adolfo Suárez, que tampoco era gran cosa más allá de un aventurero iletrado y de un seductor oportunista; y Pablo Iglesias chapotea en la cándida adolescencia con metáforas de teleserie como el chicle de Macgyver. Tan mal están las cosas, que fue uno de los pocos momentos estelares. O simples chorradas como la descalificación mostrenca de Cánovas.

Ni la vieja política está en condiciones de dar a España un futuro, ni los que se dicen nueva política tienen cuajo ni hechura, son viejos prematuros que en muchos aspectos no han madurado.

Los separatistas se ríen ante el espectáculo cirquense, mientras ante la debilidad de España, que todo lo ha cedido, que todo lo cedió en la transición –se sembraron vientos y ahora llegan las tempestades precedidas por esta ficticia calma chicha- retan con bravuconería tabernaria y exhiben sin pudor sus planes de ruptura, sin que nadie les trate como lo que son: sediciosos delincuentes.

Los españoles de hoy tienen lo que se merecen y se merecen lo que viene, porque no han sudado, no han mostrado gallardía ni orgullo, materias que sobreabundan en la historia de España y que parecen haberse perdido en algún recoveco de la historia reciente; mentalidades débiles incapaces de inocularse frente a la mentira de la propaganda mediática. ¡Cuánto más miente un medio, más audiencia tiene! ¡Cuánta más basura ofrece, más seguidores!

Y, sin embargo, en esta quiebra del sistema hay una oportunidad que no puede desaprovecharse, para ir hacia un patriotismo económico relacionado con la nacionalidad y la soberanía, para ir a una regeneración que desmantele la casta y depure la Justicia, para ir a una refundación que cierre por fracaso e insostenibles las autonomías y eche siete cerrojos al Senado y ponga a dieta severa a las Diputaciones, para explotar la burbuja política que ni tan siquiera un territorio visitado el año pasado por 68 millones de turistas puede sostener.

Que no se puede hacer…Lo que no se puede hacer es seguir con este sistema putrefacto de corrupción, en quiebra, muerto.