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La utopía satánica de la robótica: sustituir al hombre

Redacción




Enrique de Diego

La llaman la cuarta revolución industrial. Mienten. Las tres anteriores –vapor, electricidad, informática- tenían un sentido instrumental: estaban al servicio del hombre. Se referían a accidentes, ésta se dirige a la esencia. La que está en marcha, la que ya está llamando a las puertas, sin debate, con una información para indigentes mentales, como si se tratara de juguetes mecánicos, como ositos de peluche que no necesitan que se les dé cuerda, tiene como finalidad sustituir al hombre.

¿Debemos reivindicar a ‘Ned’ Ludd, el joven de Leicestershire que en 1799 destruyó máquinas que dejaban sin trabajo a los obreros? Es posible que fuera un visionario. Y eso que aquella revolución ‘industrial’ era inocente, al lado de lo que afrontamos. Mejoró los caminos con Telford, puso en marcha los trenes con George Stephenson y los viajes comerciales a vapor por mar con Robert Fulton. Se puso en marcha la industria textil del algodón que dio a la Humanidad ropa limpia y barata. Los avances médicos hicieron aumentar la población y eso generó un mercado humano más amplio al que había que servir con nuevas industrias que generaban nuevos puestos de trabajo. El hombre siguió siendo el centro y los adelantos técnicos estaban a su servicio. Ahora no.

Ahora, de nuevo, se ha puesto en marcha el ancestral y permanente objetivo satánico: acabar con el hombre, con la creación. Se parte de la base de que el hombre es ineficiente y puede ser sustituido por la máquina: híbridos y androides en esta pesadilla milenarista. No tratan de hacernos mejor la vida, sino de quitárnosla. ¡Es hora de despertar!

¿Para qué se necesita al hombre si todo lo pueden hacer las máquinas? Ese es el final del camino; un final que está a la vuelta de la esquina. Podríamos ser más felices sin hacer nada, desarrollando nuestra creatividad, se nos dice. Pero ¿a cambio de no hacer nada qué retribución obtendríamos, quién nos mantendría ociosos y para qué? El hombre fue creado ut operaretur, para que trabajara, dice el Génesis, en eso estriba su dignidad y también su poder. Despojado de ello, ¿qué sentido tendría? Para comprar los nuevos robots. Pero, ¿con qué? Para eso ya estarían, en último término, los robots.

Se crearán nuevos puestos de trabajo de ingenieros de robótica, de talleres de robot…Pero eso también podrán hacerlo, precisamente, los robots. Estos pueden incrementar sus conocimientos y programar a otros. Es un proceso que dota a la máquina de autonomía, que la saca fuera de control. La utopía incluye máquinas androides capaces de generar y tener sentimientos, incluido el odio.

¿Hacia dónde conduce esta utopía demoniaca que se nos vende en los telediarios como una simple curiosidad? Es preciso un debate, es imprescindible una explicación, es urgente una toma de decisiones en la que el hombre y el demos puedan participar. Estos son tiempos de confusión en los que la oración es más necesaria que nunca.

Pienso que Rambla Libre ha nacido para dar esta voz de alarma, para abrir este debate, para cumplir este servicio. Nuestras fuerzas son crecientes, pero muy menguadas, para ello, pero es un imperativo ético dudar de las virtudes de una senda que se abre a abismos insondables, en donde se nos trata de adormecer como conejillos de indias de una inteligencia artificial amorfa. ¡No somos competitivos con las máquinas! ¡No servimos!

«El desarrollo completo de la inteligencia artificial podría significar el fin de la especie humana», ha advertido Stephen Hawking. Elon Musk, el fundador de Tesla y SpaceX, ha ido aún más allá y asegura que el desarrollo incontrolado de la inteligencia artificial sería más o menos como «invocar al diablo». Esas son sus palabras, pero sus hechos van por otra parte; está invocando de continuo y cada vez más fuerte al diablo. ¿De dónde pensamos que ha sacado Elion Must conocimiento para lanzar artefactos al espacio con mayor garantía que la agencia rusa o la agencia americana? Y hasta cohetes que aterrizan de vuelta solos que ni rusos ni americanos lograron jamás en 70 años. ¿Es que nuestras mentes se han vuelto infantiles y ahora no percibimos la complejidad que hay detrás de esos procesos?

¿Sirve la robótica para mantener los actuales niveles de población o deja fuera de lugar a los seis mil millones de seres humanos que habitan el planeta? ¿Será preciso reducir drásticamente la población mundial? ¿No deberíamos sentir un temor reverencial ante lo que se ha puesto en marcha o recuperar, al menos, un resto de dignidad para tomar los mandos de nuestro futuro? ¿Están la robótica y la inteligencia artificial al servicio del hombre o contra el hombre? ¿Puede ser controlada por unas élites crueles y avariciosas contra los demás? ¿Vamos hacia el dominio de la máquina sobre el hombre ineficiente y, a la postre, desechable? Son preguntas que exigen respuestas antes de que sea demasiado tarde, antes de que la Humanidad se hunda en un abismo irreversible y sin retorno. Antes de que el paraíso robótico se manifieste como el infierno en la tierra, como la destrucción del hombre por su creatura.