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Julio Ariza: El hombre que pudo cambiar España

Redacción




Julio Ariza pudo hacer el bien pero se pervirtió. /Foto: laregion.es.
Julio Ariza pudo hacer el bien pero se pervirtió. /Foto: laregion.es.

Enrique de Diego

Este es un artículo llamado a tener pocas lecturas, porque Julio Ariza es hoy irrelevante, sólo conocido por su puesto en el ranking de morosos de Hacienda, e Intereconomía ha degenerado en una parodia que languidece.

Según PR Noticias, Julio Ariza reunió el viernes pasado a los menguados restos del naufragio -¡qué lejos de las fastuosas y paternalistas fiestas de Navidad, cuando se rifaba un coche y miles de euros en los omnipresentes cheques regalo de El Corte Inglés!- y les ha dicho sálvese quien pueda, que se lancen al mar que el barco hace aguas por los cuatro costados y se va a pique ya irremisiblemente. Ha dicho algo incomprensible como que espera para octubre una devolución de Hacienda cuando debe 12 millones de euros.

Y, sin embargo, hubo otra Intereconomía que funcionó y marcó estilo durante un tiempo. Y, sin embargo, a Julio Ariza la Providencia le dio la formación y los medios para haber hecho un bien extraordinario y cambiar España, pero, atenazado cada vez más por el egoísmo y la megalomanía, fue sufriendo un proceso de corrupción moral penoso; fue como el ver avanzar la lepra por un cuerpo.

Ariza empezó a chapotear con fruición en las cloacas

Tengo cicatrizadas las heridas, que fueron muchas, y no guardo rencor. Hubo una Intereconomía que funcionaba, muy habitable, con aire puro de libertad y lazos que parecían de amistad. Hubiera sido necesario hacerla crecer con naturalidad, con esfuerzo, con trabajo y humildad, pero Julio Ariza cayó en la tentación relativista del poder, quiso ser un magnate y empezó a chapotear con fruición en las cloacas, a defender a todos los corruptos y a entremezclarse con ellos, perdiendo cualquier referencia ética, se dedicó a hacer el juego sucio al PP, al tiempo que expandía la empresa alocadamente. Empezó a mostrarse como un hipócrita que utilizaba a la gente, pero que sólo pensaba en sí mismo, y que predicaba para los demás exigencias de las que él se consideraba exento.

Este es un artículo sobre una parte de mi vida profesional y la de mis compañeros. Nunca formé parte de su corte de aduladores, porque, como dijo Quevedo, no hay lisonja sin puñalada y la adulación corrompe el alma de quien la practica y de quien la acepta. Cuantas veces pude le dije que debía variar el rumbo, porque muchas familias dependían de él; que debía hacer una televisión modesta, pequeña, con el buen material humano que había en el Grupo; que no le iban a respaldar; que su mundo de las Cajas y la publicidad fácil se estaba viniendo abajo; que se pegara a la sociedad civil, que se alejara del poder, que lo hiciera por su familia, pero no escuchaba en su ensoberbecimiento.

Al compás de su degeneración moral, aterrizaron en Intereconomía una pandilla de lacayos peperos, enviados por el partido, Antonio Jiménez, Carlos Dávila, Pilar García de la Granja, y alguno más de la morralla como Javier Quero, que cambiaron el ambiente haciéndolo irrespirable con su falta de laboriosidad, su fatua prepotencia, su ejercicio desmedido de la adulación hacia Ariza, su incultura y su servilismo a las consignas de Génova.

En cuanto a mí, Julio Ariza, cada vez más amoral, me fue sometiendo a un proceso de aislamiento gratuito. Sin venir a cuento, me dijo que nunca tendría un programa de televisión. Se me redujo a un programa de radio sin frecuencias. Se aceptó dinero del PP para que no se me escuchara en Cataluña. Como en esa escena de Gladiator en la que se le indica a Hispano, que antes de matarle, le tiene que quitar la fama… Se llegó a poner en pantalla, por orden de Ariza, desde dentro de la casa, más de trescientos mensajes inventados contra mí, mientras la oquedad alopécica de Antonio Jiménez trataba de echarme encima la audiencia.

Julio Ariza pudo cambiar España, pudo salvarla, con un grupo cohesionado, creciendo armónicamente, capaz de surcar las tormentas de la crisis, y de transmitir un mensaje moral de regeneración. Es lo que siempre le propuse. Tuvo la formación para ello, los medios económicos y mediáticos, pero prefirió pervertirse para intentar ser uno de esos vacuos amos del mundo, casta corrupta. Ya decían los moralistas clásicos, que la corrupción de lo óptimo es lo pésimo. Hoy, fracasados sus sueños de magnate, con sospechas de mangante, Julio Ariza es una sombra que se desvanece irrelevante, sin pena ni gloria, pero sin dejar de infringir sufrimiento a quienes le han seguido en su aventura equinoccial. Le recomendaría que recorriera la senda del hijo pródigo. Nunca somos el hijo mayor, siempre necesitamos Misericordia.

Quizás en Rambla Libre aletee algo del espíritu de aquella primera Intereconomía habitable y posible.