
Enrique de Diego
Hoy se abrirán las urnas para la decisiva segunda vuelta en Francia de la que depende el inmediato futuro de Europa. En principio, el ganador ha de ser Emmanuel Macron. Así lo decidió el sistema, esas élites avariciosas y sanguinarias, hace tiempo. Por ejemplo, los seis grupos de comunicación más importantes de Francia han hecho una campaña feroz contra Marine Le Pen y a favor de Macron. Personalidades políticas, socialistas y de los republicanos, religiosas, sindicatos, asociaciones varias, han hecho campaña y han pedido el voto para Macron.
La distancia de partida parece, salvo sorpresa, insalvable. Si Macron ganara, como está previsto, no sería la victoria de Macron, sino que un tercio de sus votos lo considera el mal menor y otro tercio le votaría “para frenar al Frente Nacional”. Su base de legitimidad es endeble. Carece de un partido serio. En Marche! es un centro líquido de advenedizos y de clase política intentando salvarse del naufragio. En las legislativas no podrá reclamar ningún frente republicano.
Macron no es el presidente que Francia necesita. Es un personaje insustancial, sin hechura, ni fuerza vital para los graves problemas del momento. De ganar, su estancia en el poder sería breve y angustiosa.
Sea cual sea el resultado, Marine Le Pen ya ha ganado. Ya ha roto el sistema: ha hundido al partido socialista, dejándole sin base electoral, y ha fragmentado a Los Republicanos. El Frente Nacional es ya la referencia de la derecha francesa. Y ha roto todas las conjuras de silencio llevando al primer plano del debate el patriotismo, la identidad, la inmigración masiva, el islamismo, los males de la globalización, la deslocalización destructora. Ha roto una hegemonía intelectual mantenida mediante la opresión mediática. Esa fisura no hará otra cosa que crecer. Los diques han sido rotos.
El presente puede pasar por Emmanuel Macron pero el futuro pasan por Marine Le Pen y el Frente Nacional.