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«A la atardecida», Miguel Delibes y el retorno al campo

Redacción




Enrique de Diego.

Jesús Carrascal ha escrito su primera novela. «La atardecida» (1), que es un exquisito homenaje al maestro Miguel Delibes y a mi Castilla la Vieja. En momentos, uno cierra los ojos y ve a Delibes: «Y, al momento, Quimo, el Pecoso, fijaba el pájaro en el punto de mira, tentaba la piedra, estiraba las gomas, contenía el resuello y dejaba soltar; y, de inmediato, el impacto se sentía arriba, entre las hojas acicaladas, seco como un golpe de maza, y la forma diminuta, inerte, las patitas encogidas, el cuerpo ido en sangre, se desplomaba entre las aciculas, dando tumbos en el aire hasta el barrujo (..) y marchaban al páramo a hostigar a las temerosas liebres o los saltarines gazapillos; o emulaban el ulular del viento aposentados apaciblemente en los herbales de la ribera del Perdón de Dios; o se acercaban al onte de San Lorenzo a contemplar los cirros alargados; o espiaban a los puados erizos, las abubillas pardas en el bosque de San Blas…»

Una delicia para la añoranza. La portada me trae recuerdos del bodón de las culebras, de la Cuesta de la Madre, del caño de la Antillolma cuando los parros vienen a hacer noche en el cañaveral. Mi pueblo en el calvero de los pinares, Fuente el Olmo de Iscar, Segovia. Es una Castilla que ya no existe, pero que yo he vivido, en las luengas vacaciones veraniegas, cuando asombrado me extasiaba ante la puntería de mis primos con el tirachinas, como Quico, el Pecoso, o admirado les veía subir ágiles a los pinos albares para recoger las piñas, que luego, entre el barrujo, prendía, en las adoberas, hasta que se abrían ofreciéndonos para el deleite sazonadas de piñones, o la maestría de mi prima Carmen, que en gloria esté, para encontrar níscalos en el pinar, mi adorado prima Carmen que me sorprendió diciéndome que cuando no se dormía aprovechaba para rezar, o los mozos jugando en el frontón al salir de Misa, jugándose el porrón de cerveza para la concurrencia, la vacada llegando a la atardecida o mi hermano y yo cazando nuestra buena percha de codornices bajo el tórrido sol de agosto, o con mi pdre yendo a la espera del bebedero a sorprender a las palomas zuritas, a las orgullosas torcaces, a las nerviosas tórtolas o cuando entraba el nutrido bando de tordos.

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Me regodeaba en el Diario de un cazador o en El Camino del maestro Delibes. Y como aquel chaval de El Camino que se dolía de ir a la ciudad de interno, yo hoy quiero volver al pueblo mortecino, deshabitado, de esa horterada de la España vaciada. Y cuando labro el campo siento no haber sido un labriego o un pastor, como mis tíos Segundo y Julio, porque mi padre, mi muy querido y admirado padre, Mariano se fue la Guardia Civil, a Segovia, y me cortó la relación vívida con el pueblo, con la naturaleza, que hoy siento como una punzada de necesidad imperiosa, porque, en los tiempos sombríos del presente, se impone un retorno al campo y nada me enorgullece más que lo que me ha dicho mi hijo Fran: «tienes vocación de campesino».

Recuerdo a mi muy querido padre hablar de la necesidad de la industrialización. Error. Entonces comenzó la trampa, el éxodo, y familias enteras que tenían casas grandes de familia numerosa marchar a cuchitriles en Parla, Fuenlabrada, Villaverde, Orcasitas, Pan Bendito y todos en el verano mentían y todos decían que ahora eran de Madrid, la ciudad les había enseñado a mentir y a figurar, a Avilés, Gijón…Una juventud algunos de los cuales calleron vícitima de la droga. Todos tendrán que volver a sobrevivir. Se impone por necesidad imperiosa el retorno al campo, a labrar la tierra. Ahora, en Chañe, un pueblo muy cercano, un emproio agrícola donde se hn hecho grandes ftorunas, merced a la codicia, está lleno de braceros rumanos y de Malí. Triste futuro.

Hace tiempo me dijo María Jesús Alfaya, jefa de informativos de La Voz de César Vidal, que un grupo de jóvenes de Benidorm -megalópolis del turismo- se marchaban, se iban a lugar ignoto de la cornisa cantábrica, a empezar de nuevo, a sobrevivir, buscando la autosufiencia. Pîoneros de la supervivencia, del retorno al campo. Un horizonte que se avisora entre las sombras amenazantes del presente tenebroso.

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Jesús Carrascal, La atardecida, Editorial Adarve, Madrid, 2024, 172 páginas.