Lo mismo ocurre con Jesús, que es más íntimo con nosotros que nosotros mismos. ¿Cómo podemos dudar de ello cuando imaginamos el inmenso amor que le costó morir en una cruz infame para abrirnos las puertas de la vida eterna? ¡Ojalá fuéramos conscientes de la dosis de amor que el Cielo nos ofrece gratuitamente a cada instante! Habría menos angustia, menos agresividad, menos confusión y menos lágrimas. ¡La soledad y la desesperación habrían sido vencidas!
María nos dice: «Si sus corazones sintieran el amor inconmensurable que Dios les tiene, sus corazones lo adorarían y le darían gracias en cada momento de su vida». (a Jakov, 25.12.21)
4. Si la Virgen pudo comunicar a Vicka las palabras exactas que este peregrino le había expresado en la oración cuando estaba solo, ¿esto no es acaso una clara invitación para que estemos muy atentos a todo lo que sale de nuestra boca? Recuerdo el día en que, jovencita, luego de mi «conversión», tomé conciencia de que la Virgen estaba presente y podía oír mis palabras cuando hablaba. A partir de entonces, me curé de la mala costumbre de decir palabrotas cada vez que me enfadaba. Más tarde supe que el mismo Jesús nos advierte sobre nuestra forma de hablar: «Les digo que darán cuenta el día del juicio de toda palabra infundada que pronuncien. Porque por sus palabras serán juzgados justos, y por sus palabras serán condenados». (Mt 12, 36-37)
La gran oración judía, que todo judío piadoso repite al menos 3 veces al día: Shema Israel (Escucha Israel) tiene un triple significado: “¡Calla, escucha, obedece!”. Se invita al pueblo a guardar silencio para poder escuchar, y luego a vivir lo que Dios le dice. Sin este silencio, la escucha atenta no es posible. Corremos el riesgo de actuar según nuestros propios pensamientos y sentimientos humanos, de no captar la voluntad de Dios y menos aún de llevarla a cabo. Entonces nos perdemos tesoros divinos que saciarían nuestra sed de felicidad. Demasiado ruido hiere el alma muy profundamente. La ausencia de oración le provoca una muerte lenta, ¡porque la oración es nuestro oxígeno! «En la oración, nos dice María, experimentarán la mayor alegría», “La oración es el deseo del alma humana”.
He aquí una cita notable del padre Andrea Gasparino (Italia): “En la oración, lo importante no es tanto rezar mucho sino rezar bien. Sin embargo, ¡sólo quien reza mucho aprende a rezar bien!”
5. ¡Una parábola deliciosa! Sólo tenemos una vida en la Tierra, y a veces es interesante imaginar la escena de nuestra llegada a la otra orilla, ante el Señor. ¿Cómo nos acogerá? ¿Quiénes seremos a sus ojos? ¿Qué destino nos ha preparado? Se cuenta que…
Una mujer agonizaba, la pequeña Louisette del pueblo de XXX, y San Pedro la acompañó en la última y decisiva etapa de su vida. Ella sabía que cuando se encontrara cara a cara con Dios, toda su vida pasaría ante sus ojos como una película. También sabía que su destino final dependería de las decisiones que hubiera tomado libremente en la tierra.
Llega al cielo y hace la cola con las demás almas para comparecer ante Dios. Desde lejos, ve a Jesús y oye su voz. El Señor abre los brazos de par en par ante el alma que está de pie delante de Él y alaba con alegría las virtudes de esa alma: «¡Entra en el Reino de tu Señor, alma elegida, tú que has sido una piedra viva en mi Iglesia, tú que has evangelizado a tantos de mis hijos y has trabajado tanto por mi gloria! Ahora te doy la felicidad eterna que mereces; ¡entra en mi Reino!
La siguiente persona también es recibida con alegría por Jesús. Levanta los ojos al cielo y la abraza efusivamente. Después de cantar sus alabanzas, declara: «Ven, amada alma de Dios entra en el Reino de tu Señor, tú que tanto has hecho por darme a conocer, tú que has fundado escuelas y sembrado la fe en el corazón de tantos niños, tú que has hecho grandes cosas y acompañado a tantos moribundos a la casa del Padre… ¡Ven! ¡Entra al Reino preparado para tu gozo eterno!
Las almas se suceden una tras otra ante Jesús y la mujer comienza a sentirse mal. Una terrible angustia la sobrecoge. «¡Pero yo no hice nada de esto! ¡nada! ¡No tengo nada para presentarle! ¡No tengo ninguna chance!» Y, con el corazón, encogido decide abandonar la cola.
Pero San Pedro la observa y la alcanza: «¡Tu sitio está aquí, no tengas miedo, ¡tienes que esperar tu turno!» Finalmente llega su turno, y allí está, delante de Jesús, temblando. Ella no se atreve a mirarlo y mantiene los ojos bajos, esperando el veredicto negativo sobre su persona. Está resignada. No ha hecho nada especial, Jesús no podrá alabarla por nada grande y es seguro de que no será invitada a unirse a todas aquellas almas santas que se han ganado el Cielo.
Pero entonces, de repente, ¡siente las manos de Jesús sobre su cara! Él, que la creo, le levanta la cabeza y la mira largamente, con infinita ternura. Sonríe, y con alegría, exclama: «¡Ven, hija mía amada, ven! ¡Ven a mi Reino, al lugar y a la felicidad que mereces! ¡Ven, mi niña amada, entra en mi abrazo, tú, que planchaste 1.000 camisas con tanto amor!
Cada parábola contiene una perla de valor… ¿La perla de esta parábola no es acaso la esperanza?