AYÚDANOS A COMBATIR LA CENSURA: Clicka aquí para seguirnos en X (antes Twitter)

FIRMA AHORA: El manifiesto contra el genocidio de los niños

La sociedad tecnológica y su presente

Redacción




Javier de la Calle.

Con el optimismo que le caracteriza, Enrique de Diego me cuestionaba cómo dar la vuelta a este mundo de tinieblas alumbradas por filtros de Instagram, en busca de la respuesta a las preguntas más repetidas: cómo vivir para alcanzar la satisfacción y tener una vida productiva. Me llevé una ligera decepción cuando leí por primera vez a Yuval Noah Harari, pues bajo sus sugerentes títulos no alumbró los verdaderos dilemas vitales, evidentemente para seguir apareciendo en los saraos globalistas que lo han hecho millonario. Las afirmaciones más certeras sobre estos asuntos probablemente las escribió Ted Kaczynski hace tres décadas en «La Sociedad Industrial y su futuro». El «Unabomber» acabó sus días en una celda de máxima seguridad, a diferencia de Harari, cuyos pagadores merecen un mayor castigo que Kaczynski por su daño a miles de millones de personas desde hace décadas.
Que fuese Enrique de Diego quien llenase de interrogantes el debate es motivo de especial reflexión, ya que el segoviano se encuentra en estado de gracia, como el autor que mejor ha descrito al mundo actual en sus últimas obras, desde el mal reinante en las élites a través de «Letizia, satánica y adúltera», a la juventud en «La Generación destruida», y especialmente a la enfermedad que asola al mundo en «El virus woke».
Los seres humanos hemos pasado en un brevísimo intervalo de tiempo, si se tiene en cuenta los años que llevamos sobre la faz de la Tierra, de recolectar y cazar a estar sentados delante de una pantalla. Si a su abuelo, que se ganaba el pan de su familia con sus manos le hubiesen dicho que sus nietos pasarían el día tocando un cristal no darían crédito.
La tecnología es un avance con unas posibilidades fantásticas. Negarlo es engañarse, algo a lo que ya no se atreven ni los grupúsculos más ortodoxos. Su implantación fulgurante, sin estudiarse sus consecuencias ha sido aprovechado, como no, por los de siempre para aumentar su poder. Actualmente, es una quimera plantearse en el primer mundo una vida completamente al margen de esta, si se quiere mantener el contacto social natural, y poder ser un miembro productivo de la sociedad.
Llevar en el bolsillo una biblioteca muy superior a la de Alejandría tiene un precio. Las personas han mutado en apenas un cuarto de siglo. La inmediatez y la posibilidad de obtener continuos estímulos se ha llevado por delante hasta a los cerebros más brillantes, que antes tenían que serpentear en antiguas bibliotecas en busca de un dato que hoy aparece en un click. Esta innovación se ha cebado especialmente con aquellos que crecen en la era de las pantallas, también mal llamada de la información.
Los efectos de este abuso de un elemento maravilloso, pero antinatural, está reprogramando las conexiones neuronales de las generaciones más jóvenes. El sistema educativo se afana en presumir de su digitalización, un rotundo fracaso si se tiene en cuenta que los alumnos salen cada vez menos preparados de las aulas. Los nativos digitales no son más que un producto con taras que ni siquiera domina la tecnología, pues sus conocimientos, que no manejo, son limitados.
Los aparatos dominan a las personas. Los móviles ahora son los amos de los jóvenes, como los ganaderos poseían una burra para trabajar en el campo. Una falsa sensación que refuerza el sistema. Si un puñado de hackers fuese capaz de interceptar documentación de políticos y empresarios para publicarlas, los presagios de los más conspiranóicos se quedarían en una broma.
La respuesta a la pregunta planteado por Enrique de Diego la tienen dos palabras: natural y sencillez. El sistema lo sabe. Por eso cercena todas las posibilidades de que algún disidente se exilie en la autosubsistencia en nombre de la protección climática. Los viejos pastores, con su vida a cámara lenta en los pastos, eran mucho más felices que los trabajadores de una consultora que coleccionan mensajes en la bandeja de entrada.
Defienda usted distinguido lector la obra de Dios creador o la evolución de Charles Darwin, la sociedad se ha empeñado en ir contra la naturaleza, en otro movimiento impulsado por las putrefactas élites. La familia como unidad fundamental, conformada por un hombre y una mujer, es la pequeña fortaleza sobre la que edificar el futuro de los hijos. Con la demolición de los valores para sustituirlos por movimientos y causas menores, la brújula social está rota.