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El ataque gnóstico y Fonsi Loaiza

Redacción




Enrique de Diego.

El ataque al que estamos siendo sometidos, y que está empezando a caer derrotado, se hace bajo una impronta gnóstica. Se dicen auténticas aberraciones sobre la base de que una serie de elegidos están en el secreto de la verdad arcana, que deben administrar al conjunto de los humanos, que se resisten a seguir sus groseras mentiras y a entender que sus sentidos les engañan.

Normalmente, los gnósticos no son otra cosa que peones a sueldo, que exageran la nota, y tansmiten la consigna que les dan los auténticos inicados: las satanoélites, con Black Rock a la cabeza.

A ese grupo de los gnósticos a sueldo pertenece Losantos, que ha tenido últimamente episodios delirantes de pérdida del sentido de la realidad, de autoconvencimiento gnóstico. Pero me voy a referir al periodista Fonsi Loaiza aparentemente en las antípodas de Losantos, mero periodista deportivo, en la extrema izquerda, hombre próximo a Jaume Roures, como ejerciente de esa falsa sabiduría gnóstica. Ante el hecho de que el futbolista del Atlético de Madrid, familiar de Paco Gento, Marcos Llorente, denuncia los chemtrails, además de la comida vegana y las cremas solares, y tiene el descaro de seguir a Alvise Pérez, Fonsi Loaiza aguza sus grandes orejas y cae sobre él con su mentira gnóstica a decirle que la verdad evidente no existe, que es conspiranoica, que sus sentidos le engañan.

Es Fonsi lo que Nietzsche denominaba uno de esos «especuladores del idealismo». O lo que Joseph de Maistre en su mejor obra, «Les soirées de Saint-Petersburg» (1821) -también podría tomar nota Mbappé-, «lo que nuestro siglo miserable denomina superstición, fanatismo, intolerancia…, fue un ingrediente de la grandeza de Francia». Y de España. De hecho, Joseph de Maistre agregaba el importante concepto de una vasta conspiración que, con el objeto ostensible de «liberar» al hombre, en realidad desencadenaría al demonio que lleva detro de sí. Esto es claro y evidente ante nuestros ojos hoy en día, pero los gnósticos mantienen que nuestros sentidos nos engañan.

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No hay nada más irritante que una tiranía cultural. Por eso la gente está despertando y desbordándola. Porque ha decidido fiarse más de sus sentidos, mirando al cielo por ejemplo, indignándose con las fumigciones asesinas, que en Fonsi Loaiza, el tosco gnóstico, con sus anatemas garrulos.

Lo dicho: El peor despotismo es la cruel turanía de las ideas; en este caso de los tópicos manidos y mendaces.