¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines,
la espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.
(Marcha triunfal. Rubén Darío)
Se abre la puerta de embarque del aeropuerto,
y ahí llega con lo puesto,
el manager de los Porcinos, marranos,
montado no en brioso córcel, sino en silla de ruedas,
tambaleando la cabeza, medio muerto,
más orondo que nunca el streamer Ibai Llanos,
al que le sobra grasa y faltan tres tuercas.
Como nuevo Hernán Cortés,
que no ve a sí mismo, por el vientre, los pies,
viene de la conquista del reino azteca,
que es cosa de comedia bufa o de opereta,
una sombra de lo que fue, un fantasma, una quimera,
este Sansón orondo, este Hércules fondón, de tercera.
que en fieros combates con la comida mexicana,
le creció una monstruosa almorrana
que le ha comido las mismas entrañas,
medio cuerpo y toda el ánima.
Cinco covid dice que ha pasado, cuatro banderillas se ha puesto,
y no ha aprendido que tiene la proteína spike por todo el cuerpo.
Y, ¡madre mía!, a fuer que es una mole
henchida de jalapeños y de guacamole.
Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar,
pero Ibai más bien los va a obturar.
Organizaba unas sombrías guerreras veladas
que terminaban en picantes enchiladas.
Agoniza, tras tan fieros combates, el lobero vasco,
que a los lobos no daba miedo pero si asco.
Sic transit gloriae mundi.
No hizo nada, fue un mindundi.
No hizo nada de provecho
pero se metió buenos filetes en el pecho.
No fue más que, de Roures y de Piqué, un pelele,
un payaso sin gracia, un bandarra comediante,
en eso fue el número uno,
sin el estilo de Torrebruno,
y sin la gracia de Los payasos de la tele,
pero le dio para comer y beber bastante
hasta llenar la andorga con grosura
mientras decía chorradas con soltura.
Ya te voy, Ibai Llanos,
preparando tu estela funeraria,
pues de éstas las espichas, hermano,
de esta no te salva ni la Virgen de Candelaria.
Te pondrán por epitafio,
en horas veinticuatro pasaron de las musas al teatro,
pues puro teatro, al fin y al cabo, fue tu vida.
Una continua y simple parida tras parida,
para algunos una oscura velada, una tenida.
Comió tanto que cayó víctima de sus excesos
hasta llegar a ser un mórbido obeso.
Aquí yace el lobero vasco,
que a los lobos no daba miedo, pero sí asco.
Enrique de Diego.