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Hoy de comer, menú woke: La pútrida restauración

Redacción




Javier de la Calle.

Los bares, las tabernas o las tascas forman parte de la idiosincrasia española, hasta tal punto que son un bastión de la economía española. Su deriva es paralela a la del país. En las puertas se anuncia la prohibición de la entrada a los niños, para que no molesten a la señorita que llama hijo a su perro, que sí puede pulular por el local. El bebé puede que llore, pero el perro, además de ladrar, puede repartir lametones sin que nadie se lo solicite, si no le da por defecar o morder. En los locales de ambiente, otrora de copas, la música ya no es para bailar, es propia de consumidores de drogas que no pueden entablar palabra. Las puertas las controlan gorilas con perspectiva de género: las mujeres pasan gratis y los hombres agachan la cabeza delante del punto rosa de turno. De beber, garrafón.
Previamente el dispendio se ha iniciado en algún restaurante. Los menús parecen la alineación de un equipo extranjero. Ya no hay platos españoles, y las raciones son ridículas. Lo único que no para de aumentar son los precios. En las mesas, una competición por ver quien retrata antes la comida para publicarla en Instagram. El hambre ahora se sacia con me gustas.
Los hosteleros son los nuevos especuladores con el barniz de las franquicias. De qué sirve cambiar de local si los proveedores se cuentan con los dedos de las manos. Los cafés han devenido en espacios en los que se cronometra la estancia del usuario para que no pare de consumir. Son las consecuencias de las cesiones de la pandemia, en la que los hosteleros lideraron la imposición del pasaporte COVID.