Javier de la Calle.
Los pilotos de Fórmula 1 eran admirados por los riesgos que asumían en la pista, y también por un aire de «playboys» del que fue el máximo exponente James Hunt. Los empresarios y políticos mantienen sus invitaciones a los garajes, mientras que las clásicas praderas (no había gradas), se llenaban de trabajadores que acudían a disfrutar del olor a gasolina. Los nuevos aficionados a la Fórmula 1 son niñatos encolerizados por Netflix e Instagram, a los que poco les importa la competición.
Charles Leclerc abandera este movimiento. El monegasco no ha ganado ningún título en los cinco años que ya ha pilotado para Ferrari, pero tiene más seguidores que el tricampeón Max Verstappen.
La novia de Leclerc, Alexandra Saint Mleux, acapara los focos de la prensa. Con 26 años, el piloto ya está en una edad en la que hace unas décadas estaría paseando un carrito de bebé por el paddock. Pero Leclerc, como buen exponente del wokismo, ha sustituido a un hijo por un perro. El perro Leo Leclerc dispone de acreditación de la Fórmula 1, y con su enjuta figura es el centro de atención. El pobre animal se caga en la puerta de los motorhomes. Este ridículo sainete parece que es gracioso, incluso adorable, para miles de persona, ya que el perro de Leclerc tiene miles de seguidores en su cuenta de Instagram.